Venezuela ha dado muestras de que siempre se puede descender un poco más. En el contexto de un profundo agravamiento de la crisis institucional que gran parte de la Comunidad Internacional ha condenado, Nicolás Maduro ha asumido su segundo mandato presidencial de seis años tras unas elecciones (en el mejor de los casos) amañadas, sin veedores internacionales independientes, sin oposición política real (dado que los principales dirigentes de la oposición se encuentran encarcelados o proscriptos) y con denuncias de fraude que fueron reconocidas como válidas por la propia empresa que fuera contratada para llevar a cabo los comicios.
La puesta en escena de la asunción de Maduro tuvo lugar el 10 de enero, con escasísima presencia regional (sólo los presidentes de Bolivia, Cuba, Nicaragua y El Salvador estaban presentes, junto con el presidente de Osetia del Sur, país escasamente reconocido como tal) ante la Corte Suprema, y no frente a la Asamblea Nacional, como lo prevén las normas venezolanas, en virtud de que la misma se encuentra en manos de la oposición política, y Maduro no le reconoce poder alguno.
Por otro lado, el Grupo de Lima (con la única excepción de México) ha desconocido al régimen bolivariano como legítimo, y en su lugar (al igual que la Unión Europea, la OEA y Estados Unidos) han reconocido al presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó como Presidente Interino, a la vez que ha instado a Caracas a encarar un período de transición que termine con elecciones libres y abiertas. Todo ello parece muy difícil de ser materializado en el mediano plazo, dado que más allá de la legitimidad que pueda reconocérsele a la Asamblea Nacional, es muy poco lo que en los hechos el Poder Legislativo venezolano pueda hacer.
Desde este espacio hemos denunciado una y otra vez a las “democraduras”, tanto las de la región como a las de otros espacios geográficos (ver, por ejemplo, https://www.clarin.com/opinion/ahora-deficit-latinoamericano-democracia_0_B12oZSMXm.html ) y entendemos que hay que hacerlo de manera consistente, cada vez que se presente una situación de riesgo para el legítimo y real ejercicio de la vida democrática de los pueblos. Para dimensionar lo grave de las penurias vividas por los hermanos venezolanos, resulta pertinente recordar lo que en su momento afirmara uno de los más emblemáticos demócratas que nuestro país ha alumbrado: “… Con la democracia se come, se cura y se educa…” Lamentablemente, el pueblo venezolano se encuentra privado de todo ello, dado que se le ha impedido contar con lo básico: el derecho a elegir su propio destino.