Contrariamente a lo que se suele pensar, las relaciones comerciales y diplomáticas entre Italia y Argentina no son particularmente estrechas. El profundo vínculo histórico y social, especialmente debido a la inmigración italiana en Argentina, no se refleja hoy tan abiertamente en los ámbitos de los altos acuerdos entre países. Existe, eso sí, un enorme interés de Italia por los más de 900mil ciudadanos italianos residentes en Argentina, la comunidad más grande del mundo fuera de las fronteras italianas. Con todo lo que aquello conlleva: pasaportes, trámites consulares, voto por correspondencia -el próximo 29 de marzo habrá justamente un referéndum sobre el recorte del número de parlamentarios en el cual los ítalo-argentinos serán llamados a expresarse-.
Pero, exceptuando el ámbito de la cooperación científico-espacial, la relación comercial sigue por debajo de las posibilidades y expectativas recíprocas: Italia es el séptimo socio comercial de Argentina, según datos del Banco Mundial, y representa el 1,7% de las exportaciones y el 2,4% del total de las importaciones del país. En cambio, Argentina solo explica el 0,25% de las exportaciones y el 0,24% de las importaciones italianas.
Durante la última visita de un primer ministro italiano a Buenos Aires, la de Matteo Renzi en febrero de 2016 -la primera luego de 17 años de ausencia de un jefe de gobierno italiano en nuestro país-, se habían generado grandes expectativas respecto a un posible resurgimiento de la relación. La enorme traba generada por el conflicto entre la Casa Rosada y los llamados “fondos buitre”, buena parte de los cuales eran bonistas italianos reunidos en la famosa Task Force Argentina, se había disipado tras la decisión del entonces presidente Macri de aceptar los pedidos de los inversores y la justicia estadounidense. El gobierno italiano, que había enfriado la relación con argentina desde que, tras la crisis de 2001, Buenos Aires ensayara estrategias que no habían seducido a tenedores de deuda italianos, y varias empresas se quejaran por la instabilidad económica en el país, parecía dispuesto a retomar el vínculo. Sin embargo, las cosas no salieron como esperado. Una imagen sugestiva se puede rastrear justamente en esa visita de 2016, cuando Macri y Renzi reinauguraron juntos la obra de soterramiento del Ferrocarril Sarmiento -de la cual debía participar la italiana Ghella- entre risas y festejos, obra hoy suspendida a tiempo indeterminado y bajo sospecha de corrupción.
La debacle económica en la que cayó luego la Argentina volvió a enfriar la relación, a pesar de que haya empresas italianas que cuentan con ingentes inversiones en el país -FCA (ex FIAT), o ENEL, principal accionista de Edesur y Edenor, con fuertes inversiones en El Chocón-. Inflación, devaluaciones repentinas, inestabilidad financiera, son solamente algunas de las causas de este alejamiento. Pero al mismo tiempo en que ésta se producía, Argentina volvía a ver una posible fuente de ayuda en el ámbito internacional en aquél socio con el cual mantiene aún los ya más que simbólicos Tratado para la creación de una Relación Asociativa Particular de 1986, y el Tratado General de Amistad y Cooperación Privilegiada de 1997.
Italia es uno de los países de mayor capacidad negociadora del mundo. Y no porque tenga un particular peso propio en ámbitos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio, o aquellos más informales como el G20 y el G8. Sino por su capacidad de mediar por terceros en muchos de esos ámbitos y convertir su referencia en una fuente de poder. Para Argentina eso ha sido de gran ayuda en otros tiempos, como en la salida de la última dictadura militar o los primeros meses que siguieron a la crisis de 2001. Hoy esa relación vuelve a ser parte de la agenda diplomática.
La visita del presidente Alberto Fernández a Roma puede ser leída justamente bajo múltiples puntos de vista. Por un lado la necesidad de abrir un canal de diálogo con el Papa Bergoglio, figura de las más atípicas en la proyección argentina hacia el mundo y de relación incierta con cualquier gobierno que se instale en la Casa Rosada. Por otro lado sostener y consolidar la relación con el gobierno italiano en la figura -también de cierta manera atípica- del primer ministro Giuseppe Conte y el presidente de la República Sergio Mattarella. Pero sobre todo para lograr dos objetivos vitales para el actual gobierno: la reactivación de la inversión extranjera y el sostén más o menos formal de Italia en la negociación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional.
En este segundo ámbito el gobierno de Conte podría ser clave para Fernández. Italia es hoy uno de los países que detenta uno de los 24 directores ejecutivos del FMI, la instancia técnica de mayor envergadura dentro del organismo. El director ejecutivo italiano, Domenico Fanizza, es el portavoz y titular del voto dentro del FMI de un constituency, un grupo de países asociados que representan el 4,13% del total de los votos: Albania, Grecia, Malta, Portugal y San Marino. Es decir que influir sobre Italia para que interceda positivamente en las decisiones del voto del FMI sobre los 57mil millones de dólares que la entidad prestó al anterior gobierno argentino significa implícitamente acercarse también a otros cinco países. Algo que, hoy, es más que necesario.
En septiembre pasado el director ejecutivo italiano, junto con el de Suecia y Holanda (que representan a sus respectivos grupos o constituency) presentaron una protesta ante el Directorio frente a la posibilidad de que el FMI girara el último tramo del préstamo previsto para la Argentina de 5.400 millones de dólares -tramo que finalmente nunca fue enviado-. Según Fanizza y sus colegas el Fondo estaba haciendo demasiadas concesiones al gobierno argentino y mantenía una actitud que contradecía la dureza con la cual se movió en los casos de Grecia, Portugal o Ucrania. Además, alegaron que buena parte del dinero desembolsado por el Fondo se había utilizado para estabilizar la economía a partir de la venta de dólares por parte del Banco Central y parar así la devaluación, una operación que está prohibida según el propio estatuto del FMI. Un ámbito, el del cuestionamiento a reglas y prácticas del Fondo, en el cual Fernández se siente claramente mucho más cómodo que sus pares italianos, pero en el que puede contar con un antecedente para sostener la ilegitimidad del procedimiento con el cual se contrajo la deuda, verdadera espada de Damocles sobre toda la política exterior argentina.
Fernández se reunió en Roma también con representantes del influyente grupo Cassa Depositi e Prestiti, una empresa de control público que ofrece seguros y asesoramiento a italianos que quieran invertir en el extranjero. El economista jefe de la entidad, Andrea Montatino, también fue director ejecutivo del FMI por Italia. Es decir, un espacio clave para reactivar cierto interés para la inversión italiana en el país, aunque el clima siga siendo realmente tibio. Más aún tras el evidente error que ambos países cometieron al someter toda decisión en el ámbito comercial a las negociaciones del Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y el Mercosur, atascado entre los vetos de los países europeos y las más que legítimas reticencias argentinas a un esquema de integración claramente asimétrico.
Es decir que el gobierno, en el marco de una estrategia extremadamente más amplia, desempolva la relación de amistad -mucho más declamativa que concreta- con Italia para enfrentar sus problemas en el escenario internacional en el mediano plazo. E Italia, acostumbrada ya a acumular cierto poder a partir de su rol de portavoz de países en desarrollo -véase su papel para los países del Norte de África y los Balcanes- puede traer alguna ventaja de ello. Sin embargo hay claras diferencias de visión estratégica ya reconocibles en la relación de los últimos 20 años. Para Italia no puede haber cuestionamiento válido al status-quo del orden internacional que afecte sus intereses o los de sus nacionales. El rechazo generado en Italia por la renegociación de la deuda tras el default, el conflicto con los fondos buitre, o las posiciones argentinas y brasileras ante el TLC UE-Mercosur son un ejemplo de esta posición que trasciende el color de los gobiernos en el cargo y las cercanías ideológicas. Es decir que el apoyo italiano está claramente supeditado a la moderación con la que la Argentina avance en sus reclamos. Algo muy parecido a la visión de otros ejecutivos con los cuales Fernández negocia apoyos, como el de Francia o España. También de esos avales dependerá la profundización de la relación con Roma en futuro.
Federico Larsen
Integrante
Centro de Estudios Italianos
IRI – UNLP