Debo comenzar señalando que el contenido de esta breve opinión es absolutamente personal. Tengo la suerte de compartir un espacio académico donde sigue vigente la posibilidad de pensares distintos, de debatir, de sostener ideas diferentes sin que ello se transforme en una batalla por “destruir” al otro. Por supuesto, frente a lo que vive hoy Venezuela existen al interior del Instituto de Relaciones Internacionales de la UNLP diferentes posiciones y esta es solo una de ellas: la mía.
Lo que ocurre hoy en Venezuela no puede sorprender a nadie. Los sucesos han transcurrido como en una película de terror ya vista, en la que sabemos lo que viene después y apartamos la mirada para evitar las imágenes que pagamos por ver.
La irresponsabilidad mostrada por todas las partes involucradas es absoluta. Han fallado todas las instituciones -nacionales, regionales y la propia ONU-, han fallado todos quienes tienen responsabilidades de liderazgo y que tenían capacidad de influencia en el país. Han fallado los medios y los intelectuales. Todos parecen haberse trepado, de una manera u otra, a la lógica binaria del buenos y malos, deseables e indeseables.
Creo sinceramente que llevados a ese punto los únicos “buenos”, si cabe la palabra, son aquellos y aquellas que se encuentran atrapados en esta espiral, poniendo el cuerpo y la sangre en tierra.
Venezuela nos enseña, o puede enseñarnos, muchas cosas. Estas son en mi opinión algunas de ellas de las que deberían aprender gobernantes en todo el mundo:
- Cuando se utilizan las herramientas de la democracia para fines personales el resultado es trágico: forzar las reglas y las instituciones democráticas en cualquier país del mundo para que respondan a las necesidades de corto plazo -incluso meramente electoralistas- de los gobernantes es de una necedad, por decir lo menos, absoluta. Sin llegar a la situación que hoy se vive en Venezuela, donde los poderes ejecutivo y legislativo sobrepasan los límites, vemos este mismo juego repetirse de manera cotidiana a lo ancho del mundo: procesos inviables que se fuerzan hasta el extremo, interpretaciones retorcidas de normas para que digan lo que se quiere que digan, adopción de procedimientos de emergencia en ausencia de emergencias son solo algunos ejemplos de esta lógica nefasta.
- Cuando la democracia se autojustifica apartándose de valores que le dan base, se convierte en un espacio para el todo vale. No puede haber orden democrático alguno conducido por fuera de los derechos humanos. Ningún ideal político puede ayudar a un pueblo a vivir en democracia o a progresar si no es capaz de respetar y promover los derechos humanos. Si bien parece haber acuerdo general respecto de este punto, no siempre supera la declamación: ubicar la economía por encima de las personas y los equilibrios fiscales por encima de las necesidades humanas básicas es una política extendida y fomentada por varios niveles de gestión, desde subnacionales hasta internacionales y horadan la democracia porque atentan contra la vida misma.
- Vinculando los dos elementos anteriores, priorizar la propia conveniencia por sobre el interés de un pueblo es una forma de violencia inaceptable. También habrá consenso sobre esto, pero es innegable que los Estados Unidos, hoy encabezando la diplomacia que busca la salida de Nicolás Maduro de la presidencia, podía haber “ahogado” a ese gobierno sin violencia simplemente dejando de comprarle petróleo. La dialéctica inflamada de unos y otros le ha sido funcional a ambas partes.
- Una organización internacional que se precie de defender la democracia no debe azuzar las diferencias sino ser responsable y trabajar desde las diferencias. Flaco favor le ha hecho el Sr. Almagro a la vida institucional venezolana desde su cargo al frente de la OEA. Los Estados deben empezar a entender que los cargos internacionales de relevancia no deben ser ya utilizados para premiar amigos o “esconder” a indeseables: en un mundo cada vez más global esas posiciones se vuelven más y más relevantes y están llamadas a tener que lidiar con problemas crecientemente complejos y sensibles.
- No hay democracia sin diálogo. Una afirmación simple pero que no está funcionando. El adversario es el enemigo, sus razones no se escuchan, no tiene nada interesante por decir y, cuando el adversario ha perdido unas elecciones, eso es la afirmación de su incapacidad y de lo errado de todo su discurso. Sobran los ejemplos, no necesito incorporar ninguno aquí, pero sí señalar que esta postura es un requisito necesario, aunque no suficiente, para cualquier forma de desagregación social (fascismo, xenofobia, etc.), y una sociedad quebrada no puede construir los lazos sociales que requiere el impulso de los derechos humanos, lo que nos lleva al punto 1.
Soy pesimista, y lo lamento, sobre el futuro inmediato de Venezuela. Aún así, me niego a desviar la mirada, eligiendo no ver.
Javier Surasky
Departamento de Cooperación Internacional y Desarrollo