Los más de 500 muertos del ataque sobre el hospital gazatí Al-AhliArab provocaron consternación y búsqueda inmediata de culpables. Como en todo conflicto armado actual, una guerra híbrida, también se lucha en redes sociales y pantallas, o como expresó el número 2 de Al Qaeda en 2005, Ayman Al Zawahiri, se trata de “una batalla mediática”, así que difícilmente habrá consenso en la autoría de tamaño crimen sobre un recinto con personas de movilidad reducida o simplemente nula. Pero ya sean islamistas radicales de la Yihad Islámica, Hamas o las fuerzas armadas de Israel, en el pasado existió un nexo entre estos actores hoy enfrentados. Hacia 2019, en un discurso ante la Knéset, el Parlamento israelí, el actual Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu declaraba “El que quiera bloquear la creación de un estado Palestino debe apoyar el crecimiento de Hamás. Es parte de nuestra estrategia: aislar a los palestinos de Gaza de los palestinos de Cisjordania”. De esa manera expresaba su estrategia para evitar la creación de un potencial Estado palestino. En medio de una atmósfera viciada de la psicosis que siguió a la operación terrorista perpetrada por Hamas que culminó con 1400 víctimas israelíes el sábado 7 y 8 de octubre pasado, junto con la tradicional cohesión de la sociedad israelí ante una campaña declarada como nacional, no son pocas las voces que apuntan al líder del Likud como responsable indirecto del crecimiento de la organización islamista radical palestina. Entre los críticos más elocuentes se cuenta el periodista Amnon Abramovich, quien en un video viralizado acusó a Netanhayu de construir a la banda del terrorista “con sus propias manos”, aunque fue incapaz de advertir el riesgo de una tormenta –que ahora trata de frenar- y que lo ha superado.
Aunque, para ser preciso, mucho antes que Netanyahu en 1996 asumiera la titularidad de un Gobierno israelí -sumando en la actualidad 15 años discontinuos como Premier-, el Gobierno de Israel ya tenía contactos colaborativos con Hamas. Siguiendo la máxima “divide para reinar”, y emulando la ayuda que la CIA de Estados Unidos brindó al séquito de Osama Ben Laden durante las guerras /talibanes contra la Unión Soviética, poco después de la Intifada Palestina de 1987 los servicios de seguridad de Israel ya cultivaban contactos con los seguidores del Jeque Yassin, como una forma de fracturar el campo palestino, por ese entonces dirigido por la nacionalista y secular Organización para la Liberación (OLP) de Yasser Arafat. No pasó mucho tiempo para que la rama gazatí de la Hermandad Musulmana adoptara el acrónimo de Hamas (Organización de Resistencia Islámica), y no sólo disputara el liderazgo palestino, sino que además como una “Hidra bicéfala” atacara a sus “contactos” originales.
La pregunta es ¿Cómo es posible que después de la caída de las Torres Gemelas en Nueva York y de la historia reciente de refriegas con los palestinos un político curtido de experiencia militar no advirtiera que toda política de favorecer indirectamente actores auto declarados de religiosos arriesgaba prolongar y profundizar un conflicto? Lo anterior vale tanto respecto a su inclinación a evaluar erradamente a los radicales islamistas palestinos, como respecto a la promoción de su gobierno de intensificación de asentamientos judíos en la Cisjordania Palestina, aquella que los partidos conservadores y ultra-ortodoxos llaman la Judea y Samaria legada por Dios. Es que como demostraron las Guerras confesionales en Europa después de la Reforma hasta la Paz Westfalia en 1648, cada vez que se apela a la fórmula “en el nombre de Dios” en un conflicto armado la posibilidad de abrir negociaciones puede dilatarse al infinito.
En parte la respuesta la brinda Dominique Moisi en su obra “La geopolítica de las emociones” (2009). En Israel existiría una combinación de miedo, esperanza y humillación (en este último caso “más precisamente de resentimiento), que constituye un obstáculo para el éxito de un proceso de paz. Sin duda, estar constantemente bajo el ataque de enemigos terroristas que no pueden ser eliminados ni neutralizados, crea una sensación de frustración e impotencia”. Si a lo anterior agregamos una auto apreciación de excepcionalidad democrática y económica en la región, junto a la percepción de vulnerabilidad derivada de estar rodeado de enemigos hostiles, las posibilidades de reacciones desproporcionadas se incrementan en una sociedad determinada porque el trauma de la “Shoa” (el holocausto) no se vuelva a repetir. “El peso excesivo de la historia –explica Moisi– combinada con una ignorancia deliberada frente al otro, constituye una de las combinaciones emocionales más explosivas”.
Este cocktail emocional es interpretado políticamente por la coalición de derechas reunidas bajo el liderazgo de Netanyahu –formada por grupos conservadores como el Likud, junto a partidos nacionalistas ultras y ortodoxos religiosos-, una figura de retórica maniquea amigo/enemigo que para el investigador Daniel Filc es un claro ejemplo de la relación del populismo con la guerra, así como de políticas identitarias étnicamente exclusivistas. Dicha impronta es confirmada por la ex ministra de exteriores israelí, Tzipi Livni, quien reconoció en el Jerusalem Post –durante la campaña electoral de 2015- que Netanyahu no sólo había confrontado a la izquierda israelí como adversaria del Estado, sino que llevaba una carga de “rencor y miedo” a la alteridad árabe.
Más allá de este liderazgo, sin duda que el pueblo judío sabe de discriminaciones e inequidad mucho antes que los nazis implementaran su exterminio genocida, cultivando en su memoria colectiva la idea de justicia, idealmente no revanchista. En este sentido uno de sus relatos míticos del folclore medieval polaco asquenazí (siglos XI-siglos XVI) cuenta la historia de un ser animado creado por un rabino a partir de materia inerte que cobra vida por medio de un conjuro talmúdico y que la tradición recuerda con el nombre de Gólem. Siguiendo las órdenes del maestro judío fue empleado para salvar vidas de la comunidad hebrea. Hacia el siglo XIX la leyenda localizó al Gólem en la Praga de los Habsburgo. En dicha narración se acusaba falsamente a la comunidad judía de perpetrar la desaparición de un niño cristiano para utilizar su sangre en la celebración de los ritos pascuales. El emperador Rodolfo II exigió en algunas versiones el destierro judío, y en otras, su condena a muerte. Entonces el Rabino Löw mandaba a su Gólem encontrar al niño para salvar a los judíos. Y aunque lo lograba, posteriormente la creatura continuaba creciendo con accesos de ira y fuera de control, hasta llegar efectivamente a matar cristianos sin discriminación entre culpables e inocentes, por lo que Löw finalmente le liquidaba.
En este siglo y después de la desconexión unilateral de Israel de Gaza en 2005, varias operaciones militares israelíes, después de ataques a territorio israelí, castigaron a la Franja –como Lluvia de Verano de junio a septiembre de 2006, Plomo Fundido de diciembre de 2008 a enero de 2009 y Margen Protector de junio a agosto en 2014- mediante bombardeos, y reocupaciones temporales de Gaza. Así se fue configurando una de las áreas más pauperizadas del planeta, con características de ghetto por el férreo control de ingreso y entrada, más sus intimidantes sistemas de separación, mismos que fueron superadas las jornadas del 7 y 8 de octubre pasado. Hay que decir enfáticamente que, aunque a Israel le asiste el derecho de defenderse, cualquier respuesta desproporcionada que no contemple el derecho internacional humanitario respecto a toda población civil, en lugar de eliminar a Hamas o la Yihad estará indirectamente creando militantes de causa anti-sionistas dispuestos a todo. De esa manera una campaña terrestre, de combate urbano con furia ciega no traerá la paz, sino apenas la calma de los cementerios y aún más sangre en la siguiente generación. Más valdría colaborar con la sociedad internacional para establecer un corredor humanitario en la frontera entre Gaza y Egipto. Así de paso contribuiría a aplacar la otra ira, aquella que recorre capitales de Europa y Buenos Aires clamando por venganza.
Gilberto Aranda Bustamante