Los atentados del 11 de septiembre de 2001 cambiaron definitivamente el paradigma bajo el cual se conciben las relaciones internacionales. Esa bisagra marca una nueva etapa en el sistema internacional, a partir de la cual la hegemonía norteamericana buscará reafirmarse a través de la instauración de un modelo de orden donde un nuevo enemigo será quien reconfirme el rol norteamericano de policía mundial, defensor de la libertad, los derechos humanos, la democracia y el libre mercado. Ese nuevo enemigo es el terrorismo internacional, según reza la Doctrina de Seguridad Nacional norteamericana promulgada en el año 2002.
Pero tanto las acciones militares llevadas a cabo en Medio Oriente, como la persecución de cualquiera que pudiera ser considerado sospechoso sin contar con ninguna prueba en el propio territorio norteamericano (a través de la promulgación del Acta Patriótica), y el tratamiento dado en los medios de comunicación a las cuestiones del terrorismo, apuntaban solo a lo que denominaron “terrorismo islámico”, “extremismo islamista”, “yihadismo” y otras denominaciones que pusieron en el foco a una comunidad religiosa que cuenta con más de 1600 millones de seguidores en todo el mundo. Cabe preguntarse si, a partir de allí, se hacía realidad la “profecía” de Huntington acerca de que el nuevo mundo post guerra fría sería el mundo de la guerra civilizatoria. Quizás sea demasiado temprano para decirlo, pero algunos indicios nos llevan a pensar en un mundo de separatismos, divisiones, segregación, racismo y xenofobia. Un ejemplo claro de ello se observa en la crisis migratoria y las reacciones xenófobas en Europa y Estados Unidos.
Es cierto que la política exterior de Estados Unidos y sus aliados hacia la región de Medio Oriente, profundizó un sentimiento antinorteamericano, existente ya con anterioridad; pero, paralelamente, y con la ayuda de algunos medios de comunicación en Occidente se ha contribuido a una creciente islamofobia, gracias a la construcción de un estereotipo del mundo islámico. Así el relacionamiento prácticamente permanente del término terrorismo con el islam, ha sido lo habitual en cualquier medio de comunicación.
Por su parte, en Occidente se hizo visible en los últimos años, el crecimiento de una ultraderecha conservadora y xenófoba. Muestra de ello es la llegada al poder de personajes que no ocultan sus ideas racistas y discriminatorias hacia diversas minorías. Muy por el contrario, es ese discurso de campaña el que caló hondo en un público constituido en su mayoría por personas que supieron encontrar en el extranjero, el otro, el desconocido, al culpable de sus problemas económicos cotidianos.
La nueva ola nacionalista en el mundo termina trasluciéndose en una xenofobia generalizada, y particularmente a una que ha demarcado al islam como el gran enemigo público. Una serie de discursos, noticias y opiniones –aparentemente calificadas-, han ayudado a la constitución de esa imagen distorsionada de una de las grandes religiones monoteístas, cuya raíz etimológica se traduce como paz (el término Islam viene de salam, palabra árabe que significa paz).
El terrible atentado de Nueva Zelanda confirma las lamentables consecuencias de estos cambios globales. Uno de los hechos llamativos de esta masacre perpetrada por un autodenominado “supremacista blanco”, es que, en la mayoría de los medios de comunicación, los columnistas se han abocado al análisis del fenómeno de las redes sociales y el control de estas sobre sus contenidos. Se trata de una arista muy importante de estos atentados, ya que la mayor expansión de la noticia es el gran objetivo de un ataque terrorista. Sin embargo, no se trata del meollo de la cuestión. De hecho, tampoco lo llaman atentado terrorista. En la mayoría de los casos se habla de extremismo o supremacismo blanco, expresado por lobos solitarios que gracias a las redes comparten esta nueva ideología, azuzada por las nuevas extremas derechas del mundo. Sin embargo, la cobertura ha carecido de un análisis donde se utilice la palabra terrorismo con la misma facilidad con que se hizo uso en atentados anteriores, perpetrados en países europeos por individuos impregnados también por ideologías tomadas desde las redes, pero siempre vinculadas a grupos terroristas que utilizan a la religión islámica como un estandarte que esconde sus propios objetivos particulares.
De esta manera, se va creando el fantasma de blancos vs islámicos, y pareciera que poco a poco, el mundo realmente fuera convergiendo hacia el famoso choque de civilizaciones. Sin embargo, las principales víctimas del mal llamado terrorismo islámico son en su inmensa mayoría musulmanes que viven en países como Irak, Afganistán o Siria, hoy desgarrados por conflictos causados o profundizados desde las potencias occidentales, que utilizan esta región como piezas en un juego de ajedrez que muestra los movimientos estratégicos de cada una de ellas en pos de la lucha hegemónica.
No obstante esa realidad, los musulmanes del mundo se han convertido en objeto de rechazo y temor, en una comunidad estigmatizada por el desconocimiento, a raíz de la construcción de un estereotipo creado desde Occidente con las campañas militares poco claras en cuanto a sus causas, y con discursos que han promovido el temor hacia un Oriente desconocido desde este lado del planeta.
A diferencia de las reacciones luego de ocurridos los atentados en Francia e Inglaterra, esta vez no hubo una masiva presencia de cadenas de todo el mundo transmitiendo en vivo los días subsiguientes, ni tampoco las redes sociales se llenaron de cintas negras en señal de luto. A pesar de esta mirada pesimista que emerge a pocas horas de haber observado la tremenda crueldad de la que es capaz el ser humano contra sus pares, sus hermanos, un halo de esperanza puede verse en las reacciones del gobierno neozelandés y algunas muestras de solidaridad alrededor del mundo. Por lo pronto, y en lo que respecta a nuestro país, la convivencia interreligiosa sigue siendo un pilar indiscutible de nuestra sociedad, y debemos bregar porque así continúe, como sucede en toda América Latina.
Leila Mohanna
Integrante del Departamento de Medio Oriente