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Egipto: protestas, represión y un legado fallido tras la Primavera Árabe

La pasividad demostrada por las fuerzas de seguridad el día que al-Sisi viajaba a la cumbre de las Naciones Unidas en Nueva York se alteró radicalmente pocos días después. El día 23 de septiembre alrededor de 400 personas fueron detenidas, según los números expresados por la Comisión Egipcia para los Derechos y las Libertades. Hoy, a más de una semana de comenzadas las protestas, ese número asciende a alrededor de dos mil personas. La forma de su detención expresa un tipo de persecución alarmante que confirma las denuncias y sospechas realizadas durante todo el régimen.

El arresto de abogados, periodistas, líderes políticos, las torturas producidas en situación de detención, la censura de medios nacionales e internacionales resumen la grave situación que atraviesa la institucionalidad en Egipto. Las últimas elecciones, producidas el año pasado, se consumaron ante la proscripción de la organización de los Hermanos Musulmanes y la detención o censura de la mayoría de los candidatos rivales. Al-Sisi no tuvo oposición.

En las últimas jornadas, los motivos de los arrestos fueron por manifestarse sin permiso, por grabar las protestas o la represión realizada por el ejército, tanto como por compartir y publicar denuncias contra al-Sisi en redes sociales. A esto se suma la difícil situación económica acaecida a raíz de las medidas económicas asumidas y al constante crecimiento  de la deuda externa. No caben dudas, a estas alturas, de los motivos por los cuales Donald Trump ha declarado que al-Sisi es su “dictador favorito”: combinación de represión, endeudamiento y alineación con Estados Unidos.

Hace décadas que Egipto recibe ayuda económica y militar de Estados Unidos.  Son recurrentes las manifestaciones de “apoyo”, “compromiso” y “confianza” en que Egipto mejorará económica y políticamente por parte de los funcionarios estadounidenses. La nación africana constituye un actor estratégico para el país del norte por numerosos e históricos motivos, entre ellos su ubicación geográfica, las fronteras que comparte con Sudan y Libia, además de poseer el Sinaí, un acceso clave al resto de Oriente Medio.

En relación con las protestas, no es la primera vez que en Medio Oriente un conflicto de apariencia espontánea logra una escalada de violencia y propagación. Sin ir más lejos, todavía se discuten las causas del estallido de la Primavera Árabe, aunque existe consenso sobre el impacto que produjo la viralización de las impactantes imágenes y videos del comerciante tunecino prendido fuego. Por otro lado, el rol de los medios de comunicación y redes sociales que transmiten en tiempo real y producen contenidos localmente y en idioma árabe (pudiendo nombrar a Al Jazeera como un importante precursor) ha sido en los levantamientos de 2011 -y sigue siendo- crucial para la circulación de información sobre numerosos acontecimientos y la amplificación de las respuestas sociales.

A su vez, los medios han adjudicado a Mohamed Ali cierto rol en las protestas, presentándolo como “magnate”, “empresario”, “actor”, “inversor inmobiliario” e incluso un hombre que trabajó para el ejército egipcio, que conoce su funcionamiento y se mantiene en contacto con líderes castrenses. Desde Barcelona, donde reside Ali, ha divulgado videos en los cuales se pretende demostrar la corrupción del régimen. Más allá de la procedencia y el rol mediático de este sujeto, sus denuncias se enfocan en dos cuestiones que ya nadie discute en relación al gobierno de al-Sisi: corrupción y violaciones a los derechos humanos.

Por otro lado, los pronunciamientos del presidente egipcio apuntan a que los disturbios se deben a las acciones del Islam político, lo cual remite, a través de una fuerte acción simbólica, a complejos debates y desafíos presentes en Egipto y en Medio Oriente sobre el islamismo y la democracia. Por sobre todo, rememora el doloroso fracaso que sufrió la institucionalidad política egipcia a raíz del golpe de estado perpetrado contra Mohammed Morsi, el primer presidente civil electo en elecciones democráticas. Esta acción discursiva de al-Sisi se dirige a advertir a un sector de la sociedad egipcia que la alternativa a su régimen autoritario es el Islam Político, por lo tanto, su advertencia construye la idea de que el ejercicio democrático derivaría en un gobierno islamista presidido por los Hermanos Musulmanes. Inevitablemente, los recuerdos del momento en el cual se produjeron las elecciones luego de la Primavera Árabe en Egipto están asociados a un contexto de violencia política y crisis económica, características que acompañaron el breve lapso en el cual Morsi fue presidente. Sin embargo, el régimen inaugurado luego del golpe de Estado se basó en un brutal barrido de la oposición política, dejando decenas de miles de presos políticos, miles de muertes dentro y fuera de prisión, y detenciones y censuras de todo tipo.

En este cuadro de situación no podemos dejar de considerar la muerte del ex presidente y adepto a los Hermanos Musulmanes Mohammed Morsi, quien falleció en situación de detención el día 17 de junio, luego de seis años de sufrir un arresto sin atención médica a sus diversos problemas de salud. De hecho, esta semana también sufrió un paro cardíaco su hijo menor Abdullah Morsi, de apenas 24 años, quien se encontraba denunciando con vehemencia los tratos ejercidos contra su padre durante su detención, los motivos de su muerte y difundiendo su legado. La muerte del ex presidente ha transcurrido en medio de una censura mediática evidente y un fuerte control político y militar a los fines de evitar manifestaciones y pronunciamientos. Las reclamaciones y denuncias han surgido, sin embargo, de organizaciones en defensa de los derechos humanos en Egipto, de líderes políticos exiliados, de algunos líderes de Estado como el turco Erdogan, solicitando también las Naciones Unidas se investigue su situación de detención y muerte.

No podemos aventurar cuáles serán los próximos acontecimientos en Egipto, sí en cambio afirmar que el aumento de la represión y la pobreza solo agravarán la situación, por más apoyo económico y militar que al-Sisi reciba de Estados Unidos y de la complicidad ejercida por la mayoría de la comunidad internacional.

Cecilia Civallero
Integrante
Departamento de Oriente Medio
IRI – UNLP