Cada vez que hablamos del Reino Unido en sus hazañas durante la Segunda Guerra, no podemos no recordar a uno de los hombres más famosos de la historia británica: Winston Churchill.
Apasionado de la política desde joven, Churchill fue un miembro destacado del Partido Conservador entre 1900 y 1904; luego lo abandonó y se pasó a las filas liberales, en las que permaneció hasta 1924, cuando regresó a los ‘tories’.
Permaneció fuera de la política en la década de 1930, lideró la alerta sobre el peligro de Adolf Hitler y la campaña para cl rearme. Sin embargo, apoyó el fascismo de Mussolini al menos hasta 1934. Al estallido de la Segunda Guerra Mundial, fue nombrado de nuevo Primer Lord del Almirantazgo y, tras la dimisión de Neville Chamberlain el 10 de mayo de 1940, se convirtió en primer ministro. Su firme negativa a aceptar la derrota, la rendición o un acuerdo de paz ayudó a inspirar la resistencia británica, en especial durante los difíciles primeros años de la guerra, cuando el Reino Unido se quedó solo en su firme oposición y en la guerra contra la Alemania nazi.
Luego de su nombramiento, pronunció ante el Parlamento una conmovedora arenga en la que afirmó no poder ofrecer más que “sangre, sudor y lágrimas”. Pero sus grandes discursos, su espíritu indomable y su indestructible fe en la victoria consiguieron mantener la moral de su pueblo y tejer las alianzas con Estados Unidos y la Unión Soviética para alcanzar el triunfo aliado.
En 1946, Churchill pronunció un discurso en Zúrich, donde instó a los europeos a “dejar atrás los horrores del pasado y mirar al futuro”. Afirmó que el primer paso para volver a crear la «familia europea» de “justicia, misericordia y libertad” consistía en «construir una especie de Estados Unidos de Europa». Con este alegato, Churchill fue uno de los defensores de la integración europea y propuso, como primer paso, crear un Consejo de Europa, cuya primera reunión contó con la presencia del propio Churchill.
Churchill tuvo que esperar hasta 1951 para recuperar la jefatura del gobierno, manteniendo viva la estrecha relación de amistad con Estados Unidos y reduciendo el grado de intervención del estado. Permaneció al frente del gobierno hasta 1955 y en 1953, su labor literaria le fue reconocida con la entrega del Premio Nobel de Literatura.
No obstante, su figura siguió pesando sobre la vida política y sus consejos continuaron orientando a quienes rigieron después de él los destinos del Reino Unido. El pueblo había visto en Churchill la personificación de lo más noble de su historia y de las más hermosas cualidades de su raza; por eso no cesó de aclamarlo como su héroe hasta su muerte, acaecida el 24 de enero de 1965.
Nicolás Eduardo Carabajal
Colaborador de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales (CoFEI)
Departamento de Historia
IRI – UNLP