Hace 100 años, en Versalles, el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles (el mismo donde se proclamara el Imperio Alemán en 1871m, tras la derrota francesa en Sedán) se firmaba el Tratado que ponía fin a la Primer Guerra Mundial. Más de 16 millones de personas (el 1% de la humanidad de por aquél entonces) fallecieron durante la “Gran Guerra”, que trajo como consecuencia la disolución de los Imperios (el austro-húngaro, el otomano, el ruso y el alemán), la definición de un nuevo mapa europeo y de un nuevo orden mundial. Con sucesos de enorme trascendencia mundial durante su transcurso (la revolución rusa de febrero de 1917 y la revolución bolchevique meses más tarde, más el ingreso de los Estados Unidos a la contienda en abril de 1917), y la violencia con la cual se condujeron las hostilidades, nunca antes vista por la humanidad, su finalización abrió las puerta a un reordenamiento internacional, que se materializaría en la creación de la Liga de las Naciones y de la Organización Internacional del Trabajo.
El articulado del Tratado declaraba a Alemania y a sus aliados “responsable, por haberlos causado, de todos los daños inflingidos (…) a consecuencia de la guerra”, y por ello tuvo que hacerse cargo de reparaciones que serían determinadas (posteriormente), la pérdida de una séptima parte de sus territorios, de sus colonias en el Pacífico, la prohibición del servicio militar obligatorio, una reducción significativa en número y en poder de fuego de su ejército, su marina, la desmilitarización de la orilla izquierda del Rin y de un margen de 50 kms. en la derecha del mismo.
La entrada de Estados Unidos a la “Gran Guerra”, expedición que podríamos denominar como inaugural de su rol como gran potencia a nivel global, trajo consigo el anuncio de los “Catorce Puntos” por los cuales el presidente Woodrow Wilson justificaba la entrada de Washington en la conflagración. Sin embargo, el siguiente paso tras el cese de la contienda fue la vuelta al aislacionismo por parte de los Estados Unidos. Ello llevó a dejar mermada la capacidad y representatividad de la Liga de las Naciones para impedir la reanudación de una guerra de naturaleza similar a la que acababa de finalizar. Ello, junto a las humillantes condiciones impuestas a Alemana, a la efervescencia en Europa fruto de la revolución rusa, a los nacionalismos, al ascenso del fascismo en algunos de los actores clave, más la profundísima crisis económica que el mundo tuvo que enfrentar debido a la crisis del ´30 fueron el combustible para que cualquier chispa encendiera una hoguera aún mayor que la durante cuatro años (1914 – 1918) la humanidad padeciera.
Naciones Unidas nació de las cenizas de la malograda experiencia de la Liga de las Naciones. No todas las lecciones de los errores de Versalles fueron aprendidas, pero algunos de ellos fueron remediados en la Carta de San Francisco del 26 de junio de 1945. Mientras cien años después vemos ataques permanentes al multilateralismo, el bullir los nacionalismos en Europa, políticas proteccionistas en la mayor economía del globo, el temor a los extranjeros y migrantes (perseguidos por el hambre, la guerra o la ausencia de liberades) o la estigmatización a quienes profesan otra religión, nos preguntamos cuántos millones más de muertos necesitan las sociedades para abrazar la paz y la igualdad no ya como herramientas discursivas, si no como verdades tangibles. Aún parece un objetivo lejano, casi una quimera. Pero no es menos cierto que aunque no hayamos llegado al destino, los pasos dados nos han sacado del lugar en el cual nos encontrábamos.
Juan Alberto Rial
Secretario
IRI – UNLP