La noticia no es sólo que el Partido Demócrata recupera la Cámara Baja, sino que la misma será ocupada por un centenar de mujeres candidatas –de diferentes orígenes, razas, religiones y sectores socioeconómicos–, en un país liderado por un Presidente que desde su primer momento en el Ejecutivo ha avanzado en políticas (y discursos) de tradición machista, homofóbica, clasista y xenófoba.
La respuesta a la postura de Trump se vio reflejada en la movilización masiva femenina en torno al movimiento #MeToo y a la Women’s March, espacio de resistencia creado en el 2016, cuya finalidad fue impulsar a que las mujeres se convirtieran en lideresas y, en consecuencia, a ser artífices de realidades que no las opriman. De esta forma, además de estimularlas para que ejerzan como actrices sociales de su Nación, su presencia en el Congreso tiene como objetivo reducir el poder de los republicanos en esa esfera.
El resultado de estas iniciativas está a la vista, ya que desembocaron en un activismo político de carácter insólito para la historia estadounidense: más de 400 mujeres se presentaron inicialmente para ser candidatas demócratas. Entre los ejemplos más destacados de aquellas que ocuparán puestos de toma de decisión en el Congreso, se encuentran: Ilhan Omar, refugiada somalí, por el Estado de Minnesota y Rashida Tlaib, de origen palestino por el Estado de Michigan, que se convierten en las dos primeras musulmanas en tener sus bancas; la joven Alexandria Ocasio-Cortez, de ascendencia latina y nacida en el Bronx; y Ayanna Pressley, primera mujer negra en representar al Estado de Maassachusetts.
Asimismo, cabe destacar a las representantes de la comunidad hispana, Sylvia R. García y Verónica Escobar, por el Estado de Texas; y a Jeannete Nuñez, que será la primera vicegobernadora de origen cubano de Florida. También habrá dos mujeres indígenas: Sharice Davids, lesbiana y activista LGTBI, por el Estado de Kansas; y Deb Haaland, de la tribu Laguna Pueblo que representará en la al primer distrito de Nuevo México.
En un contexto regional donde los conservadurismos y la violencia de género pretenden ganar terreno, las mujeres nos organizamos y disputamos representación, poder, respeto y derechos. Lo hacemos en las calles, en las aulas, en nuestras casas, en las fábricas, en la academia; y ahora –cada vez más– también en la política. Porque, tal como expresó en 1982 Hazel Carby pensando en las mujeres negras, la historia oficial no sólo señala “ausencias”, sino que también nos indigna cómo se nos han hecho visibles, cuando elegían vernos. Eso está cambiando, pues ¡ahora sí nos ven! Organizadas, fuertes y decidiendo el destino de muchos/as.
Dulce Daniela Chaves
Centro de Estudios en Género(s) y Relaciones Internacionales