En 1941, y como parte de un ambicioso proyecto de expansión hegemónica, el Imperio de Japón decidió tratar de eliminar la influencia norteamericana en el Pacífico.
Liderado por su primer ministro, Isoroku Yamamoto, este ataque masivo fue ejecutado por una flota de más de 300 aviones que habían despegado de 6 portaaviones durante las primeras horas de la mañana. Como resultado de este raid, los norteamericanos perdieron 16 buques y 188 aeronaves. En cuanto a las pérdidas humanas, ascendieron a 2403 muertos y otros 1178 resultaron heridos de diversa
consideración. Por su parte, los japoneses perdieron 29 aeronaves y cinco mini-submarinos, además de sufrir 65 bajas militares entre muertos y heridos.
Es importante señalar que, más allá del hecho militar, esta agresión tuvo un efecto político trascendental. El pueblo estadounidense quedó profundamente conmovido con este suceso, lo cual le permitió al presidente Roosevelt obtener la autorización del congreso para entrar en la guerra. De hecho, muchos autores sostienen que los EEUU estaban buscando la oportunidad para involucrarse en el
conflicto. Pearl Harbour se la dio.
El 8 de diciembre, los Estados Unidos le declararon la guerra al Imperio del Japón y 3 días después, Alemania e Italia le declararon la guerra a los Estados Unidos.
Esto significó la verdadera mundialización de la guerra, la guerra más cruenta de la Historia.
Para muchos, el ataque a Pearl Harbour fue el motivo perfecto para cumplir con un objetivo de interés nacional. Como sostiene Willi Paul Adams, ya en 1940, los Estados Unidos aprobaban la primera ley sobre servicio militar obligatorio en tiempos de paz y las fuerzas armadas empezaban a reforzar sistemáticamente sus recursos y efectivos. La industria norteamericana empezaba a prepararse para la guerra y en
agosto del 41, el 15 % de la producción industrial se orientaba a satisfacer las necesidades bélicas. Los preparativos eran visibles incluso en las escuelas y en las universidades, donde se inició el dictado de cursos sobre las causas, la historia, la psicología y los efectos de la guerra sobre la sociedad.
En ese mismo mes, una encuesta de Gallup mostraba que el 85 % de las personas consultadas creía que los EEUU serían arrastrados al conflicto y otro 68% entendía que era fundamental que el país contribuyera a la derrota alemana. Por su parte – y a pesar de su neutralidad – desde la esfera del gobierno se manifestaba una clara voluntad política para colaborar con Gran Bretaña. El Acuerdo de Préstamo y
Arriendo fue el primer instrumento que facilitó a Inglaterra la ayuda que necesitaba y en agosto de 1941, la Carta del Atlántico materializó una declaración conjunta de los objetivos de seguridad colectiva para ambos gobiernos.
Según la mayoría de los especialistas, el ingreso de los EEUU fue decisivo en el destino de la contienda. En efecto, tanto las acciones desplegadas, como el número de combatientes y el potencial armamentístico de la gran potencia, fueron factores determinantes para profundizar el desgaste alemán y obtener el triunfo final. En otras palabras: más que el desempeño de sus tropas o la eficacia de sus desarrollos tácticos, fue la maquinaria bélica norteamericana – fundada en su capacidad tecnológica e industrial – la verdaderoa artífice del éxito. Este elemento habría de sentar un precedente sumamente significativo para Washington, quien, muchos años después, repetiría el modelo operativo empleado en la Segunda Guerra Mundial.
Así como Japón fue el responsable de que los EEUU entraran en la guerra; los norteamericanos fueron quienes concretaron, en Japón, su finalización. En otras palabras, para los EEUU, la guerra se inició y culminó con Japón. El 6 y el 9 de agosto de 1945, se lanzaron dos bombas atómicas contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
Finalmente, el 2 de septiembre, la delegación japonesa – a bordo del acorazado Missouri, anclado en la bahía de Tokio – se rindió incondicionalmente ante los aliados.
La Segunda Guerra Mundial había terminado y se habría una nueva etapa en la historia del S.XX.