El primer centenario de la publicación de la Declaración Balfour encuentra a la región del Medio Oriente atravesada por conflictos bélicos, protagonizados por la intervención de potencias internacionales y por movimientos de autodeterminación nacional. A diferencia de aquel mundo estremecido por la Gran Guerra, ninguna de las antiguas potencias europeas cuenta con la capacidad de ejercer el rol de tutelaje imperial que caracterizó el obrar del Imperio Británico, interesado en afirmar su liderazgo político en plena fase de expansión global del capitalismo industrial. En este sentido, constituía una preocupación para éste asegurar su comercio hacia el subcontinente indio y a China a través de los territorios gobernados por el Imperio Otomano que, agotada ya su fase de Tanzimat o reorganización, debió lidiar con la progresiva pérdida de sus Estados vasallos a lo largo del siglo XIX, a la vez que escuelas de pensamiento islámico y movimientos nacionales que desarrollaron iniciativas constitucionalistas clamaban autonomía estatal.
De 1915 a 1916 data la célebre “Correspondencia Hussein–McMahon”, cuando en plena Primera Guerra Mundial, el Reino Unido intensificó sus relaciones con las elites árabes locales del Imperio Otomano. El objetivo más inmediato para los británicos era atraer el apoyo árabe para los aliados y desestabilizar a los otomanos: familias nobles como los Hachemí de La Meca respondieron al llamado. Así, el Reino Unido alentó y apoyó la «Rebelión árabe» en la Península Arábiga y las regiones de la «Gran Siria». Ejemplo de ello fue el intercambio entre Sir Henry McMahon y Hussein de La Meca, quienes entablaron negociaciones sobre la cuestión de las futuras jurisdicciones independientes árabes y no árabes. En 1916,el acuerdo de Sykes-Picot, que lleva los nombres de los diplomáticos británico y francés que firmaron el compromiso mutuo de estos países aliados, cristalizó la fragmentación de la región anteriormente gobernada por los otomanos en diferentes partes que terminaron siendo administradas por ambas potencias. Dicho acuerdo estableció que una administración internacional se crearía en Palestina, refiriéndose a un área que se aproxima vagamente a la mitad norte de Israel/Palestina, al sur de aquella “Gran Siria”. No obstante, las implicancias de Sykes-Picot no necesariamente respetarían la promesa de los ingleses a los árabes, debido a la posición privilegiada en la red de relaciones de fuerza que el compromiso imperial británico tuvo con su aliada primordial en la guerra, Francia.
El incumplimiento de estas promesas se encadenó con otras que los ingleses hicieron a otros actores también sin intención de cumplirlas total ni inmediatamente. Precisamente, la Declaración Balfour de 1917 fue el primer compromiso oficial de un gobierno europeo para crear un hogar nacional judío en Palestina. El entonces canciller británico, Arthur James Balfour, se dirigió al barón Walter Rothschild, uno de los líderes más importantes de la comunidad judía británica, para transmitir el mensaje a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda de que «El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío…”. El mismo año Gran Bretaña se apoderó de Palestina de los otomanos y el Sharif Hussein de La Meca, entre otros líderes árabes, criticó la Declaración.
La “Gran Siria”, umbral entre tres continentes, representa hoy en día, por motivos diferentes, el foco de un cierto interés de ejercicio del poder político y económico para Estados como la Federación Rusa, cuyo papel actual en el conflicto bélico sirio deja entrever la importancia que su gobierno entiende en tanto locación estratégica para bases militares propias y, específicamente, para una salida marítima al Mediterráneo. Actualmente, la perspectiva de granjearse una posición privilegiada en el control de las rutas de gaseoductos que atraviesan Asia y suministran de estos recursos indispensables para la industria a Europa, deviene un capital altamente atractivo para dicho país. Sin embargo, la presencia territorial en esta sub-región del Medio Oriente constituye también un factor estratégico para potencias locales como Turquía, la República Islámica de Irán y el Estado de Israel.
En estos casos, cualitativa y diametralmente diferente con respecto a la era de Balfour, no se trata de Estados extranjeros con políticas expansionistas sino, precisamente, Estados arraigados en la geografía continental y con la capacidad de ejercer presión de acuerdo a agendas de interés propias con respecto a las políticas que países como Estados Unidos y Rusia diseñan para la región. Esto se manifiesta en sucesos de relevancia actual ineludible: la prospectiva emancipación del Kurdistán iraquí es uno de ellos. Cien años atrás fueron los gobiernos de Gran Bretaña y Francia aquellos encargados de negociar con liderazgos de afiliación clánica y tribal, estableciendo fronteras artificiales para “implantar” estatalidad entre naciones y grupos etno-religiosos que nunca habían pactado –pues la historia no se rige por necesidades y nunca faltaron al requisito de hacerlo– a partir de la figura simbólica de un “contrato social”. Hoy debemos entender el incumplimiento harto señalado por analistas por parte de los Estados mesoorientales de los rasgos básicos que Max Weber caracterizó sobre lo que es un Estado Nación, a partir de la praxis no sólo de las potencias internacionales como Estados Unidos, Rusia, las Naciones Unidas, la OTAN y la Unión Europea, entre otras, sino a partir de las prácticas que los Estados locales ejercen diaria y recíprocamente y que bloquean la pronunciación de cualquier “promesa extranjera” de estatalidad a un Kurdistán soberanamente independiente.
En la realidad centenaria a Balfour, el conflicto palestino-israelí se halla irresuelto y el antisemitismo, presente. En Israel/Palestina se da un nuevo intento de unidad nacional entre palestinos: no existe experiencia que augure para este nuevo esfuerzo un proceso de reconciliación decididamente superador de las diferencias entre Hamas (que rehúsa desmantelar su ala militar, atentando contra un proceso de desarme y constitución de una única fuerza armada nacional) y Fatah, y que dé lugar a un gobierno de transparencia y representación política legítima en sentido pleno. Del lado israelí, el gobierno amplía su red de aliados comerciales a nivel internacional pero se ve fuertemente asediado por la publicidad de su propia corrupción y, debido a su implacable política expansionista en Cisjordania y al vigor de una dirigencia política conservadora en la Knesset –su Parlamento–, altamente deteriorado a los ojos de la comunidad internacional. Actualmente, son Estados como Egipto y Jordania los promotores locales más convincentes de iniciativas de negociación y procesos de paz entre palestinos e israelíes dado el interés estratégico que representa para las dirigencias políticas de ambos gobiernos poner fin a dicho conflicto en términos de seguridad militar y apertura económica: el mismo interés es compartido por monarquías del Golfo que apoyarían tal reconciliación entre israelíes y palestinos.
Para concluir, el centenario de Balfour prescinde –como si fuese una ironía de la historia– de la intervención de un actor foráneo y de sus respectivas ambigüedades en la redacción de “declaraciones” y la manifiesta maleabilidad de intereses que articuló en beneficio propio –si es que el Mandato Británico puede considerarse un éxito de la diplomacia y de la economía imperial dada su tumultuosa y corta existencia y el deterioro que le provocó– al enfrentar al movimiento sionista con la población árabe de la Palestina histórica.
Ignacio Rullansky
Miembro
Departamento de Medio Oriente
IRI – UNLP