Durante generaciones, los húngaros lucharon por el derecho a existir como nación. Sin embargo, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, Hungría todavía era una semicolonia de Austria y Alemania. Los intereses de la burguesía húngara estaban intrínsecamente unidos con la policía estatal burocrática austro-húngara y la oligarquía terrateniente, y su expresión política era el Partido Liberal.
La sociedad húngara se caracterizaba por sus relaciones semifeudales y la concentración de poder en manos de un pequeño número de nobles ricos (el 5% de la población tenía el 85% de la tierra) La servidumbre en teoría estaba abolida, pero en la práctica, los trabajadores de los veinte millones de acres propiedad de los grandes terratenientes, vivían y trabajaban en condiciones de servidumbre. Tres cuartas partes
del campesinado eran campesinos pobres y trabajadores agrícolas, la mayoría vivía en la pobreza. El problema social en Hungría se agudizaba y se complicaba aún más por la existencia de las minorías nacionales.
La burguesía húngara, débil y atrasada, fue incapaz, durante toda su historia de enfrentarse a ninguno de los problemas básicos de la sociedad húngara. El motivo no es difícil de comprender. Hungría sin duda era la mitad más atrasada de imperio, pero ya había entrado en el proceso de desarrollo capitalista. Junto a las grandes propiedades feudales coexistía la industria capitalista moderna, gracias a la inversión
de los capitalistas extranjeros. Sin embargo, el desarrollo del capitalismo situaba a Hungría aún más cerca del dominio del imperialismo austro-alemán.
La necesidad de tierra, junto con la cuestión nacional, fue siempre la fuerza motriz de la revolución en Hungría, marcada por una historia de revueltas campesinas reprimidas brutalmente. Y al ser una de las regiones más atrasadas del imperio, era una de las regiones donde las tensiones sociales se desarrollaban más rápidamente y donde la clase dominante tenía menos capacidad de resistencia ante los cambios
sociales.
Entre 1915 y 1916, las huelgas se intensificaron. El cansancio de las masas se unía a la opresión nacional. El fermento revolucionario en las fábricas, barracones del ejército y en los barrios obreros, provocó divisiones internas dentro de las mismas filas de la clase dominante.
La revolución de febrero en Rusia dio un enorme impulso al movimiento revolucionario húngaro. El 1 de mayo de 1917, comenzó una oleada de huelgas y manifestaciones que consiguieron el 23 de mayo, derribar al gobierno del conde Tsiza. En ese momento, el conde Esterhazy formó un nuevo gobierno que intentó maniobrar entre las clases para controlar la situación. El gobierno era una coalición que incluía a
diferentes grupos de la burguesía y contaba con el apoyo, desde fuera, de los dirigentes del SDP (Partido Socialdemócrata Húngaro).
La magistral agitación antibélica de los bolcheviques durante las negociaciones de paz de Brest-Litovsk, fue fuertemente difundida entre las masas de trabajadores, campesinos y soldados, cansados de la guerra.
Es así que, luego de la derrota del imperio austro-húngaro, se produjeron múltiples huelgas realizadas por el movimiento revolucionario de las masas conformado por obreros, soldados y campesinos. Estos se propagaron de tal forma que la policía y algunas unidades del Ejército pasaron a apoyarlo. De esta forma, se llevó a cabo la Revolución de los Crisantemos, que concluyó con el nombramiento de Mihály Károlyi
como primer ministro con el apoyo del Consejo Nacional.
Károlyi era el líder del llamado Consejo Nacional, una alianza de los partidos Socialdemócrata y Radical que cinco días antes había hecho público un manifiesto exigiendo, entre otras cosas, el final de la alianza con Alemania, la independencia del país respecto al imperio, la liberación de presos políticos, una reforma agraria y la convocatoria a elecciones libres con sufragio universal y voto para la mujer.
Una vez al frente del ejecutivo, el Consejo Nacional cumplió su promesa y se separó del imperio, pero se mostró incapaz a hacer lo mismo con los otros puntos. Así, proclamó el sufragio universal, pero sin convocar elecciones ni resolver la catastrófica situación económica del país, derivada de la guerra. Además, tampoco contó con el apoyo de la Triple Entente (la coalición integrada por Francia, Gran Bretaña y Rusia),
que ni siquiera reconoció al nuevo régimen pese a firmar con él el Armisticio de Belgrado, que debía regular las discutidas fronteras. De esta forma, terminó con la pérdida de territorios fronterizos cuando los países del entorno intervinieron para anexionarse las partes que les interesaban, lo que a su vez empeoró el problema de las minorías étnicas.
El 20 de marzo de 1919, llegó un ultimátum (en nombre de los aliados) al régimen de Karolyi, exigiendo que Hungría aceptara una nueva frontera. Unos meses antes del armisticio, Hungría ya había aceptado pérdidas humillantes de su territorio. Ahora los aliados reunidos en París, querían las tierras que ocupaban más de dos millones de húngaros. El gobierno Karolyi intentó impedirlo, y para ello sugirió la celebración de un referéndum, pero esta propuesta fue rechazada. Los aliados exigían una respuesta inmediata. Karolyi, presionado dentro y fuera del país y consciente de su propia impotencia, se negó a tomar cualquier decisión o responsabilidad en los asuntos de la nación y dimitió.
Con la dimisión de Karolyi, la burguesía húngara reconocía una vez más su completa incapacidad para guiar a la nación en un momento decisivo. Las tímidas reformas económicas fueron insuficientes para afrontar la gravísima situación de precariedad general y el descontento popular terminó por convocar elecciones para el 13 de abril, las cuales no se llegaron a celebrar porque socialistas y comunistas fusionados,
recibieron el poder, proclamando la República Soviética Húngara el 21 de marzo de 1919.
Nahir Borges Licciardi
Colaboradora de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales
Departamento de Historia
IRI – UNLP