Terceras Jornadas de Medio Oriente, 9-10 de noviembre de 2000
Estados Unidos y el Medio Oriente después de la Guerra del Golfo.
Departamento de Medio Oriente
Instituto de Relaciones Internacionales
Universidad Nacional de La Plata, República Argentina
EL (NUEVO) ROSTRO DE MI ENEMIGO
ESTADOS UNIDOS Y EL INTEGRISMO SUNNITA
Khatchik Der Ghougassian (1)
1979 marca la entrada del islamismo en las relaciones internacionales por dos acontecimientos: el triunfo de la Revolución Islámica en Irán y la resistencia a la invasión soviética de Afganistán. La reacción de Estados Unidos a los acontecimientos fue contradictoria. El Islam revolucionario de Irán se transformó en la mayor fuente de amenaza, mientras que los Mudjahidín afganos recibieron apoyo financiero y ayuda militar. Una primera observación se impone: el Islam que triunfó en Irán era el Islam shiita, mientras las principales organizaciones guerrilleras en Afganistán eran de confesión sunnita, igual que sus principales socios que auspiciaron la resistencia, Arabia Saudita y Pakistán. Esta diferencia, sin embargo, muy probablemente contó poco o nada en los cálculos estratégicos de Washington. Como en toda la Guerra Fría, la Contención guiaba el diseño de la política exterior, y el Islam en Afganistán no era más que un instrumento para atacar al imperio sobreextendido en su periferia y obligarlo en retroceder a sus posiciones iniciales, según la doctrina del roll-back de Reagan. Diez años después, los soviéticos se retiraron de Afganistán que, pronto, desapareció de la agenda de la política internacional. Fue en el mismo año en que falleció el Guía de la Revolución Islámica, el ayatollah Khomeini, y cayó el Muro de Berlín inaugurando el principio de la era posGuerra Fría. Después del triunfo en la Guerra del Golfo, la administración de Bush quiso aprovechar de la oportunidad creada en el Medio Oriente para definir el Nuevo Orden Mundial, término que usó por primera vez refiriéndose a la necesidad de poner fin a los conflictos y empezar una nueva época de paz y cooperación. Irán, por lo tanto, mantenía su importancia aunque como opositor a la hegemonía estadounidense, y "enemigo" del Proceso de Paz cuyo discurso había creado el esquema –artificial- del "partido de guerra" y del "partido de paz". No por casualidad, entonces, la administración de Clinton adoptó la estrategia de la "doble contención" a Irak e Irán, ambos calificados como "Estados paria", hasta que quedó demostrado la inutilidad de la medida. Los nuevos atentados terroristas, de origen presumiblemente integrista, contra blancos estadounidenses descubrieron que la fuente de amenaza se ubicaba más bien en Asia Central, en el país olvidado por un tiempo. Así, Afganistán, donde en septiembre de 1996 luego de la captura de Kabúl los Taliban habían establecido en Estado teocrático con una interpretación muy particular de la Sharía, volvió en la agenda de Washington como principal preocupación del orden de la seguridad, por ser santuario de terroristas, principal país para el tráfico de heroína y amenaza a la estabilidad regional. Un detalle a tener en cuenta: el reino de los Taliban es sunnita y enemigo declarado del vecino Irán donde, mientras tanto, una peculiar democratización consolidaba su curso. Símbolo de esta tendencia predominante, el presidente electo en 1997, Mohamad Khatami, dio un paso más audaz en la apertura del país hacia fuera, comenzada ya con su antecesor, Rafsandjani. En diciembre de 1997, Khatami apareció por la cadena televisiva CNN y llamó a Estados Unidos a establecer "un diálogo de civilizaciones", cambiando su "racionalidad instrumental" por la "racionalidad comunicativa" en un claro desafío tanto a la política de contención a Irán de Washington como al espíritu conflictivo de la conocida tesis de Samuel Huntington. Tres años después, la Secretaria de Estado, Madeleine Albright, anunció un gradual levantamiento de la prohibición del comercio con Irán y en un gesto muy llamativo Estados Unidos admitió el error cometido por la CIA en 1953 cuando apoyó el golpe de Estado que derrocó al primer ministro popular, Mosadegh, y permitió el regreso del Sha. Docuemntos oficiales comprobando la complicidad de los servicios estadounidenses en la conspiración militar contra el gobierno nacionalista de Mosadegh fueron publicados en el New York Times el 16 de abril. Más aún, el portavoz del Departamento del Estado, James Rubin, clasificó a la organización armada iraní opositora al régimen de Teherán radicada en Baghdad, Modjahidín Khalq, en el rango de las organizaciones terroristas.
¿Están a la vista los indicios de un cambio fundamental de la política exterior de Estados Unidos hacia Irán? ¿Es la percepción de una nueva fuente de amenaza integrista el factor fundamental para este cambio? ¿Cómo, en este caso, se definiría la postura de Washington hacia el Islam? Las tres preguntas no tienen una respuesta definitiva. El ejercicio intelectual de explicar tendencias en la política internacional necesita en primer lugar una base teórica sólida. Tratándose de estructuras y procesos, la comprensión es mayor cuando se establece la relación entre las condiciones materiales y las elaboraciones discursivas que mejor descubre el carácter constructivista de la política internacional.(2) Paralelamente a elementos estructurales que indican claramente una tendencia necesaria de cambio, aún perseveran otros referentes a las identidades e intereses construidos a lo largo de dos décadas de una relación marcada por el conflicto y el distanciamiento. Son estas continuidades que aparecen también en el proceso actual que define el nuevo rostro del enemigo: el integrismo sunnita. Mientras no cabe dudas de los peligros de inestabilidad y de las amenazas de seguridad que representa este fenómeno, su evolución dependerá mucho en cómo se definirá la postura y la política de Washington. Pues, a diferencia del integrismo shiita desarrollado y socializado mediante el proceso de institucionalización en contexto estatal y territorial bien definido, el integrismo sunnita abarca un campo de acción mucho más extendido y con una potencial mayor de desestabilización.
La primera parte del trabajo explica las razones de la postura contradictoria de Estados Unidos con respecto al fenómeno del Islam radical en su período de inicio y expansión. En la segunda parte una visión comparativa entre el integrismo shiita y sunnita permitirá elaborar la posible tendencia que tomará este último. Cómo y por qué Estados Unidos no logra definir claramente la nueva amenaza y recurre a esquemas globalizadores será el tema de la tercera parte. En la conclusión se tratará de subrayar los peligros de la repetición de los errores del pasado en este proceso de determinar el rostro del enemigo, y las consecuencias negativas que tendrán tanto para la definición de las amenazas reales, como para la elaboración de una postura que ayudaría en brindar mayor estabilidad en vez de conflicto.
El enemigo de mi enemigo es mi… enemigo
El 10 y 11 de febrero, el régimen imperial del Sha fue derrotado por la revolución liderada por el ayatolollah Khomeini y el 1° de abril se proclamó la República Islámica de Irán luego de ser aprobada por el 98% de la población según el resultado del referéndum del 30 y 31 de marzo. A pesar de haber perdido su mayor aliado en el Medio Oriente, Washington no intervino para impedir la derrota del Sha por la advertencia de la Unión Soviética de noviembre de 1978 de poner en efecto el Tratado de 1921, que había sido la base legal de la intervención soviética durante la Segunda Guerra Mundial, en un caso de intervención norteamericana. Más aún, igual que Moscú, la administración de Carter reconoció el nuevo gobierno del primer ministro apuntado por el mismo Khomeini, Mehdi Bazargan, el 12 de febrero. El 4 de noviembre, una manifestación de estudiantes partidarios de la línea del ayatollah terminó en la ocupación de la embajada de Estados Unidos en Teherán y la toma de rehenes del personal diplomático. La crisis de los rehenes, que duró 444 días, significó la mayor humillación de la superpotencia occidental y la ruptura de las relaciones con Irán. Desde entonces el conflicto entre los dos países "implicó no sólo interés y poder, sino también una profunda demonización mutua."(3) En la concepción histórica del Islam del ayatollah Khomeini Occidente fue concebida como una amenaza existencial, y Estados Unidos, el aliado del régimen del Sha, calificado ‘El Gran Satán’. Además, por lo menos en la retórica oficial, la exportación de la revolución fue declarada un objetivo de la política exterior de la República Islámica. En la década del ochenta, la mayor oposición a los intereses estadounidenses en el Medio Oriente provino de las organizaciones islamistas. El asesinato del presidente egipcio, Anwar al Sadat, en octubre de 1981 y el atentado contra la base de las fuerzas estadounidenses en el Líbano el 23 de octubre 1983, que provocó la muerte de 241 solados Marines, fueron los primeros actos terroristas que inauguraron la era del "Terror Sagrado".(4) Por la vinculación, deliberada o no, de los actos terroristas y la hostilidad del Islam revolucionario a la presencia estadounidense en la región a la política exterior de Teherán, directamente o indirectamente Irán se transformó en la principal fuente de la amenaza de los intereses de Estados Unidos.
En diciembre del mismo año, 85 mil soldados soviéticos invadieron Afganistán para respaldar al régimen comunista en Kabúl, instaurado por el golpe de Estado en abril de 1978. En menos de un año la represión brutal a toda oposición y sobre todo la reforma agraria que había golpeado el tejido social del campesinado llevó a la resistencia armada y a mediados de 1979 las fuerzas legales controlaban sólo las ciudades y las rutas. Con el objetivo de "neutralizar" las zonas estratégicas, las fuerzas soviéticas proceden a la destrucción sistemática de las aldeas provocando un éxodo masivo, arruinando la economía y dividiendo el país en dos: una parte bajo el control del ocupante y la otra de la guerrilla. A pesar del predominio de las lealtades tribales, que se manifestó en la constitución de las distintas organizaciones de la resistencia islámica, todos los guerrilleros se identificaron por su oposición a los comunistas, una palabra que para los campesinos afganos sonaba como "aquel quien niega a Dios" (del pushtú kum, Dios, y de la negación persa nist.)(5) Aún así, no todos eran integristas, pero finalmente fueron las facciones más radicales quienes impusieron su liderazgo y las otras, entre moderadas y monarquistas, no tuvieron otra opción que formar con ellas en 1983 la Alianza Islámica de los Mudjahidín Afganos. La invasión soviética a Afganistán terminó con la distensión de la década del setenta entre Moscú y Washington. Antes de la llegada al poder del republicano Ronald Reagan, el presidente Carter ya tomó la decisión de no ratificar los acuerdos de limitación de armamentos SALT II e inició un programa de rearme. Su sucesor dio un tono mucho más duro a la rivalidad Este-Oeste retomando el discurso propio a la primera etapa de la Guerra Fría. Pero fue durante los últimos años de la presidencia de Carter que se diseñó la política de Washington con respecto a la invasión soviética y en este diseño la preocupación por el apoyo al Islam radical pasó al segundo plano frente a la necesidad predominante de obligar a la Unión Soviética en retirarse de Afghanistán. Más aún, para el asesor de Carter por cuestiones de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, el fenómeno afgano la oportunidad de destruir el orden soviético mediante la expansión de la ideología del nacionalismo y del Islam en las repúblicas soviéticas centroasiáticas.(6) La ayuda a los Mudjahidín, por lo tanto, era sólo el primer paso a una visión geoestratégica mucho más amplia y un objetivo mucho más ambicioso, cuya motivación era esencialmente ideológica: el anticomunismo. La alianza que Estados Unidos forjó con Pakistán y Arabia Saudita se basaba evidentemente sobre el cálculo estratégico y la necesidad de fuentes de financiación. Pero el reclutamiento de los voluntarios para luchar contra la ocupación soviética no se limitó en los 3 millones de refugiados afganos en Pakistán. Pronto la llamada al Jihad contra los comunistas ateos movilizó a casi treinta mil musulmanes, entre árabes y no árabes, que recibieron un alto entrenamiento militar y armamentos sofisticados, incluyendo los misiles antiaéreos Stinger, bajo el auspicio directo de los servicios de inteligencia estadounidense (CIA) y pakistaní (ISI) y participaron de la guerrilla. Uno de los más activos militantes dentro de estos voluntarios era Usama Bin Laden, el hijo de un rico contratista saudí, que se transformó en el líder de los Mudjahidín árabes y estableció estrechas relaciones con el Mullah Mohamad Omar del Hizb al Islami, el futuro guía supremo de los Talibanes. Sólo el objetivo ambicioso de transformar a Afganistán en el inicio de la batalla final contra el comunismo explica la permisividad de Washington a esta movilización multinacional sólo posible por el elemento cohesivo de la religión. Un objetivo limitado a la retirada de las tropas soviéticas podría realizarse con otra política aún cuando la ayuda militar a la resistencia constituyera un elemento indispensable. Para los analistas, por ejemplo, es cuestionable por qué en el inicio del conflicto Estados Unidos no apoyó a grupos más bien seculares y nacionalistas que se habían opuesto al golpe de Estado respaldado por los comunistas aliados a Moscú veinte meses antes de la invasión.(7) Pues en este caso hubiera sido muy difícil movilizar a voluntarios no afganos y más difícil expandir la lucha dentro de las fronteras de la URSS. De hecho, la administración Reagan se dedicó a una campaña de propaganda internacional para activar la conciencia islámica y minar el sistema soviético, sin demasiado preocuparse de la obvia contradicción de este discurso con su postura con respecto a Irán. Y la diferenciación entre el Islam shiita de este último y el Islam sunnita de los guerrilleros, que luchaban contra los soviéticos, aparentemente era considerado un detalle menor y probablemente sin importancia para Washington. Las consideraciones políticas de Estados Unidos, sin embargo, no impidieron que se forjara una identidad común a los voluntarios musulmanes, que se reconocerán como ‘afganis’, e intereses compartidos. Más aún, el desinterés de Washington por Afganistán luego de la retirada soviética no significó el desmantelamiento de esta identidad y de los intereses creados.
El proyecto de la expansión de la lucha en Asia Central no se concretó por dos razones. En primer lugar la guerra en Afganistán se terminó por el acuerdo de Moscú de retirar sus tropas. Las consideraciones políticas internas de Gorbachov pesaron mucho más en esta decisión que la derrota militar. Al fin y al cabo, las tropas soviéticas no habían triunfado pero tampoco la guerrilla logró una victoria en el terreno. Simplemente los costos de esta guerra resultaban muy elevados para la economía. Además, las reformas que Gorbachov quería implementar en la URSS necesitaban poner fin a la tensión internacional, y la única manera era cumplir con la condición impuesta por Washington, la retirada de Afganistán, para volver las negociaciones de desarme. En segundo lugar, muy al contrario de lo que se presumía los pueblos de Asia Central no demostraban entusiasmo por el Islam radical. Tampoco lo hicieron cuando se desintegró la Unión Soviética. De hecho, el factor islámico estuvo muy ajeno al proceso de la implosión de la ex superpotencia al contrario de lo que había supuesto el diseño de la política afgana de Estados Unidos o del pronóstico de algunos analistas.(8) Con la retirada de las tropas soviéticas, la nueva distensión de las relaciones entre las dos superpotencias y, finalmente, la caída de la URSS, el proyecto de usar el Islam para derrotar el sistema soviético se tornó obsoleta.
Pero los acuerdos de Ginebra entre las facciones afganas rivales en 1988 no terminaron con la guerra civil que, sin embargo, no interesaba más a Estados Unidos. De hecho, nunca hubo un diseño postsoviético para Afganistán donde, una vez desaparecido el marco de la Guerra Fría, reaparecieron las enemistades tradicionales entre la mayoría étnica Pushtún y las minorías del norte del país, los Tadjik, Hazara y Turkmen. Los Taliban, literalmente ‘estudiantes’ de los seminarios islámicos, que vivían como refugiados en Pakistán, emergieron de la mayoría Pushtún en 1994 y empezaron su ofensiva hacia Kabúl con el propósito de pacificar el país. Hasta la captura de la capital afgana, los Taliban no expresaron el deseo de gobernar el país. Su propósito era traer paz al país, establecer el reino de la ley y el orden, desarmar la población e imponer la Sharía. "Aclamados por una población Pushtún harta de guerra, los Taliban gozaron en un primer tiempo de una notable popularidad."(9) También para Washington los Taliban han sido considerados como una milicia moderada que podría terminar con la nueva amenaza terrorista proveniente de Afganistán y poner fin al tráfico de drogas. En efecto, luego de haber desaparecido de la agenda de la política exterior y de seguridad internacional de Estados Unidos, Afganistán volvió a imponer su importancia a partir de 1993 aunque por razones muy diferentes de la década del ochenta. Una serie de atentados terroristas (las bombas en los juegos olímpicos de Atlanta, la explosión en el borde del vuelo 800 TWA que causó la muerte de 230 personas, el atentado contra la embajada egipcia en Islamabad, el asesinato de un oficial de la CIA en Karachi, etc.) contra los intereses occidentales llevó a al Grupo de los Siete a celebrar la Conferencia Antiterrorista en julio de 1996, en París, que identificó a un grupo de veteranos de la guerra de Afganistán de 1979-89 como la fuente de la campaña de terror. En el contexto del compromiso de los siete países industrializados de coordinar los esfuerzos para combatir esta red terrorista, Washington esperó encontrar cooperación de parte de los Taliban. Así, los oficiales estadounidenses los calificaron de "anti-modernos" en vez de "anti-occidentales" y consideraron que su intención era restaurar una "sociedad tradicional" más que "exportar el Islam". La prensa estadounidense también adoptó el mismo tono y un el New York Times, por ejemplo, consideró que la victoria de los Taliban había efectivamente traído por primera vez durante años "cierto grado de estabilidad en el país." Washington sólo expresó su lamento por la muerte de Najibullah y no cambió su intención original de mandar un representante diplomático a Kabúl. Buena parte de esta actitud se explica también por la actitud de Washington de impedir iniciativas diplomáticas de Teherán como resultado de la posición de ventaja que Irán había adquirido con respecto a Asia Central después del colapso de la Unión Soviético. El factor Taliban se insertó en esta consideración estratégica americana, coordinada con Arabia Saudita y Pakistán, con la vista puesta a la nueva geopolítica del petróleo. Según un ex oficial del Departamento del Estado, por mucho tiempo involucrado en la política afgana de Estados Unidos, la ayuda a los Taliban se justificaba por el hecho de que "aunque son fundamentalistas no practican el fundamentalismo antiEstados Unidos del estilo iraní." Más adelante otro oficial confesó que Estados Unidos había sido engañado por Pakistán que le había asegurado a Washington que los Taliban podrían poner fin al tráfico de drogas desde Afganistán y cerrar los campos de entrenamiento terrorista. "Pronto realizamos que no podían hacer ninguna de estas tareas, más aún descubrimos que financiaban gran parte de sus operaciones gracias a los ingresos del narcotráfico." En sólo un mes después de anunciar su intención de mandar un representante diplomático a Kabúl la postura de Estados Unidos cambió drásticamente.(10)
En el informe anual de Estados Unidos sobre el terrorismo internacional, que se hizo público en abril 2000, Afganistán figura como la mayor amenaza, en parte por otorgarle refugio a Usama Bin Laden identificado como el responsable de los atentados terroristas contra World Trade Center (1993), el complejo de Al Khobar, cerca de la base aérea de Dhahran (junio de 1996) y las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania (agosto de 1998). El rechazo de Kabúl de entregarlo(11) demuestra los vínculos estrechos, por identificación e intereses, que existen entre los Taliban y Bin Laden y, de hecho, los Afganis,(12) o la falta de control que el gobierno afgano podría tener en sus actividades. Los Afganis y los Taliban se identifican con el integrismo sunnita que fue tomando vida propia a partir de un proceso de distanciamiento entre los Mudjahidín y su ex auspiciante Estados Unidos cuando éste perdió interés en Afganistán y se desenganchó de la región. Por qué exactamente el distanciamiento se produjo cuando de hecho existió una colaboración muy estrecha es una pregunta que no tiene una respuesta fácil. El éxito militar contra una superpotencia y el crédito político que dejó, un grado elevado de politización por el endoctrinamiento religioso-integrista sistemático y constante y la capacidad de controlar recursos humanos y financieros para generar un proyecto propio transformaron a los Afganis a un actor independiente. El paralelo entre la situación de Najibullah con la ocupación soviética y la de los regímenes árabes con la presencia de las tropas estadounidenses después de la Guerra del Golfo es considerado como el punto de partida de su nuevo activismo.(13) En su entrevista a Peter Arnett de CNN, en Marzo 1997, Bin Laden le niega a Washington todo crédito por el colapso de la Unión Soviética. El crédito, dijo, va a "Dios (…) y a los Mudjahidín en Afganistán", pero el colapso "hizo a Estados Unidos más arrogante y empezó a considerarse el maestro de este mundo y establecer lo que llama el nuevo orden mundial." Después de su expulsión a Sudán y de ahí a Afganistán (1996), Bin Laden declaró el Jihad contra "el gobierno injusto, criminal y tiránico de Estados Unidos."(14) El 23 de febrero 1998 un comunicado del Frente Internacional Islámico (FII) firmado por Bin Laden, Aiman al Zahwiri (de Jihad el Islami, Egipto), Abu Yasser Ahmad Taha (Gamaat al Islamía, Egipto), Jeque Mir Hamza (Jamiat al Ulema, Pakistán) y Fazl ul Rahman (Harakat al Jihad, Bangladesh) acusaba a Estados Unidos de ocupar los territorios sagrados del Islam, someter a los musulmanes, liderar una alianza de "Cruzados y Sionistas" y "servir al mediocre Estado judío y desviar la atención de su ocupación de Jerusalén y el asesinado de los musulmanes allí." El comunicado terminaba con un Fatwa (decreto religioso) de matar a americanos –civiles y militares- y sus aliados "como un deber de cada musulmán en cualquier país donde es posible hacerlo." Estados Unidos había "creado un monstruo en Afganistán", como se dio cuenta el ex asistente al Secretario del Estado para los asuntos del Medio Oriente y el Sudeste Asiático durante los dos mandatos de Reagan, Richard Murphy. "El ‘monstruo’ del fundamentalismo Islámico violento ha crecido y ahora expande sus tentáculos del oeste de China hasta Argelia y la costa este de América, y no parece que su poder pudiera disminuir sin una gran inversión de dinero, tiempo y paciencia de parte de Estados Unidos y una completa cooperación de otros gobiernos."(15)
El protagonismo de los Afganis en la guerra de Chechenia en 1999, que empezó con la incursión en agosto a Dagestán de mil rebeldes chechenos, reveló la conexión de estos con los Taliban,(16) y más precisamente con Bin Laden.(17) De hecho, al lado del principal comandante, Shamil Basaiev, apareció un tal comandante Khattab, originariamente un saudí que combatió en Afganistán.(18) El episodio de Chechenia subraya aún más la identidad integrista de los Afgani y de su proyecto de Jihad. "Este es una guerra cristiana y una cruzada contra el Islam y su pueblo y es obligación de los musulmanes apoyar a sus hermanos Mudjahidín en el Cáucaso", declaró Khattab,(19) mientras en la prensa rusa aparecieron informaciones alarmantes acerca de la expansión de militantes en distintas regiones de Rusia y de su participación a la incursión en Dagestán.(20) Un detalle importante: el Islam sunnita que se presenta como elemento movilizador y cohesivo de este movimiento es de confesión wahabita.
De la Revolución (shiita) al Jihad internacional (sunnita)
A pesar del lenguaje común que identifica los dos fenómenos, la Revolución Islámica en Irán y la declaración del Jihad de Bin Laden, bajo el calificativo de "fundamentalismo", son profundas las diferencias entre ambos por razones históricas, culturales, sociales y políticas. Por lo tanto, es previsible que la evolución del integrismo sunnita sea muy distinta del proceso de la socialización de la Revolución Islámica de 1979, y en esto la distancia –y también la rivalidad- tradicional entre el sunnismo mayoritario y el shiismo minoritario juega un papel crucial.
Históricamente el sunnismo siempre estuvo en el poder y los persiguió a los shiitas por herejes. "Mientras que el Islam sunnita se convirtió en la doctrina del poder y la conquista en manos de los califas, el shiismo pasó a ser la doctrina de la oposición, de los desheredados. El punto de partida del shiismo es la derrota de Alí y sus descendientes; su principal preocupación son los vencidos y los oprimidos a la vez que apelan a los sentimientos de martirio y sufrimiento de sus seguidores, lo cual lo acerca notablemente al cristianismo. La familia de Alí se convierte en una especie de ‘Sagrada Familia’ paradigmática, y el martirio de Husein es semejante al de Cristo, conmemorado año tras año. Los shiitas duodecimanos (seguidores del duodécimo y último Imam) establecen una doctrina mesiánica, según la cual el gobierno de los tiranos continuará en el mundo hasta que el Imam Oculto vuelva a aparecer para redimir a la humanidad."(21) La tradición del quiestismo político de los shiitas no desapareció ni siquiera cuando en el siglo XVI la dinastía Safavida de Irán convirtió el shiismo a una religión de Estado, tanto para legitimar su poder frente al sultán turco-Otomano, califa sunnita, como para procurar a su país una base de una identidad nacional y cultural. Los teólogos y juristas shiitas, que los Sha invitaron de los actuales territorios del Líbano, Iraq y Bahrein, gozaron de la protección estatal a cambio de un respaldo legitimador de su poder, si bien le dieron al poder de los monarcas iraníes un reconocimiento de facto, nunca lo consideraron legítimo de jure. Sólo Khomeini el shiismo abandonó su abstención política tradicional y empezó su emancipación con una retórica que remitía al inicio de la división del Islam. La declaración de Khomeini "Soy un Huseini y no un Hasani", en referencia a los dos nietos del Profeta, Hasan y Husein, de los cuales el primero aceptó la lógica del poder que no podía vencer mientras Husein desafío el régimen de Damasco que le había usurpado la sucesión del Profeta a su padre, el Imam Alí, indicaba claramente la reivindicación histórica de la legitimidad del shiismo. Pero también esta emancipación, que llevó a la Revolución Islámica, estaba muy vinculada a la realidad social y política de Irán. De hecho, el nacionalismo iraní cuya tradición remonta a la lucha para la constitución iraní en 1906 y a las iniciativas del primer ministro Mosadagh en la década del cincuenta, jugó un papel determinante en la derrota del Sha. Por lo tanto, no por casualidad Saddam Husein de Iraq denominó su campaña militar contra Irán Qadisiat Saddam en memoria de la batalla del séptimo siglo en que los árabes conquistaron Persia y convirtieron a su pueblo al Islam. Esta primera diferencia entre una emancipación política shiita muy vinculada a Irán y la tradición sunnita a su vez muy presente en el nacionalismo árabe ha sido el gran obstáculo para que la Revolución Islámica de Irán se expanda en el mundo árabe. Los shiitas eran una minoría en el mundo árabe y su supervivencia requería seguir la prudencia del hijo del Imam Husein, Zein al Abidín, quien estando enfermo no participó de la batalla de Karbala (donde Husein cayó como mártir) y luego se alejó de la política para dedicarse a una vida piadosa, o del Imam Jaafar el Saddiq (765) que codificó las leyes y la jurisprudencia del shiismo. "Ha habido batallas en la historia del shiismo, pero también una tradición de alejamiento de la política y la guerra. El regalo de Khomeini era falso para los shiitas árabes que vivían en un mundo que requería de ellos tacto y sutileza."(22)
A pesar de haber instaurado un régimen basado sobre la ley religiosa, la Sharía, la Revolución Islámica es un fenómeno moderno, aunque particular y ciertamente distinto del sentido secular de la modernidad occidental. Es la rebelión de las masas contra un régimen represor y la respuesta de los marginados de una modernización forzada y reservada sólo para el sector privilegiado de la sociedad.(23) El discurso es propio a los movimientos de liberación tercermundistas y habla esencialmente de la justicia social. Es moderno también por ser "el fruto de la acción de un nuevo actor, la juventud, que surge en la escena social después la intensa y salvaje modernización de las décadas anteriores. La dimensión reactiva e islamista de la revolución no está inscripta con anterioridad en el proyecto revolucionario que, por otra parte, era bastante confuso y sin un hilo conductor coherente. La modernización represiva y autocrática que precede la revolución ciertamente ejerció una gran influencia en la estructuración del campo político constituido en los comienzos de la revolución. La nueva juventud, actor principal del movimiento revolucionario, quiere la libertad y es incapaz de concebir las relaciones políticas en el campo democrático."(24) Este particular modernismo de la Revolución Islámica explica también las limitaciones del proyecto de islamización total de la sociedad,(25) así como de la decepción y de la frustración por las promesas incumplidas cuando la "utopía no moviliza más"(26) después de la muerte del líder. El resultado no es la negación de los logros sociales, o una contrarevolución, sino la confirmación de una identidad social y nacional específica visible sobre todo en tres movimientos: los reformistas islámicos, la industria cinematográfica y el activismo de las mujeres.(27) Khatami es simplemente el producto de esta evolución interna del Islam muy peculiar que, además, está influyendo a otros movimientos islamistas.(28)
Finalmente, la institucionalización de la Revolución, a saber la República Islámica de Irán, en sí generó "un esquema (…) bastante similar a un régimen presidencialista con una Corte Suprema musulmana."(29) Este esquema, sin dudas, creó las condiciones que posibilitaron la evolución social descripta previamente, mientras en el ámbito internacional, más específicamente después del fin de la guerra con Iraq y la muerte de Khomeini, la socialización del actor estatal terminó con el discurso de la exportación de la Revolución. El comportamiento de Irán, en este sentido, no ha sido distinto de un país con una potencialidad de poder mediano que persigue el interés nacional. La postura de Teherán con respecto a los conflictos del Cáucaso, en particular la guerra en Chechnia,(30) su relación estratégica con Rusia y el pragmatismo a la hora de los negocios con Occidente,(31) conforman pruebas bastante contundentes en este sentido.
A diferencia de la Revolución Islámica el fenómeno del Jihad internacional lanzado por el integrismo sunnita no es un proyecto revolucionario en el sentido moderno del término. Históricamente el sunnismo desarrolló el califato como la institución política donde se aplica la Sharía y por ser el poder mismo se caracterizó por una postura a favor del estatus quo. Esto explica también el distanciamiento de la elite gobernante del pueblo común y su negativa de abrazar proyectos definidos a base de una participación de la masa popular. Hay, por ejemplo, una diferencia fundamental en el pensamiento islamista de Al Afghani, preocupado por la defensa del Islam contra Occidente en el siglo XIX y los sueños de una guerra santa del sultán otomano, Abd ul Hamid II. Al Afghani, primer pensador islamista, pregonaba la unión de los musulmanes, entre shiitas y sunnitas, así como denunciaba la corrupción de las elites en poder y abogaba por una mayor participación popular, mientras para el dueño del último imperio teocrático del Medio Oriente el shiismo de Irán era percibido como amenaza, igual que Occidente o Rusia, y el pueblo prácticamente no existía como preocupación.(32) Por su carácter conservador, el Islam político sunnita no supo presentar ningún modelo de modernización para las sociedades mediooreintales en el siglo XIX y fue el paradigma del nacionalismo secular que se impuso luego de la caída del imperio Otomano. Aún así, el sunnismo convivió con la ideología nacionalista en el mundo árabe como un componente cultural de los grandes proyectos de unión, a pesar de que el naserismo, por ejemplo, persiguió a la Hermandad Musulmana, primera organización islamista en el mundo árabe. Más aún, los líderes nacionalistas árabes le dieron un uso dual, tomándole distancia de la religión cuando se trataba de proyectar secularismo y usándola como elemento de solidaridad cuando aparecía la necesidad de ayuda, y el mejor ejemplo de este uso dual lo dio Saddam Husein. En cuanto a las monarquías del Golfo Pérsico, nada más ajeno a la legitimidad del régimen teocrático, conservador y sunnita que el mensaje revolucionario proveniente del shiismo.
Bin Laden y los Afghanis provienen de esta tradición conservadora del poder. La formación de su identidad integrista no tuvo lugar en las condiciones sociales, económicas y culturales de la Revolución Islámica. Tampoco ha generado un pensamiento político con un proyecto institucional salvo la interpretación muy particular y extremista de los Taliban de la Sharía. Hasta ahora, el Jihad internacional corresponde más bien a una lucha por el poder que a un movimiento revolucionario por el cual le falta el contexto social territorial concreto. Esto, por supuesto, no descalifica su capacidad de movilización tanto para la recaudación de fondos para la causa del Jihad, como para el reclutamiento de voluntarios o la realización de operaciones terroristas. De hecho, operan a través de redes bien organizadas, con conocimiento avanzado sobre el manejo de las finanzas y las técnicas militares y con un discurso que, por ejemplo como en el caso de Chechnia, conmueve a importantes sectores de la sociedad movilizada por la convicción de apoyar a una causa noble igual que en los tiempos de la ayuda a los Mudjahidín afganos.(33)
Poner fin a la presencia de Estados Unidos en el Medio Oriente y unificar el Cáucaso y "liberar" a sus pueblos del dominio ruso(34) parecen ser por ahora los dos objetivos concretos del Jihad internacional. Muy probablemente India podría transformar en un objetivo próximo, fundamentalmente por su conflicto con Pakistán, país con estrechos vínculos con los Taliban.(35) Hay una clara identificación en estos proyectos de los Taliban, Bin Laden y los rebeldes chechenos de Basaiev, aunque los vínculos que aparecen son más claros en ciertos aspectos y menos en otros. Claramente el elemento de cohesión es el sunnismo wahabita, rival incondicional del shiismo cuyos agitadores en Arabia Saudita siguen declarando a los shiitas "herejes" e impidiendo cualquier contacto con ellos.(36) En Afganistán, y las provincias pakistaníes de Baluchistán y la Frontera Noroeste, los Taliban han puesto en práctica la expulsión y el asesinato de los shiitas. Otro interés que los une es el tráfico de drogas. Según el informe de la ONU Afganistán se ha transformado en el mayor productor de heroína en el mundo.(37) El 96% de los cultivos de opio están en los territorios bajo el control de los Taliban que imponen un 20% de impuestos a los narcotraficantes y con ello financian su guerra.(38) Es de Afganistán que parten las grandes rutas del narcotráfico y a través de Asia Central llegan a los países europeos.(39) Los guerrilleros chechenos, empezando por el propio Basaeiv y su hermano, controlan la llamada "ruta abkhaza de la heroína asiática" desde 1993.(40)
La política genocida de los Taliban contra los shiitas y su auspicio al narcotráfico se han transformado en los ejes del conflicto entre Irán y Afganistán. Y de la misma manera que el antishiismo y el narcotráfico constituyen una identificación común entre los Taliban y los promotores del sunnismo integrista, Irán consolida su identidad con la lucha contra el narcotráfico, un tema que cobró mucha importancia en los últimos cinco años, y la defensa a la comunidad shiita de Afganistán. En efecto, enfrentado con el problema del contrabando, consumo y violencia de la droga en su país el gobierno iraní recibió ayuda de Gran Bretaña para mejorar el equipamiento de las tropas que vigilan las fronteras, especialmente con Afganistán de donde proviene el mayor tráfico.(41) En cuanto a la defensa del shiismo, Irán mantiene viva la memoria histórica de la invasión afgana del siglo XVIII que puso fin a la dinastía Safavida e intentó restaurar el sunnismo en el país. El asesinado de diplomáticos iraníes en Mazar i Sharif en noviembre 1998 los dos países estuvieron al borde de una guerra. Irán concentró sus tropas en la frontera con una clara señal a Kabúl, una movida que mejoró considerablemente su imagen en los países centroasiáticos, y recurrió a la ONU para deplorar el genocidio contra la población shiita en el norte de Afganistán.(42)
La trampa del viejo confrontacionismo
El problema de Afganistán es más que la amenaza del integrismo sunnita que, evidentemente, pesa en la agenda de la seguridad internacional. Sin embargo el país "recibe un trato de tipo dibujos con las imágenes de los bonachos y los malvados"(43) dificultando el diseño de una política racional. Una de las razones es la perpetuación del viejo confrontacionismo con Irán aunque el integrismo sunnita promulgada por los Taliban es muy distinto de la Revolución Islámica. A pesar de las señales positivas mandadas por Teherán a partir de 1990, y a pesar de la modificación de la actitud de los países europeos que reconocieron los cambios en Irán, en Washington se prosiguió y se profundizó la línea dura calificando a la República Islámica de "Estado paria". Lejos de convencer a sus aliados para que adopten la misma política, Washington promovió en 1995 una ley en el Congreso sancionando a empresas internacionales que comerciaban con Irán sin temor en provocar fricciones con sus aliados europeos.(44) La decisión de mantener una base militar en Arabia Saudita después de la Guerra del Golfo obedece a la misma lógica confrontacionista. Según las explicaciones de expertos en temas de Defensa, esta presencia era indispensable para garantizar una intervención en el caso en que sucediera una rebelión armada contra la monarquía al ejemplo del ocurrido en Meca en noviembre 1979.(45) Más aún, el apoyo estadounidense a los Taliban entre 1994 y 1996 se explica por la actitud hostil de estos hacia los shiitas e Irán, y, además, por suponer que la victoria taliban y la conquista de Afganistán permitiría a las empresas petroleras construir los oleoductos para transportar el petróleo de Asia Central.(46)
Después de 1996, cuando ya quedó claro que los Taliban no iban a poder extender su dominio en todo el país y que la Alianza del Norte, gracias a la ayuda militar que recibe de Rusia e India, les sigue imponiendo una resistencia exitosa, y que tampoco han demostrado alguna predisposición en ampliar su base de apoyo político, la necesidad de un cambio se impuso. Lógicamente el mejoramiento de las relaciones con Irán y una mayor coordinación de políticas con Rusia e India, junto con presiones sobre Pakistán, podrían dar un mejor resultado en cuanto al problema afgano. Sin embargo, los pasos en este sentido han sido muy lentos. Luego de la propuesta de Khatami de empezar un "diálogo de civilizaciones", algunos analistas siguieron considerando a Irán como posible fuente del terrorismo contra blancos estadounidenses, aún cuando el objeto de estas sospechas ya pasaron a ser los opositores a los moderados que, sin embargo, según estos analistas controlan los órganos de seguridad del Estado, especialmente los servicios secretos. Esta teoría conspirativa se basa sobre la hipótesis de que el ataque a blancos estadounidenses frustraría el acercamiento entre los moderados del régimen y Washington.(47) Más aún, para los sectores más duros en los círculos políticos y académicos estadounidenses ni siquiera son creíbles los cambios internos de Irán, tampoco la propia sociedad iraní sería capaz de generarlos sin ayuda externa…(48)
No obstante, las pruebas de la fuente de la nueva amenaza terrorista antiestadounidense, el factor islamista en la guerra de Chechenia y los desafíos de varias índoles a la seguridad internacional provenientes de Afganistán han promovido los esfuerzos para reconsiderar la definición al integrismo islámico. El mayor referente hasta ahora en este sentido es Yossef Bodansky, el director del Grupo de Trabajo sobre Terrorismo y Guerra No-Convencional del Congreso de Estados Unidos, así como el analista del terrorismo mundial del Centro Freeman de Estudios Estratégicos. En su paper "Chechnya The Mujahedin Factor", Bodansky considera que la ofensiva en Dagestán, así como la guerra en Chechenia marcan un punto de inflexión en la lucha de los islamistas para consolidar su dominio en el Corazón Asiático. La escalada de la guerra tiene, según su análisis, el objetivo de establecer la hegemonía del Islam radical en el Cáucaso y los mayores beneficiarios serán los Estados que auspician el integrismo islamista. Dentro de estos Estados figuran Irán, Sudán, Arabia Saudita, Pakistán, Siria… en otras palabras el análisis, aunque lleno de hechos y datos, sigue la misma lógica del viejo confrontacionismo cada vez más conforme a la línea del "choque de civilizaciones".
Conclusión
Tanto los miembros del Grupo de Trabajo que dirige Bodansky como los legisladores y oficiales del gobierno estadounidense tomaron distancia del paper mencionado arriba. Una nota al final aclara que las opiniones expresadas por el autor son exclusivamente las suyas. La postura del analista y particularmente su declaración en un artículo publicado el 8 de enero 2000 en Canada’s National Post, donde sostiene que las mezquitas en el continente americano proporcionan refugios a los terroristas y sus auspiciantes, ha provocado la reacción de una organización no gubernamental, el Consejo de las Relaciones Islámicas-Americanas, que pidió al líder de los Republicanos en el Congreso rechazar estas declaraciones.(49) El incidente podría parecer aislado y hasta no significante para juzgar seriamente una orientación política determinada. Sin embargo es relevante al proceso de construcción identidades e intereses. Varios factores intervienen en este proceso y no son siempre por motivaciones objetivas relativas a mayor esclarecimiento del fenómeno a analizar. Esto, a su vez, impide una mayor racionalidad en las decisiones políticas. Más específicamente en el caso del integrismo sunnita es notable la insistencia sobre un padrón globalizador del Islam o del islamismo aún cuando los hechos demuestran las importantes diferencias entre tradiciones, condiciones sociales y económicas y aún culturales en el mundo islámico. En su testimonio el 2 de noviembre 1999 en la Subcomisión de los Asuntos del Cercano oriente y del Sur Asiático de la Comisión de los Asuntos exteriores del Senado de Estados Unidos, Milton Bearden, quien había sido el ex jefe de la CIA en Sudán y Pakistán, advirtió sobre la "conclusión instintiva de que el fundamentalismo islámico sea la causa principal de nuestras preocupaciones." Una advertencia similar, textualmente "no culpar al Islam por mal comportamiento", lanzó el semanario británico The Economist en su nota editorial "Iran, Islam and democracy" del 19 de febrero 2000. Las respuestas a problemas políticos que se ensayaron desde posturas eminentemente ideológicas siempre han tenido consecuencias no favorables. La reacción de la comunidad musulmana de Estados Unidos a la declaración de Bodansky podría reproducirse a gran escala en el musulmán en el caso en que la política exterior de Washington siguiera en esta misma línea globalizadora del Islam y sería en sí un indicador hacia un mundo de mayor tensión. Una política estatal más racional, al contrario, buscaría mayor coordinación de esfuerzos y la formación de alianzas contra amenazas definidas en términos concretos.
Noviembre 2000
NOTAS