El enfrentamiento económico-estratégico entre Estados Unidos y China, iniciado en 2018, más el impacto económico de la pandemia han provocado la agudización de la carrera tecnológica, la aparición de programas de deslocalización de producciones y tendencias proteccionistas. Esta situación plantea grandes desafíos para empresas y economías nacionales en todo el mundo, especialmente para los más rezagados tecnológicamente. En estos casos, la crisis es un llamado a la implementación de políticas para el avance competitivo-tecnológico.
El avance de la globalización
En los años noventa, en el auge de las políticas de apertura económica y de la corriente de inversiones externas de las grandes corporaciones, se incrementó la interdependencia de las economías nacionales y de las corporaciones involucradas en redes productivas regionales e internacionales. Una medida de eso es el comercio exterior de los países en relación al PBI que, en conjunto, pasó del 14% en 1979 al 30% en 2019 (Antes de la pandemia, Banco Mundial)
La globalización incluyó la construcción de redes productivas transfronterizas que estrecharon los vínculos entre empresas y economías nacionales. En ese tránsito las empresas apelaron también al sistema de producción con mínimos inventarios (“Just in Time”, criterio de la “maldición de los inventarios”) en el cual las empresas dependen para su funcionamiento del mantenimiento del flujo diario de partes e insumos.
Todo esto dio lugar a un aumento de la productividad pero también a una mayor interdependencia de las economías y, por lo tanto, de la Vulnerabilidad Mutua Asegurada que se manifiesta en los tiempos de crisis y que alcanza a economías grandes y chicas.
La interrelación comercial y productiva avanzó, además, en el marco de la internacionalización financiera profundizada a partir de las políticas de apertura a los movimientos de capitales y desregulación de los sistemas financieros nacionales iniciadas en los años ochenta.
Este sistema, rodeado del optimismo de las teorías de base liberal y apoyado por de las corporaciones financieras y productivas beneficiadas con la ampliación del campo de batalla, podía funcionar en tanto las fronteras se mantuvieran abiertas y no se produjeran enfrentamientos estratégicos entre grandes potencias. En los años noventa esto era impensable considerando el estado de virtual unilateralismo existente desde la caída de la Unión Soviética, rival ideológico y militar, pero no económico, del genéricamente llamado bloque occidental.
Este cuadro comenzó a cambiar con el ascenso de China, primero percibida como mercado de oportunidades y luego, cada vez más, como competidor no sólo en productos resultado de la mano de obra intensiva sino también de alto valor agregado y, finalmente, de servicios tecnológicos estratégicos, como las tecnologías de computación y de comunicaciones que, históricamente, fueron monopolio de Estados Unidos y Europa.
Crisis en la globalización
En 2008, la crisis financiera mundial puso de manifiesto el carácter especulativo y costoso de la globalización financiera promovida por las políticas de liberalización y desregulación iniciadas en los ochenta y obligó a una (muy parcial) re-regulación del sistema.
En 2018 le tocó el turno a la globalización productiva. Ese año se produjo un cambio definitivo de relaciones económicas y estratégicas internacionales con la irrupción de la política comercial agresiva y proteccionista de Estados Unidos, que es parte de una redefinición de la política de ese país hacia China, ubicada como rival estratégico. (Cf. Posición sobre China del Comité sobre Inversión Extranjera de EE.UU., CFIUS).
China respondió y se explicitó, una competencia estratégica con componentes económicos, tecnológicos y militares que comenzó a redefinir no sólo la dinámica de las redes comerciales y productivas construidas décadas antes, sino también, las relaciones entre socios estratégicos históricos.
La irrupción de la pandemia profundizó abruptamente la crisis de las relaciones comerciales y productivas y agudizó la competencia tecnológica y estratégica.
La interrupción de las producciones dentro de los países y del tráfico comercial internacional por motivos sanitarios provocó una inmediata caída de las economías poniendo de manifiesto, en forma aguda, la dependencia del sistema productivo del mantenimiento de la apertura de fronteras y la estabilidad política internacional.
En el momento de escribir este artículo (últimos días de octubre de 2021. La precisión es importante por la fluidez y el alto impacto de los acontecimientos económicos en las principales economías) tienen lugar numerosos problemas de enorme importancia y evolución indeterminable.
El retroceso de la pandemia dio lugar a la apertura de comercios, fábricas y puertos. El salto de la demanda para producción y consumo, postergada en los meses de encierro provocó un embotellamiento en las redes de transporte marítimo que generó, a su vez, un brusco y fenomenal aumento de los costos de transporte y de materias primas. Desde fin de 2019 el precio de un contenedor desde China a Occidente pasó de los u$s 1.000 a u$s 10.000 o más, el cobre aumentó un 50%, el carbón 130%, el gas licuado 70% y el petróleo 25%.
El atasco provocó, también, escasez de suministros como semiconductores para bienes de consumo, de transporte y de capital, y de magnesio, producido principalmente por China e indispensable para el aluminio de alta resistencia que utilizan numerosas industrias. Todo esto está retrasando la recuperación de la producción y generando aumento de la inflación.
Ante la fragilidad de las redes de producción transfronterizas y el enfrentamiento estratégico EE.UU.-China, numerosas firmas y gobiernos trazaron objetivos de deslocalización de plantas, principalmente desde China, hacia otros destinos. Pero, como se advierte desde que se inició esa tendencia (Farrell, Roubini, Tyson, Acemoglu, etc.), semejante operación no es técnicamente fácil ni económicamente barata. Las empresas, especialmente las involucradas en cadenas o redes de valor, y las economías, son estructuralmente interdependientes, por lo cual no se va a producir una gran deslocalización y desconexión, sino una progresiva y limitada relocalización y reconexión. Es que, ni las empresas estadounidenses pueden prescindir del mercado y la mano de obra china, ni China puede prescindir de sus clientes y de las empresas extranjeras de las cuales recibe capital y extrae tecnología y conocimientos, aun cuando acelere el desarrollo de sus propios recursos.
Por otra parte, la fragmentación económica y la rivalidad aceleraron la carrera de empresas y gobiernos en la carrera tecnológica, especialmente en campos vitales como la Inteligencia Artificial, tecnología cuántica y, al calor de las necesidades sanitarias, la industria biológica y farmacéutica.
La reconfiguración del espacio mundial ha dado lugar, a su vez, a una agudización de la diferencia y hasta rivalidad entre los intereses y objetivos empresarios (más vinculados al beneficio privado y de corto plazo) y los de los Estados (más vinculados, al menos teóricamente, al beneficio social y al largo plazo). Esto se refleja en las discusiones entre los gobiernos de Estados Unidos y Europa con las grandes tecnológicas en temas de acceso y procesamiento de datos o en lo que se refiere a inversiones y transferencias de tecnología dirigidas a China. En China tiene lugar a su vez, una dura ofensiva regulatoria y política sobre grandes empresas para encuadrarlas en las políticas de Estado.
Las conexiones público-privadas están también, por lo tanto, en plena redefinición con resultados inciertos.
Dilemas y desafíos
La carrera competitiva-tecnológica tendrá grandes efectos en las relaciones económicas internacionales, con consecuencias negativas para los que menos invierten en educación y conocimientos y que, de no cambiar de orientación, afrontan un creciente atraso relativo en términos económicos y políticos. Las estadísticas de inversión en I&D dan una idea de esta situación: el gasto en I&D en relación al PBI es del 4,8% en Corea del Sur, 2,8% en Estados Unidos, 2,2% en China, 1,3% en Brasil y 0,5% en Argentina (Banco Mundial).
Dentro de cada país, la aceleración tecnológica amenaza con una mayor postergación de trabajadores de sectores que se atrasan relativamente y que pueden, según los observadores más alarmistas (Cf. Yuval Harari) convertirse en prácticamente redundantes y marginales.
Julio Sevares
Integrante
Departamento de Relaciones Económicas Internacionales
IRI – UNLP