Destitución y autogolpe. El primer día de febrero de 2005 fue convulso en Nepal, una pequeña nación emplazada sobre la cadena del Himalaya. En un discurso emitido por la radio y la televisión estatales, el rey Gyanendra anunciaba la destitución del Gobierno, asumía todos los poderes y declaraba el estado de emergencia en el país asiático. Tras el mensaje televisado –cronicaba el diario El País– el Ejército tomaba las calles de la capital, Katmandú, y mantenía retenido al primer ministro, Sher Bhadur Deuba, y a otros líderes políticos.
La intención del monarca era combatir a los maoístas. Por ello, el 1 de febrero también era detenido Madhav Kumar, el secretario general del Partido Comunista de Nepal-Marxista Leninista Unificado (NCP-UML), el principal grupo de la coalición de Gobierno. Las comunicaciones telefónicas en Katmandú se encontraban cortadas y las detenciones iban en aumento.
Gyanendra acusaba al Gobierno de haber fracasado en el control de la guerrilla maoísta. Activo desde 1996, el grupo buscaba el derrocamiento de la monarquía y la imposición de una república comunista. La proximidad geográfica de la República Popular de China, gobernada por el socialismo, complicaba aún más la situación civil de la pequeña nación montañera.
El alzamiento masivo no se hizo esperar. A partir de esa fecha, una serie de manifestaciones exigió con cada vez más fuerza la renuncia del rey, que se encontraba en el trono desde 2001. La presión se mantuvo por un año, hasta que en abrir del 2006 Gyanendra convocó a los partidos desplazados para elegir un nuevo primer ministro y ordenó la reapertura del Parlamento.
La nueva coalición y los rebeldes maoístas firmaron pronto el alto al fuego. El estatus político de Nepal cambiaría así luego de 200 años: una Asamblea Constituyente proclamaba el establecimiento de una república federal democrática en mayo de 2008. El rey nepalés, que hasta hacía no mucho tiempo –recuerda el diario La Nación– era reverenciado como un dios hindú, su rostro era impreso en los billetes y era elogiado por el himno nacional, perdía todos sus atributos y sus ansias absolutistas. El poder sería ahora de la república “democrática, independiente y secular”.
Juan Martín de Chazal
Colaborador
Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales (CoFEI)
Departamento de Historia
IRI – UNLP