El 1 de febrero Rex Tillerson brindó una conferencia en la Universidad de Texas, su alma mater, donde expuso los lineamientos del compromiso de los Estados Unidos con el hemisferio occidental, eufemismo que utiliza la diplomacia estadounidense para referirse al continente americano. El Secretario de Estado, quien celebraba su primer año en ese cargo (el cual transcurrió con algunas turbulencias en sus relaciones con el Presidente), manifestó que los tres pilares de la política estadounidense hacia la región serían la búsqueda de crecimiento económico, de seguridad ante el incremento de las organizados delictivas trasnacionales y de gobernanza democrática. Esta conferencia fue el puntapié inicial en su primer viaje a América Latina y allí dejó en claro por qué los destinos elegidos eran México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica.
La ausencia de Brasil en la lista no pasó inadvertido a muchos analistas y a los diplomáticos brasileños. Consideramos que la misma debería ser leída teniendo en cuenta la dificultad que muestra hoy Brasil para liderar el acuerdo regional con los Estados Unidos sobre la política hemisférica derivada de la crisis interna que atraviesa, y no como una quita del respaldo norteamericano al rumbo político y económico del gobierno de Temer.
Los países que se eligen en las primeras visitas oficiales suelen marcar el ritmo de la agenda bilateral y regional. No son elegidos al azar, sino que tienen una significación simbólica y también estratégica. En este sentido, cabe preguntarnos cuál es el rol que juega Argentina en este escenario y por qué ha sido elegida como uno de los cinco primeros destinos del Secretario de Estado.
Para aquellos que no siguen profundamente la relación bilateral argentino-estadounidense puede resultar extraño que la primera ciudad que visitó Tillerson haya sido Bariloche, ya que si bien la cooperación bilateral en materia de conservación de territorios protegidos (el Secretario visitó el Parque Nahuel Huapi y se reunió con biólogos e investigadores de Conicet y becarios Fulbright) es un tema interesante, no ocupa los titulares de los diarios. En este sentido, cabe mencionarse que la cooperación científica es una línea de trabajo que continúa a pesar de los cambios de administraciones en ambos países, e incluso ha generado suspicacias por la elección estratégica de la ciudad de Ushuaia para la instalación de un polo científico para la investigación. En contraste, los otros temas en el top de la agenda son el comercio y la cooperación en seguridad, los cuales no son nuevos y -como hemos ido dando cuenta desde el Departamento de América del Norte en los últimos Anuarios- han atravesado altos y bajos con momentos de gran sintonía política y de mayor alejamiento.
Ahora bien, la cuestión que no ha sorprendido es la inclusión de la situación política venezolana en la relación argentino-estadounidense. Además de celebrar las reformas de apertura económica de la administración de Mauricio Macri y ponerlo como ejemplo para la región, la diplomacia estadounidense ve con muy buenos ojos la posición del Gobierno argentino con relación a la situación política interna en Venezuela. Posición que ha sido manifiesta en diferentes oportunidades por el propio Presidente y sus ministros de Relaciones Exteriores Susana Malcorra antes, y Jorge Faurie después -aunque debemos mencionar que la primera abordó la problemática con matices frente a la postura del propio Presidente y del Jefe de Gabinete Marcos Peña, mientras que el actual canciller coincide plenamente con la Casa Rosada y ha instalado la cuestión en todos los espacios diplomáticos posibles, incluyendo encuentros bilaterales con aliados de Venezuela tal como aconteció en el diálogo de Macri con Putin-. Sin dudas, en el ámbito latinoamericano el hito más destacado es la suspensión de Venezuela del MERCOSUR por la aplicación del Protocolo de Ushuaia.
El Gobierno de los Estados Unidos no ha variado su posición respecto a Venezuela en los últimos tiempos, denominándolo una tiranía y dictadura, y presiona en los espacios multilaterales en los que participa, como por ejemplo la OEA, para que otros países se unan a su condena. En aquellos espacios multilaterales en los que no tiene asiento, como el Grupo de Lima, la diplomacia estadounidense busca aliados para que lo hagan en su lugar, y allí es donde Argentina toma un rol destacado. El Grupo de Lima está integrado desde el año 2017 por Argentina, Canadá, Chile, Colombia, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Brasil y Costa Rica y busca una solución regional para la crisis venezolana. Cabe destacar que la dura posición del Gobierno argentino sobre la situación política en Venezuela no es aislada, sino que está en sintonía con la mayoría de los países de la región -exceptuando a los tradicionales aliados de Caracas, Bolivia y Ecuador-. Los otros destinos de la gira sudamericana, Perú y Colombia, también se suman a las voces críticas hacia el Gobierno de Nicolás Maduro e instan a una restauración de la democracia en este país.
La gira de Tillerson tiene lugar en un momento particular para la región, ya que ante el llamado a elecciones anticipadas que hiciera el gobierno venezolano los países han adoptado diferentes posiciones y se ha reconfigurado el tablero diplomático: recientemente el Canciller chileno Heraldo Muñoz ha decidido suspender su participación en el proceso de diálogo entre el gobierno venezolano y la oposición en República Dominicana, y tanto el Grupo de Lima como la OEA han manifestado su rechazo a este próximo proceso eleccionario. Ante el crecimiento de la tensión en Venezuela, y las voces que agitan el conflicto –entre ellas, la del Senador por la Florida norteamericano Marco Rubio, quien en su cuenta oficial de Twitter explícitamente llamó al mundo a apoyar a las Fuerzas Armadas de Venezuela si deciden dar un golpe de estado contra Maduro– enfatizamos que es imprescindible que todos los gobiernos latinoamericanos reafirmen su apoyo a la búsqueda de una solución basada en el diálogo.
Guadalupe Dithurbide
Departamento de América del Norte