En estos días, donde al hablar e informar sobre la actual pandemia de Covid.19 se debería ser especialmente serio y responsable, no faltan opinólogos, cuando no personas que intentar utilizar la situación para el provecho personal tergiversando hechos y malinformando. Y esto no solo ocurre en temas clínicos, de salud o de políticas sanitarias, sino también en el ámbito de las relaciones internacionales y del derecho internacional.
La actual situación ha sido achacada a ataques infectológicos de forma cruzada e irresponsable tanto por los Estados Unidos como por China, acusándose mutuamente de ser los creadores del virus, una hipótesis mediática, elaborada primariamente para el consumo interno nacional de quienes las aventuran sin haber dado una sola prueba a pesar de la gravedad de sus dichos, pero que ha sido aceptada de buen gusto por muchas personas alrededor del mundo, pues aporta la tranquilidad de saber que “fue alguien” malévolo el que empezó con todo esto.
La pandemia ha sido esgrimida como una respuesta divina o de la naturaleza, escoja según sus creencias, frente al daño que los seres humanos hacemos al planeta. Algo así como el paso que faltaba para que la hipótesis Gaia se convirtiese en una tesis sustentada en los hechos. ¿Estamos destruyendo al planeta? Sí, sí, sí. No hay dudas. Pero el Covid-19, y sobre todo la incapacidad de hacerle frente de forma ordenada, no es sino una expresión más de ese hecho, y no una reacción divina o de la Pacha contra el mismo. Nuevamente, es más cómodo pensarlo como castigo que como resultado de nuestro orden social.
Este último punto nos lleva de lleno al tema que nos interesa aquí: los desinformados que propalan desinformación solo porque opinar es gratis están repitiendo que nadie podía estar preparado para esto, que no hubo alertas, que el sistema internacional falló en dar las señales. O bien hablan desde la falta de conocimiento, no siempre acompañada de la prudencia del silencio, o bien simplemente mienten para autojustificar sus inacciones cuando los que morían “eran otros”: los vulnerables, los prescindibles, aquellos “Condenados de la Tierra” de Franz Fanon.
Es oportuno recordar que, a finales de 2013, en Guinea-Bissau, un niño de 2 años de edad llamado Emile Ouamouno fallecía a consecuencia del Ébola. No importaba, era solo una muerte más de esas que el mundo acepta cotidianamente cuando tienen lugar en zonas empobrecidas del mundo. Pero esta vez fue distinto: Emile fue la primera de las más de 11.000 personas muertas como consecuencia de la epidemia del Ébola que se extendió por gran parte del territorio africano.
El brote de ébola no podía considerarse un caso aislado de crisis en la atención de la salud: desde el inicio del actual siglo se habían sucedido cuatro brotes del síndrome respiratorio del Oriente Medio (SROM) en Arabia Saudita y Corea, las pandemias de gripe H1N1 y H5N1, y el brote de síndrome respiratorio agudo severo (SRAS). Como primera reacción, en abril de 2015 el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, puso en funcionamiento el Grupo de Alto Nivel sobre la Respuesta Mundial a las Crisis Sanitarias, con el mandato de proponer recomendaciones dirigidas a fortalecer los sistemas nacionales e internacionales de prevención y respuesta ante futuras posibles crisis sanitarias.
Al terminar su labor, el Grupo de Alto Nivel presentó en febrero de 2016 el informe “Proteger a la humanidad de futuras crisis sanitarias”, donde se hacen 27 recomendaciones específicas de acción. En la presentación del trabajo Jakaya Mrisho Kikwete, entonces presidente de Tanzania, recuerda que “Con demasiada frecuencia, el pánico mundial ante las epidemias ha sido seguido por la complacencia y la inacción. Por ejemplo, la pandemia de gripe de 2009 dio lugar a un examen similar del nivel mundial de preparación, pero la mayoría de sus recomendaciones no se tuvieron en cuenta. Si se hubieran aplicado, podrían haberse salvado miles de vidas en África Occidental”.
Unos meses antes, en septiembre de 2015, se había aprobado la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible cuyo objetivo 3 sobre salud y bienestar, en su meta 3.d expresa el compromiso de
“Reforzar la capacidad de todos los países, en particular los países en desarrollo, en materia de alerta temprana, reducción de riesgos y gestión de riesgos para la salud nacional y mundial”. Uno de los indicadores que se utilizan para darle seguimiento, el indicador 3.d.1, refiere a la “capacidad del Reglamento Sanitario Internacional (RSI) y preparación para emergencias de salud”.
Volvemos al trabajo del Grupo de Alto Nivel, una de cuyas recomendaciones fue la de fortalecer el mecanismo de examen periódico de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para el cumplimiento de las capacidades básicas del Reglamento Sanitario Internacional (RSI), el principal tratado internacional en materia de prevención de crisis sanitarias trasfronterizas (desde brotes a pandemias). Por cierto, se habla poco del RSI en estos días, ¿no? Conozcámoslo, aunque sea brevemente.
El Reglamento Sanitario Internacional fue adoptado en 2005, está en vigor desde el 15 de junio de 2007 y es obligatorio para 196 países. Su fin es
“prevenir la propagación internacional de enfermedades, proteger contra esa propagación, controlarla y darle una respuesta de salud pública proporcionada y restringida a los riesgos para la salud pública y evitando al mismo tiempo las interferencias innecesarias con el tráfico y el comercio internacionales”.
Su ámbito es global, y no se limita a enfermedades específicas sino a “los siempre cambiantes” riesgos para la salud pública, y establece normas básicas aplicables a viajes y transporte internacionales, protección sanitaria de usuarios de aeropuertos y puertos internacionales y de pasos fronterizos terrestres. La última enmienda a este documento, sobre vacunación contra la fiebre amarilla, entró en vigor el 11 de julio de 2016. ¿Es relevante el RSI para la situación actual? Un ejemplo y decida por usted mismo.
El artículo 31 dice que, como principio,
“No se exigirá un examen médico invasivo, la vacunación ni otras medidas profilácticas como condición para la entrada de viajeros en el territorio de un Estado Parte”, pero “el presente Reglamento no impide que los Estados Partes exijan un examen médico, la vacunación u otras medidas profilácticas, o certificado de vacunación o prueba de la aplicación de otras medidas profilácticas, en los casos siguientes: a) cuando sea necesario para determinar si existe un riesgo para la salud pública”,
para disponer entonces que si un viajero al que un Estado Parte puede exigir medidas profilácticas niega su consentimiento para su aplicación se podrá denegar su ingreso al país de que se trate o,
“Si hay pruebas de un riesgo inminente para la salud pública, el Estado Parte, de conformidad con su legislación nacional y en la medida necesaria para controlar ese riesgo, podrá obligar al viajero (…) a someterse a lo siguiente (…) c) otras medidas sanitarias reconocidas que impidan o controlen la propagación de la enfermedad, con inclusión del aislamiento, la cuarentena o el sometimiento del viajero a observación de salud pública”.
Tras la disolución del Grupo de Alto Nivel, la OMS y el Banco Mundial se unieron para crear, en 2018, la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación, un órgano independiente de monitoreo y rendición de cuentas orientado a fortalecer la preparación global para enfrentar crisis sanitarias.
La Junta publicó su primer informe anual en septiembre de 2019 bajo el título “Un mundo en peligro” en cuyo resumen ejecutivo se afirma que la principal conclusión a la que han arribado los expertos es que el mundo necesita invertir en la preparación ante las emergencias sanitarias y brinda siete recomendaciones urgentes:
- Los jefes de gobierno deben comprometerse e invertir.
- Los países y las organizaciones regionales deben dar ejemplo.
- Todos los países deben construir sistemas sólidos.
- Los países, los donantes y las instituciones multilaterales deben prepararse para lo peor.
- >Las instituciones de financiación deben vincular la preparación con la planificación de los riesgos económicos.
- Las entidades que financian la asistencia para el desarrollo deben generar incentivos e incrementar la financiación para la preparación.
- Las Naciones Unidas deben fortalecer los mecanismos de coordinación.
¿Por qué la urgencia? Cito solamente un párrafo de informe:
“El mundo no está preparado para una pandemia causada por un patógeno respiratorio virulento y que se propague con rapidez. La pandemia mundial de gripe de 1918 afectó a un tercio de la población mundial y mató a 50 millones de personas, el 2,8% de la población total. Si hoy en día se produjera un contagio parecido, en un mundo con una población cuatro veces mayor y en el que se puede viajar a cualquier lugar en menos de 36 horas, podrían morir entre 50 y 80 millones de personas. Además de estos trágicos niveles de mortalidad, una pandemia de este tipo podría causar pánico, desestabilizar la seguridad nacional y tener graves consecuencias para la economía y el comercio mundiales”.
La ONU no falló, convocó a los expertos y ellos dieron un mensaje claro. No se los escuchó. Y aquí no termina el problema.
Ya con la epidemia de Coronavirus en desarrollo, la Junta lanzó un comunicado, el 6 de marzo pasado, expresando que a pesar de los compromisos del Banco Mundial y del FMI de aportar USD 12 y 50 mil millones respectivamente, subsistía una brecha de financiamiento para enfrentar la pandemia a nivel global de 8 mil millones de dólares estadounidenses. La respuesta de los donantes puede verse en tiempo real aquí. La buena noticia es que el dinero efectivamente desembolsado supera al comprometido, algo que no es habitual de ver. La mala noticia, es que estamos lejos del monto requerido por la Junta: al 21 de marzo se registran aportes por algo más de USD 162 millones.
Lo que deja a las claras esta crisis es que “la muerte del Estado” es una fábula mal narrada, pero también que el multilateralismo basado en Estados presentes, fuertes y comprometidos es el único canal para enfrentar problemas comunes de la humanidad.
No falló el multilateralismo, fallaron los líderes mundiales cuando lo debilitaron. No es menos multilateralismo y una vuelta al Estado aislado lo que se necesita, sino todo lo contrario.
Tenga cuidado, infórmese, y sea consciente. Sepa que los imbéciles de siempre no solo están en las calles o saliendo de vacaciones en tiempos de cuarentena, también están hablando en los medios y usando sus redes sociales para venderle basura de todo tipo.
Javier Surasky
Coordinador
Departamento de Cooperación Internacional
IRI – UNLP
*Este texto se basa en una serie de entradas de blog publicadas por el autor en el sitio web del Cepei (Centro de Pensamiento Estratégico Internacional), www.cepei.org