El pasado 3 de febrero, en el noreste de Siria, una “operación” del ejército estadounidense concluyó con la supuesta inmolación —según la versión oficial desde Washington— de Abu Ibrahim al-Hashimi al-Qurashi, último emir del autodenominado “Estado Islámico” (EI). Sin embargo, el grupo considerado “terrorista” (con todos los simplismos que dicha terminología conlleva para aprehender la complejidad de estos actores), no demoró en designar al nuevo califa: Abu al-Hasan al-Qurashi[1].
Si bien este tipo de operaciones por parte del ejército estadounidense suelen tener cierta trascendencia mediáticaen función de su supuesto “éxito” o “golpe” en la lucha contra el terrorismo, sería ingenuo pensar que terminar con la vida del líder de turno del EI implicaría mecánicamente la derrota total del grupo. La dinámica del actor ha mostrado gran capacidad de mutación en los últimos años, en donde la gran derrota militar sufrida hacia fines de 2017, cuando las fuerzas oficiales recuperaron los últimos dominios territoriales del EI en Mosul, marcó un punto de inflexión en las formas organizativas del mismo.
Dichos cambios se relacionan con el pasaje de una organización centralizada, que respondía al control de un dominio territorial específico y unificado, habitado por grandes contingentes poblacionales, a una dispersión y atomización del grupo en distintas “filiales”. No obstante, debemos remarcar, la atomización parece responder más a un criterio “geográfico” (en tanto surgen filiales en distintas regiones separadas unas de otras) que a una carencia organizativa. Al respecto, se siguen observando rasgos de sistematicidad y unificación de acciones. Ejemplo de ello fue el gran asalto, del pasado 20 de enero, a la prisión de Al Sina —bajo el control de fuerzas kurdas—, ubicada en el noreste de Siria, en la ciudad de Hasaka: en donde el EI buscó provocar la fuga de miles de excombatientes de sus filas.
En otras palabras, si durante sus años de mayor esplendor y dominio el grupo se asemejaba a una especie de gran “Leviatán” (Fig. 1), retomando la imagen hobbesiana[2], en la actualidad sería más adecuado pensar al EI en tanto Hidra de Lerna (Fig. 2), ese gran monstruo policéfalo que, según la mitología griega, Heracles logró vencer. Así como la simple decapitación de las cabezas de la hidra no se mostraba, para Heracles, como el método más eficiente para vencerla —dado que al decapitarla, nuevas cabezas surgían[3]—, dar con la muerte de los líderes del EI tampoco es lo más apropiado para la derrota del grupo.Si bien la verticalidad organizativa del grupo sigue primando, al no funcionar el mismo en tanto estado o “proto-estado”, la imagen de la hidra parece ser más adecuada para visualizar al EI: muchas cabezas, pero un mismo cuerpo.
Es fundamental comprender que el EI es un actor que va más allá de un menor o mayor “poderío” armamentístico, de pérdidas o conquistas de territorios o de fugas y reclutamientos de nuevos integrantes según las coyunturas. El grupo ha logrado, en todos estos años, una exitosa política comunicacional en donde la producción de contenidos audiovisuales y gráficos, le permite no sólo llegar a nuevo público, legitimarse y “revalidarse” permanentemente sino también apelar a cierto imaginario. A partir de ello, las identidades del EI parecen resurgir con mayor fuerza cuando sus “enemigos” le asestan los golpes, supuestamente, más duros. Paralelamente, no se descarta que dicha política comunicacional sea también fundamental en lo que hace a la perpetración y preparación de distintas acciones: es decir, ello también tiene su costado “pragmático”.
En este sentido, luego de la muerte de Abu Ibrahim al Hashimi al Qurashi, observamos videos, protagonizados por distintas “filiales” del EI —aunque la productora del material es la misma—, en donde la “unidad” del grupo es puesta en primer plano: es una “serie” de tres videos titulada como Jihad of the Believers Continues. Los yihadistas se agrupan en torno a imágenes centrales (por ejemplo las banderas negras) que son parte de una narrativa audiovisual mucho más amplia, producida desde hace varios años. Esa firme política sistemática de producción de contenidos (si bien ha variado y ahora observamos imágenes de menor calidad respecto a las del periodo 2014-2017 o vemos a yihadistas que hablan a cámara pero con sus rostros tapados o “blureados”[4]) es uno de los motivos más importantes para entender la rápida proliferación de “nuevas” cabezas.
En conclusión, ninguna ofensiva militar que centre sus objetivos en los líderes de la organización tendrá éxito en la desarticulación del grupo en su conjunto. Parece ser que el EI ha logrado generar algo mucho más abstracto, difícil de asir y de vencer: férreas y, al mismo tiempo, dinámicas identidades comunes. Que, si bien abstractas, sirven al actor para seguir regenerándose e incidiendo bélica y políticamente en áreas sensibles,tanto de la región como del mundo.
Las ofensivas contra el EI que no asuman dicha complejidad, y no lo aprehendan en un sentido que responde tanto a coyunturas recientes como a cuestiones históricas que hacen a la región, seguramente, estén destinadas al fracaso: cortar sus cabezas sólo hará que surjan nuevas.
Referencias:
[1] Lo que da cuenta de cierta revalorización de la “clandestinidad” a diferencia del periodo en los que el grupo tenía aspiraciones “estatales” concretas.
[2] Dicho alias apela a inscribir a los líderes del EI como descendientes de la tribu de los Quraish, en la cual nació, tal como nos recuerda Albert Hourani en su clásico texto titulado La historia de los árabes, el profeta Mahoma, en el año 570, en La Meca.
[3] Para un análisis pormenorizado de la importancia de dicha imagen en la conformación de distintas iconografías políticas, se sugiere ver: Bredekamp, H. (1998). “Die Brüder und Nachkommen des Leviathan”, Leviathan, vol. 26, Nº 2 pp. 159-183. Bredekamp, H. (2000). “Iconografía del estado: el Leviatán y sus secuelas”. En KritischeJustiz. VierteljahresschriftfürRechtundPolitik, pp. 395-411. Trad. Felisa Santos.Bredekamp, H. (2007). “Las estrategias visuales de Thomas Hobbes”. En Patricia Springborg (ed.), The Cambridge companion to Hobbes’s Leviathan, pp. 29-60. Trad. F. Santos. Cambridge: Cambridge UniversityPress,
[4] Para vencer a la hidra, Yolao, sobrino de Heracles, quemaba las “raíces” de las cabezas (tal como se aprecia en la Fig. 2) una vez que Heracles las decapitaba. Finalmente, cuando Heracles corta la cabeza inmortal de la hidra, la sepultó bajo una gran roca, en el camino que conducía a Eleo.
Federico I. Fort
Integrante
Departamento de Medio Oriente
IRI – UNLP