Donald Trump acaba de dar el paso que ningún presidente de los Estados Unidos, demócrata o republicano, se atrevió a dar en los últimos 22 años. A un mes de cumplirse un siglo de la Declaración Balfour, ha anunciado que reconoce a Jerusalén como Capital de Israel y ha ordenado trasladar a dicha ciudad la embajada de los EE.UU. Cabe mencionar que el Congreso autorizó en 1995 a emplazar la representación diplomática allí, pero todos los presidentes norteamericanos desde entonces, parte de las negociaciones de paz en la región, no se atrevieron a llevarlo a los hechos.
De esta manera, el presidente Trump cumple con una de sus promesas de la campaña electoral, contra las voces de Europa, el Vaticano, China, y los principales países musulmanes. También se ha separado de la “impostada y tradicional” posición de Washington de neutralidad, reflejado ello en la solución de “Dos Estados” para el problema palestino-israelí, decantándose definitivamente como un sostén de las pretensiones de Tel Aviv en dicho conflicto. En cierto sentido, blanquea lo que en realidad ha sido la postura de Washington al respecto, mucho más cercana a los intereses israelíes que al respeto del legítimo (y eternamente pendiente) derecho a la autodeterminación del pueblo palestino y al estricto cumplimiento de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas Nº 181, de 1947, que establecía la partición de lo que entonces era el Mandato de Palestina, para crear dos Estados: Palestina e Israel, resolución a la cual Estados Unidos votó favorablemente.
Sin entrar en detalles, cabe inferir que la paz en la región se aleja a pasos agigantados, y que la arriesgada jugada de Trump, quizás más motivada en variables domésticas que en temas de agenda externa, ha hecho del mundo un lugar aún más inseguro para la humanidad. De todos modos, las repercusiones son difíciles de mensurar. Donald Trump “ha metido la mano en un avispero”, contra lo que la prudencia dicta. Los indicios nos señalan que nunca oyó a la prudencia, y que carece la capacidad para pensar estratégicamente en lo que a política exterior respecta (la salida de Washington del Acuerdo de París y del TPP son muestra de ello). Sólo cabe señalar que, difícilmente, quien mete la mano en un avispero puede hacerlo sin ser picado.