El pasado 1 de julio Andrés Manuel López Obrador (AMLO) confirmó todos los pronósticos y se convirtió en el primer presidente de izquierda en la historia de México. Su victoria se daba por descontada dado el fuerte apoyo popular que registraba en las encuestas, lo que sorprendió fue la holgura de su triunfo: de acuerdo a datos del instituto Nacional Electoral cosechó el 52 % de los votos, ganó en treinta y uno de los treinta y dos estados federales, y según estimaciones de la consultora Mitofsy el partido Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) podría disponer de mayoría tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado.
A esto tenemos que destacar el desplome de los partidos tradicionales. El principal perjudicado por la ola de cambio fue el Partido Revolucionario Institucional (PRI), su candidato José Antonio Meade obtuvo la peor performance electoral en la historia del partido (16% de los votos) y los estudios estiman que el otrora partido/estado pase de ser la primera a la quinta fuerza en Diputados. El Partido Acción Nacional (PAN) tampoco se salvó de la debacle, a pesar de que su candidato Ricardo Anaya cosechó el 22,44 % de los sufragios, el partido sólo logró mantener su bastión conservador Guanajuato.
La performance arrolladora de AMLO despertó la esperanza de miles de mexicanos que ahora esperan que el veterano dirigente tabasqueño promueva cambios estructurales en un país plagado de asimetrías, en las que el crecimiento económico generado por las políticas pro libremercardo sólo sirvieron para enriquecer a las elites mientras millones de mexicanos se sumergen en la pobreza. A pesar de que el crecimiento promedio del PIB en México en los últimos ocho años promedió el 3.1%, un total de 3.9 millones de mexicanos cayeron debajo de la línea de la pobreza durante ese periodo, sumándose a la cifra que, según estadísticas del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, actualmente alcanza a 53,4 millones de personas (el 43,4% de la población total).
Además de la deuda social López Obrador deberá hacer frente al complejo problema del narcotráfico y las bandas criminales organizadas, las cuales no dudan en hacer uso de su poder de fuego para imponer sus intereses y eliminar a todo aquel que perjudique sus negociados. Una muestra en este sentido es que un total de 133 políticos fueron asesinados durante la campaña electoral, un aumento de 1255% en comparación con los comicios anteriores en los que se registraron nueve ejecuciones de candidatos.
Como dijimos las expectativas que genera el triunfo AMLO son altas pero no está claro si la “renovación” promovida por el candidato de MORENA va a alcanzar para solucionar los graves y complejos problemas que atraviesa la democracia mexicana.
Primero es necesario ver qué perfil adoptará el dirigente una vez que llegue a Los Pinos. En consonancia con su viraje populista, López Obrador pasó de ser en 2006 un político de carrera a promover un discurso antiestablisment que le dio mucho rédito electoral como consecuencia de la mala imagen que posee la clase política en el país a raíz de los altos niveles de corrupción e impunidad.
En la última campaña promovió un discurso marcadamente más pragmático en relación a los comicios del 2012, haciendo hincapié en slogans amplios para tratar de acumular el respaldo de todo el arco político en el marco del perfil “atrapatodo” (catch-all party) que le confirió a la coalición “Juntos Haremos Historia”. La estrategia resultó exitosa ya que permitió que su candidatura sea respaldada no sólo por los sectores pobres y partidos de izquierda sino también por sectores evangélicos de derecha, empresarios, profesionales, entre otros. Los sectores empresariales, que tendrán una presencia fuerte en el futuro gobierno con el empresario Alfonso Romo quien se perfila como posible Jefe de Gabinete, esperan que el alto perfil de López Obrador sirva para hacer contrapeso a la prepotencia con la que el presidente estadounidense Donald Trump está llevando adelante la renegociación del TLCAN (Tratado de Libre Comercio del Atlántico Norte). Algo que según su óptica Peña Nieto ha sido incapaz de realizar.
En su discurso de victoria el flamante presidente electo se comprometió a llevar adelante “cambios profundos con apego al orden legal establecido”. Los primeros cien días de su gobierno serán claves para determinar hasta qué punto está dispuesto a llevar adelante las propuestas de cambio que lo llevaron a la presidencia, o si su voluntad reformista se terminará diluyendo como consecuencia de los acuerdos políticos generados en el marco de una dinámica institucional que reproduce la exclusión y la violencia.
Matías Mongan
Departamento de América Latina y el Caribe