Hace 30 años, el 9 de noviembre de 1989, y tras prácticamente 30 años de mancillar el rostro de Europa Central, una de las cicatrices de la segunda posguerra empezaba a sanar: era derribado el Muro de Berlín. Construido en 1961, el Muro simbolizaba la separación del mundo en dos bloques antagónicos e irreconciliables, enfrentados en una guerra que aterrorizó a la Humanidad toda a lo largo de 45 años. Podemos reflexionar que, como idea, el Muro existía desde antes de poner el primer ladrillo. Fue el ex Primer Ministro británico, Winston Churchill, quien en 1946 dijo, durante una conferencia en los Estados Unidos que “… Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente (Europa) un telón de acero”.
Se estima que entre 125 y 200 personas fallecieron tratado de cruzarlo, y que hubo más de 3000 detenidos por intentarlo. Lo cierto es que, por múltiples y complejas causas, el Muro fue destruido desde Berlín Occidental y Berlín Oriental en ese histórico noviembre. El agotamiento de la economía soviética, incapaz de mantener el ritmo que el desafío de la carrera armamentista planteada por Occidente, el liderazgo reformista de Mijaíl Gorbachov, la consolidación del proceso de integración en Europa y la agresiva política exterior de Ronald Reagan ante la evidencia de la debilidad soviética (que venía de retirarse de Afganistán) son algunas de las variadas razones de que esto sucediera, y una a una, como dominós, fueron cayendo los íconos de la Guerra Fría: reunificación alemana en 1990, disolución de la Unión Soviética en 1991, revoluciones que terminaron con los gobiernos comunistas en Europa Oriental, expansión de la OTAN y de la Unión Europea hacia el Este… Fueron años de mucho vértigo: Fin de la Historia, y atentados del 11 de setiembre que hicieron “resucitar” a la Historia apenas inaugurado el nuevo siglo.
La Caída del Muro generó una expectativa desmesurada con respecto a la llegada de una etapa de paz que, como la Economía de Mercado, la Democracia Representativa y la vigencia de los Derechos Humanos, se creyó que también se iba a «globalizar». La paz democrática más los dividendos de la paz demostraban la «fatalidad» del camino que comenzaba a transitarse en la década de los 90. Poco tiempo después la Humanidad constataría que las expectativas eran infundadas.
Tan así es, y esto nos gustaría enfatizar, que la Caída del Muro de Berlín fue compensada con la aparición de muchísimos muros nuevos y la consolidación de otros ya existentes, muchos de ellos físicos pero otros tantos intangibles: las vallas que separan a Estados Unidos y México, que tratan de frenar la ola migratoria latina hacia el Norte; los muros que separan los enclaves españoles de Celta y Melilla de Marruecos; las vallas que separan a India de Pakistán en la disputa por Cachemira; la “línea verde” que divide a la isla de Chipre en dos; la zona desmilitarizada en el paralelo 38, que separa a Corea del Norte de Corea del Sur; el muro construido en Palestina por Israel, so pretexto de garantizar su seguridad; vallas en la frontera entre Grecia y Turquía, vallas en la frontera de Bulgaria, de Hungría, Macedonia, Grecia, Croacia, Austria, Eslovenia con sus socios de la Unión Europea para dificultar el movimiento de los refugiados de Medio Oriente, las vallas en la “Vergüenza de Calais”, los muros en Belfast… Todos estos muros gozan de muy buena salud, porque cuentan con muy “sólidos cimientos”. La intolerancia, la xenofobia, la discriminación, el miedo al otro, el odio al diferente, causa de todos esos muros intangibles a los que hacíamos referencia, ancestrales y primitivos, enterrados en los más oscuros rincones de nuestra cosmovisión.
¿Caerán alguna vez estos y otros tantos muros con los que buscamos aislarnos para que no nos perturbe el sufrimiento ajeno? Todo indicaría, hoy día, que parece imposible en el corto y en el mediano plazo, y poco probable en el largo. Sin embargo, quizás la realidad nos dé una sorpresa. Como la que debe haber tenido el embajador de Alemania Occidental que, durante una conferencia en la Maestría de Relaciones Internacionales (UNLP) en agosto de 1989 respondía que era muy improbable que sus nietos vivieran en un mundo en el cual Berlín no estuviera dividida en dos por un Muro.
Así que aquí estamos, recordando como sanó esa cicatriz, pero lamentando que muchas persisten y otras más afean al mundo. Pero quedamos esperando que la realidad vuelva a sorprendernos.
Juan Alberto Rial
Secretario
IRI – UNLP