El arquitecto de la política exterior de EE.UU. durante la presidencia de George Bush (H), el halcón neoconservador que nunca se arrepintió.
Donald Rumsfeld fue el secretario de Defensa más joven de la historia de Estados Unidos (1975-1977), bajo la presidencia de Gerald Ford, y el segundo con más edad, durante la Administración de George W. Bush. Donald Rumsfeld murió este martes a los 88 años, en su casa de Taos, en el Estado de Nuevo México.
Rumsfeld renació políticamente tras el arribo a la Casa Blanca de George W. Bush (2001-2009) y la llegada a la vicepresidencia de Dick Cheney, su histórico socio, Cheney había dado sus primeros pasos en el Partido Republicano y en la Casa Blanca con Donald Rumsfeld.
Rumsfeld y Cheney fueron actores determinantes en el brusco giro de la política exterior de EE.UU., llegando a su punto culmine cuando logran que se declare la guerra a Irak, casi dos años después de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Aquel día que cambió a EE UU, y al mundo, Rumsfeld se encontraba en el Pentágono cuando uno de los aviones pilotados por terroristas de Al Qaeda impactó contra el edificio, a las afueras de Washington. Rumsfeld no permitió que fuera trasladado a un lugar seguro e insistió en ayudar en las labores de rescate de las víctimas, nacía la versión héroe de Donald Rumsfeld.
Es posible que Rumsfeld haya sido uno de los secretarios de Defensa con más influencia en la historia del país; ejemplo de ello fue que involucró de lleno a Estados Unidos en dos contiendas sin estrategia ni de entrada ni de salida. Tras el 11-S de 2001, la Casa Blanca lanzaba una campaña bélica en Afganistán. En el año 2003, Estados Unidos invadía Irak. Rumsfeld defendió abiertamente ese ataque, argumentando que las armas de destrucción masiva iraquíes representaban un peligro para el mundo -a pesar que nunca se encontraron tales armas-. Rumsfeld respondió a la pregunta de un reportero sobre esa cuestión con una de las frases más incomprensibles -y famosa- jamás pronunciada por una personalidad política
“Las informaciones que dicen que algo no ha pasado son siempre interesantes para mí, porque, como sabemos, hay hechos conocidos que conocemos; hay cosas que sabemos que sabemos. También sabemos que hay hechos desconocidos conocidos; es decir, sabemos que hay algunas cosas que no sabemos. Pero hay también hechos desconocidos que desconocemos, aquellos que no sabemos que no sabemos”.
Hoy, las tropas norteamericanas salen de Afganistán, y se teme el estallido de una guerra civil a medida que los talibanes van ganando un territorio que les fue arrebatado tras la invasión que comenzó en octubre de 2001. En el caso de Irak, Rumsfeld no tenía diseñada una estrategia para hacer frente a la insurgencia iraquí. El tratamiento dado a los prisioneros iraquíes y las fotos que dieron la vuelta al mundo con las aberrantes prácticas a las que fueron sometidos en Abu Ghraib, la prisión en la que había torturado y ejecutado Sadam Hussein, como así también las autorizaciones de mecanismos de tortura en Guantánamo, aceleraron la caída de Rumsfeld. En 2006, con una posguerra que desangraba a Irak y a las fuerzas norteamericanas, Rumsfeld renunciaba.
La guerra ilegal contra Irak
El 16 de marzo de 2003 en la base militar de Lajes, en las Islas Azores, se suscitó una improvisada cumbre (al menos esa fue la versión oficial),en donde se encontraron George W. Bush, el Presidente del Gobierno español, José María Aznar y el primer ministro inglés Tony Blair, y desde allí lanzaban lanzaban un doble ultimátum, al Gobierno de Irak y al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que sólo podía conducir al inicio de una guerra ya decidida por los halcones neoconservadores liderados por Rumsfeld y Cheney, y contraria al Derecho internacional.
El objetivo de los neoconservadores estadounidenses, era considerar que el 11-S había cambiado el mundo, permitiendo que Estados Unidos se libere de los condicionantes que le impedían jugar el papel de hegemóin global tras la desaparición de la Unión Soviética.
El papel de España en la guerra de Irak no hubiera sido tan relevante si ésta no hubiera ocupado el puesto de miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas desde el 1 de enero de 2003. Al igual que el Reino Unido, España trató de obtener la controvertida segunda resolución del Consejo autorizando el uso de la fuerza, con el fin de legitimar y dar cobertura legal a una guerra decidida de antemano. A la postre, esta actuación resultó contradictoria y reveló un alto grado de subordinación a Estados Unidos. El Gobierno de Aznar promovió la segunda resolución, pero al mismo tiempo, y en contra de la opinión mayoritaria de los expertos en derecho internacional, afirmaba que no era realmente necesaria, puesto que la Resolución 1441, adoptada el 8 de noviembre de 2002, ya autorizaba el uso de la fuerza. Además, se apeló al argumento kosovar, por el que Irak podía ser considerada una guerra humanitaria y, por ello, no estar supeditada a un eventual veto en el Consejo (Sanahuja, 2006)
En la sesión del Consejo de Seguridad del 14 de febrero de 2003, tras conocer el informe de los inspectores de Naciones Unidas y la Agencia Internacional de Energía Atómica, llegó la intervención del Secretario de Estado Colin Powell, con argumentos edificados por Rumsfeld y Cheney .El escándalo fue mayor aun cuando se conoció la filtración a la prensa de algunos telegramas del Embajador español ante Naciones Unidas, Inocencio Arias, en donde reveló que España había sometido su voto al borrador británico de la segunda resolución a la aquiescencia de Washington. En paralelo, maniobró para obtener una mayoría de 9 o 10 votos con la que dar cobertura política al ataque, aunque éste fuera ilegal, ante la posibilidad cierta de que se produjera el veto por parte de Francia, Rusia o China, tratando de obtener el apoyo de Chile y de México; y cuando todo esto fracasó, se sumó a la usurpación de la autoridad del Consejo de Seguridad en la reunión de las Islas Azores del 16 de marzo, en la que se formuló el doble ultimátum a Saddam Hussein y al propio Consejo. Dos días después, el 18 de febrero de 2003, los embajadores de Estados Unidos, el Reino Unido y España anunciaban conjuntamente ante el Consejo su intención de no someter a votación el proyecto de segunda resolución. Finalmente, el 20 de febrero comenzó el ataque angloestaounidense (Sanahuja, 2006)
El balance de la era Bush quedará marcado por un grave deterioro de la relación con Europa. Aunque esa relación nunca ha sido armoniosa, con Bush, la llamada brecha trasatlántica alcanzó una profundidad nunca vista. Un destacado autor neoconservador, Robert Kagan, llegó a afirmar que ambos socios vivían en mundos distintos (Estados Unidos, en Marte; Europa, en Venus) recurriendo al burdo recurso de feminizar en términos despectivos a Europa para desacreditarla. Lo sorprendente fue la rapidez con la que se gestó esa fractura y también su gravedad, por supuesto que nadie puede olvidar la división entre la nueva y la vieja Europa de Donald Rumsfeld, recostándose contra la oposición del eje franco-alemán y apoyando a la nueva Europa de Reino Unido, España, Italia, Polonia y Hungría.
Los neoconservadores siempre subestimaron a Europa, y no entendieron que era evidente que Europa no podía sentirse cómoda dentro del proyecto hegemónico del gobierno de Bush y de la narrativa de la guerra global contra el terror: trataron de revivir la relación trasatlántica con el modelo de la Guerra Fría: el terrorismo como enemigo supremo justificaría que Estados Unidos se arrogara, de forma unilateral, la responsabilidad exclusiva de la seguridad de Occidente, dejando a los aliados europeos en una posición de subordinación estratégica. Los neoconservadores tenían como su objetivo, más allá del antiterrorismo o de las finalmente inexistentes armas de destrucción masiva de Iraq, establecer un orden mundial de corte hegemónico.
La brecha trasatlántica respondió a un profundo desacuerdo respecto a la naturaleza de la amenaza terrorista y a la estrategia más adecuada para enfrentarla. Los neoconservadores, a partir de una visión hegemónica, militarizada, estatocéntrica y territorializada, han percibido el terrorismo como una amenaza eminentemente externa, que se debería, en parte, a la renuencia de Estados Unidos a ejercer su poder global. La respuesta, por lo tanto, es una guerra de matriz esencialmente interestatal, orientada más a reafirmar el poderío militar estadounidense, que a derrotar a al Qaeda. Muchos europeos, en cambio, han percibido que esa amenaza es esencialmente delictiva, trasnacional y desterritorializada. Por eso para la vieja Europa en términos de Rumsfeld, se requeriría una mayor cooperación policial y de inteligencia, así como una actuación respetuosa de la ley, y no guerras ilícitas como la de Iraq o los vuelos secretos de la CIA, que fueron contraproducentes al dar a los terroristas legitimidad, entrenamiento y nuevos seguidores, ya sea en Bagdad, en Londres, en Bruselas o en Madrid.
Pero la invasión de Iraq no era para Rumsfeld sólo, ni principalmente, una actuación frente a al Qaeda, sino una guerra hegemónica orientada a afirmar la primacía de Estados Unidos, y el acto constituyente de un orden mundial unipolar. Esa visión, fue aceptada por algunos gobiernos, agrupados en lo que el Secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, llamó la nueva Europa. Sin embargo, la vieja Europa, la consideró inaceptable. Suponía asumir el unilateralismo de Estados Unidos, sin derecho a ser consultados, y una posición de subordinación. Incluso la Alianza Atlántica fue desdeñada por Bush, pues, al dar derecho de veto a todos sus miembros, confería a los europeos cierta capacidad de negociar. La resistencia europea fue malinterpretada como muestra de insolidaridad o, peor aún, como una nueva prueba de la tendencia de los europeos, ya vista en la Guerra Fría, a actuar libremente. Según Kagan, los europeos vivían cómodamente en su paraíso kantiano, mientras Estados Unidos lidiaba con una realidad hobbesiana de terroristas y Estados díscolos (Sanahuja, 2008).
¿Qué ha ocurrido con esa visión hegemónica de Rumsfeld y los neoonservadores? En muy pocos años ha quedado en ruinas y los neoconservadores han ido desapareciendo del escenario. Lejos de lo que se anunció, la pretendida hegemonía estadounidense no ha sido un factor de estabilidad global. Por el contrario, la era Bush dejó una debacle militar y política en Iraq, así como el agravamiento de la guerra de Afganistán. Con Guantánamo y Abu Ghraib, la pretendida legitimidad democrática de ese proyecto sufrió un daño irreparable; y los desequilibrios macroeconómicos, el desplome del dólar, la crisis financiera iniciada en 2007 y el aumento de la desigualdad interna también parecieron mostrar los límites de un proyectohegémonico. El fracaso de esa política ha arrastrado consigo los supuestos en los que se basaba: que el mundo es unipolar, básicamente estatocéntrico, y que las capacidades militares son la principal fuente de poder. Como señaló Kagan, Bush y sus colaboradores estaban en Marte y, mientras tanto, el mundo real ha estado sumido en un proceso de cambio estructural, que los neoconservadores no han sido capaces de entender, referido tanto a la naturaleza y a las fuentes del poder, como a su redistribución entre los actores estatales y no estatales. En ese proceso, el aumento de poder de los países emergentes, con un declive relativo del poder de Estados Unidos; en segundo lugar, el poder se desplazaría de los Estados a los mercados y a los actores privados que operan en su seno; y, en tercer lugar, en algunos casos, ese poder se ha evaporado y nadie lo ejerce, como mostraría la crisis financiera iniciada en 2007 o la del propio covid iniciada en 2020 y vigente.
Este ha sido Donald Rumsfeld, para muchos un patriota que ha dejado un mundo más seguro, para quien escribe un síntoma del declive relativo de Estados Unidos, autor intelectual de una guerra ilegal, partícipe necesario en los nuevos esquemas de torturas y vuelos secretos, que ha dejado un mundo menos estable, menos seguro, que ha dañado severamente el multilateralismo, el rol de la ONU y el Consejo de Seguridad y que con el respeto que merece la propia muerte, esta no logra enaltecerlo ni minimizar sus errores, por más que nunca se haya arrepentido, Rumsfeld debe quedar en la historia como un funcionario y un ser humano decididamente siniestro.
Referencias:
Sanahuja, J.A. (2006). «El viraje neocon de la política exterior española y las relaciones con América Latina» en Revista Pensamiento Propio, pp. 9-36, enero-junio. Editorial Cries
Sanahuja, J.A. (2008). «Europa y Estados Unidos después de Bush. La difícil reconstrucción del vínculo transatlántico» en Foreign Affairs, Latinoamérica, pp. 99-108
Luis María Nielsen
Integrante
IRI – UNLP