El 28 de Junio de 1919 se firmaba en la galería de los espejos del Palacio de Versalles, el tratado que pondría fin, de manera oficial, a la Primera Guerra Mundial.
Habían pasado exactamente 5 años del atentado en Sarajevo, en el que la muerte del archiduque Francisco Fernando y su esposa, fue la chispa que encendió el conflicto internacional más sangriento que había sufrido hasta entonces la humanidad.
Entre nueve y diez millones de muertos. Veinte millones de soldados heridos. Europa devastada y dividida a una escala nunca antes vista.
“Artículo 231: Los gobiernos aliados y asociados ratifican la responsabilidad de Alemania y de sus aliados por haber causado todos los daños y perjuicios a los que las potencias aliadas y asociadas a los gobiernos y sus nacionales han sido sometidos como consecuencia de la guerra que les impone la agresión de Alemania y sus aliados.”
El artículo mencionado anteriormente abre la parte VIII del tratado, en el que se establecían las reparaciones e indemnizaciones que debía pagar Alemania. Dichas reparaciones serían una dura carga para el pueblo alemán, y, según muchos autores, el caldo de cultivo que abriría paso a la figura que llevaría al país a iniciar el próximo conflicto internacional.
Si bien, los vencedores reconocieron en el tratado, que Alemania no se encontraba en condiciones de pagar estas reparaciones, las sanciones económicas no fueron leves.
De hecho, en Versalles se decidió la creación de una comisión compuesta por representantes de los Aliados, la cual debería establecer el monto total de la deuda.
Asimismo, dicho Comité ordenó que Alemania debía restituir toda la flota mercante dañada durante el conflicto y pagar anualmente 44 millones de toneladas de carbón, 371 000 cabezas de ganado, la mitad de la producción química y farmacéutica, la totalidad de barcos, submarinos, etc., durante cinco años. A su vez, Alemania perdía todas sus colonias y debía abonar 132.000 millones de marcos de oro alemán (en aquel momento equivalente a 31.400 millones de dólares que hoy serían 442.000 millones de dólares)
La derrota alemana también significó la desaparición del antiguo Imperio y la pérdida de una serie de regiones productivas importantes. Además, el territorio quedó desmilitarizado y dividido por el corredor polaco.
El país había sido totalmente humillado, y, además de ser identificado como el único responsable de la guerra, fue aislado de la comunidad internacional. En efecto, cuando se creó la Sociedad de las Naciones, Alemania no pudo ingresar como miembro.
Como se sabe, este organismo finalmente fracasó, sobre todo porque los EEUU nunca participaron de sus actividades.
Así, en el mismo lugar donde Otto Von Bismarck había celebrado la unificación de su nación en 1871, se firmó la rendición incondicional de Alemania; una rendición que, pocos años después, sería una de las causas del inicio de una contienda mucho más
larga, más destructiva y más sangrienta.
Santiago Robles
Colaborador de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales
Departamento de Historia
IRI – UNLP