Un día jueves del mes de marzo se dio inicio a uno de los eventos más devastadores e impactantes de Oriente Medio. Aquel 20 de marzo del año 2003, se daba por iniciada la Guerra de Irak (también conocida como Segunda Guerra del Golfo) cuando las tropas estadounidenses decidieron atacar mediante tácticas de bombardeo aéreo ciertos objetivos iraquíes.
Sin embargo, antes de ahondar en este enfrentamiento, es necesario comprender que sucedió para que este caos estallara: la relación entre la nación americana e Irak ya estaba colmada de tensiones y desconfianza desde hacía años; más precisamente desde 1990, cuando finalizaba la Primera Guerra del Golfo y Estados Unidos comenzaba a sospechar de la posibilidad de que Husein (líder iraquí) tuviera armas catalogadas como de “destrucción masiva”. De este modo, el gran Ayatolá permaneció bajo la sigilosa mirada de las fuerzas norteamericanas durante años esperando algún mínimo motivo para desplegar su gran poderío.
Así, llegamos al año 2003, cuando la desinformación y los rumores del gran peligro que suponía Irak se afianzaron y acrecentaron aún más. Previamente, ya habían sido denunciados frente a la Asamblea General y el Consejo de Seguridad pertenecientes al organismo internacional conocido como ONU (Organización de las Naciones Unidas), pero ante la poca respuesta, Estados Unidos junto con una coalición de países (Reino Unido, España, entre otros) decidieron que deberían intervenir de una manera más “directa”: por ende, invadieron el territorio iraquí.
De este modo, aquel 20 de marzo en la madrugada se solicitaron los primeros ataques aéreos mientras George Bush hacía oficial la invasión, ordenando que las tropas localizadas en las fronteras se movilizaran hacía los sectores de combate.
Por más que el ejército estadounidense contó con algunas dificultades, no le resultó un gran esfuerzo derrotar a la infraestructura pelotera del país medio-oriental que se encontraba en una situación de gran inferioridad frente al gran poderío de la coalición.
La intervención militar duró varios años; tiempo en el que se logró derrocar y capturar a Sadam Husein e intentar imponer una fallida democracia, pero no hallar esas poderosas armas nucleares que habían sido motivo de tan grande preocupación para la nación norteamericana.
Actualmente, es de público conocimiento que la razón por la cual Estados Unidos decidió arremeter contra Irak estaba basada en falacias para cubrir la ilegalidad de la invasión. Así, ante la retirada de las tropas de la coalición Irak quedó en ruinas, totalmente vulnerable, con una gran cantidad de muertes (que varían desde los 40.000 a los 150.000) tras la guerra de casi una década.
Valentina Guillou
Colaborador de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales
Departamento de Historia
IRI – UNLP.