El anuncio del 2 de abril fue un shock para la política de Argelia. El presidente Abdelaziz Bouteflika, de 82 años, elegido en 1999 y reelecto en 2004, 2009 y 2014, líder del Frente de Liberación Nacional (FLN), renunció al cargo que ostentó durante veinte años. ¿Qué se esconde detrás de su decisión?
En primer lugar, es importante reconocer que la salud de Bouteflika está comprometida gravemente al menos desde 2013, cuando debió pasar tres meses en un hospital de París a raiz de un infarto. Por entonces ya llevaba un año sin aparecer en actos públicos. En 2014 volvió al ruedo, ahora en silla de ruedas. Desde entonces, las cancelaciones de su agenda pública se volvieron más frecuentes, multiplicándose, en cambio, sus visitas a Francia y Suiza para realizar chequeos médicos.
Poco después del 16 de febrero, cuando Bouteflika anunció su candidatura para las elecciones presidenciales de abril, los argelinos comenzaron a manifestarse masivamente en contra de esta posibilidad. En un intento por calmar las aguas, cambió a su estratega de campaña el 2 de marzo, y realizó promesas de fuste: las elecciones de 2024 se realizarían de manera anticipada y el FLN se mostraría dispuesto a una reforma constitucional que amplíe las libertades. Los anuncios no generaron el efecto deseado. Un viaje relámpago a Ginebra (Suiza), donde habitualmente realiza sus chequeos de salud, despertó más sospechas sobre su capacidad para ejercer la primera magistratura. El 11 de marzo, el primer ministro Ahmad Ouyahia presentó su renuncia, fue reemplazado por un funcionario “independiente” y el presidente se retiró de la carrera presidencial. Al mismo tiempo, los comicios de abril fueron suspendidos, sin fecha de reprogramación.
Tras sucesivas crisis en el precio del petróleo y los cambios demográficos que emergieron en la sociedad, la política argelina se estancó debido a la falta de respuesta producto de la una administración burocrática de la arena política, que buscaba más mantener determinado statu quo, que promover la participación ciudadana. Esto desembocó en hechos que son evidentes: el FLN y la élite política cuentan con déficit de legitimidad política crónica. En este sentido es que se pueden leer las manifestaciones callejeras en Argelia, un estado que ha mostrado pocas veces dar respuestas políticas a las demandas populares, desde las “Crisis del Pan” en 1988, como las heridas dejadas por la guerra civil que enfrentó al régimen con los islamistas, y que el mismo Bouteflika se encargó de cerrar aplicando el proceso de “Concordia Civil” en 1999.
Poner el acento en las manifestaciones populares entretiene, pero no llena. La clave de la renuncia hay que buscarla en la concurrencia de dos actores políticos de primer nivel. Uno de ellos es el Consejo Constitucional, el máximo tribunal de Argelia que entiende en asuntos políticos, compuesto por doce jueces nombrados por los distintos poderes del Estado. Este órgano se mostró dispuesto a juzgar a Bouteflika por incapacidad. El otro es el titular del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Ahmad Qaid Salah, de 79 años. Anunció ante los medios de comunicación que dudaba de la salud de Bouteflika para poder conducir los destinos de Argelia. Este desafío abierto de ambas partes fue suficiente para que el octogenario presidente haga pública su renuncia.
Al igual que en otros países de la región, tenemos aquí otro caso de las Fuerzas Armadas queriendo controlar las manifestaciones populares. La intención del ejército argelino de querer controlar el escenario político no es algo nuevo en la historia de este país. Tras su independencia en 1962, el FLN se concentró más en fortalecer su aparato militar y mantener el monopolio político de una pequeña élite, en detrimento de promover la apatía política en la población. En conjunción a la administración de esta apatía política está la administración de lo económico: la élite política argelina a lo largo de su historia como estado independiente, ha siempre buscado un interlocutor que le garantizara el control sobre los ingresos de la exportación de hidrocarburos.
La renuncia de Bouteflika llevará al poder al titular del Consejo de la Nación, cámara alta del Parlamento argelino. Se trata de Abdelqader Bensalah, de 76 años, pertenece a Agrupación Nacional para la Democracia (RND), el mismo partido de Ouyahia, el primer ministro de enorme experiencia a quien Bouteflika le exigió la renuncia con motivo de las protestas. Tras su salida, el ex premier no dudó en pedir la renuncia del presidente.
En clave de estas tensiones dentro del gobierno y, a su vez, con la población, es que se deben observar las manifestaciones en Argelia. En un diálogo permanente entre una sociedad civil compuesta en su mayoría por jóvenes sin trabajo o con poca perspectiva económica a futuro, pero que tampoco busca caer en enfrentamientos pasados, y una élite militar que no desea perder las riendas de la administración de los hilos fundamentales de la economía y no ceder así terreno vital para su supervivencia. Un diálogo en el que muchas veces parecerá que la elite política hace reales concesiones, por ejemplo permitiendo el ascenso de nuevas figuras en el gabinete, pero otras recurre a la represión de las manifestaciones, cerrando el espacio político a organizaciones de la oposición o censurando a la prensa.
Bouteflika entendió, a su modo, que había perdido el apoyo del conglomerado administrativo, político y militar que ha dominado Argelia en los últimos años. Perdió a sus aliados del RND, los jueces del Consejo Constitucional, las Fuerzas Armadas y, por último pero no menos importante, el control de la calle. Quedó condenado, entonces, a un retiro gris de la escena política, en lo que parece ser una transición que no estará exenta de tensiones.
Patricio Claus
Said Chaya
Miembros
Departamento de Medio Oriente
IRI – UNLP