Centro de Estudios Chinos
Artículos
100 años del Partido Comunista Chino: una revolución*
Lo que queda por decir es lo que a menudo no se nos dice.
En cien años, la vida de miles de millones de personas ha cambiado constantemente: de un sistema feudal o semifeudal en presencia de las potencias colonizadoras, a una modernización forzada a una interiorización profunda de una ideología que vino de Occidente: socialismo con características chinas, estado socialista de derecho con características chinas, economía socialista de mercado representan algunos ejemplos de estas fusiones.
A partir de estos elementos el Partido Comunista ha generado revoluciones permanentes, perseverando en los objetivos a corto y largo plazo, a pesar de las temporarias caídas y el aislamiento internacional temporal.
A menudo hablamos de China como una ruptura entre tradición y modernidad, entre innovaciones y rituales. Este binomio dialéctico parece referirse a la «relación de relaciones», como escribió Qin Yaqing, describiendo en términos de la teoría de las relaciones, la meta-relación que rige entre Yin y Yang: dos elementos opuestos pero a la vez necesarios el uno para el otro, enemigos-amigos indisolubles capaces de crear una fuerza dinámica llamada “armonía”. También lo es China: todo lo bueno y todo lo malo, todo lo novedoso y todo lo antiguo, todo lo bello y todo lo horrible. ¿Pero no es esta dicotomía típica de la historia de todos los países? Entonces, ¿qué tiene China que nosotros no tenemos? ¿Qué ha permitido este desarrollo tan contundente?
Perseverancia en una ideología centrada en el pueblo-centrismo. La historia política del Partido Comunista de China ha representado un unicum en la historia: la unión entre una ideología socialista y la solidez de un cuerpo social enraizado en su propia identidad. El Partido Comunista de China ha encarnado el sufrimiento del pueblo chino, trabajando, estudiando, mejorando constantemente, sin cesar: un esfuerzo incesante, constante, hacia metas altísimas y valores comunes (también universalmente reconocidos por la comunidad internacional) como merecedores de afirmación: igualdad, eliminación de la pobreza, mejora del estado de bienestar, derechos sociales, Estado moderadamente próspero, protección del medio ambiente, accesibilidad y movilidad social.
Estas son las palabras que identifican la acción centenaria del Partido Comunista Chino en la actualidad. Al contrario, en Occidente ahora somos adictos a un sistema estático de forma unipolar o bipolar, patológicamente entendido: neoliberalismo, pulverización del Estado, acumulación económica, financiarización de la riqueza, explotación del trabajo, desempleo crónico, ajustes, resiliencia.
Estas palabras nos dan la dimensión de lo que se ha convertido la política interna e internacional occidental: esclavitud a las fuerzas ordoliberales, ciudadanos-consumidores, ciudadanos-espectadores, democracias títeres, falta de ímpetu para mejorar en una asfixia del pueblo. Una semántica de la decadencia.
Lo que representa China es la posibilidad de una alternativa viable, el así llamado «sueño chino», la urgencia de imaginar un horizonte distinto, hacia la construcción de una “Comunidad de destino compartido para la humanidad”, para una “democratización” de las relaciones internacionales donde la «interdependencia necesaria» entre Estados sea capaz de crear un “sistema simbiótico” global (como teorizado por la Escuela de Shanghai) en lucha con el poder imperialista secularizado.
Sin embargo, esta es una narración que muchas veces no nos cuentan: es una historia dura, una historia de contrastes permanentes, de “contradicciones”, como escribió Mao y como recordó Xi. Una historia revolucionaria. Una revolución.