Fue un levantamiento atípico que cambió la historia de Europa. Tras 48 años de dictadura -la más larga del siglo en el continente-, los portugueses dieron fin al Salazarismo el 25 de abril de 1974 por medio de un golpe que fue ejecutado sin emplear la violencia. Sin lugar a dudas, se trató de un hecho histórico sin precedentes en el Viejo Continente acostumbrado a revoluciones bruscas y a cambios traumáticos.
La “Revolución de los Claveles” devolvió la democracia a un Portugal periférico y empobrecido, que desde 1926 había vivido bajo un régimen autoritario instaurado por António de Oliveira Salazar. Durante la madrugada del 25 de abril, la difusión de canciones sediciosas -que habían sido prohibidas por el Gobierno- dio la señal para que las tropas del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), una organización ilegal constituida dentro del ejército portugués dominada por ideales izquierdistas, ocuparan los puntos estratégicos del país luso. En cuestión de horas, las autoridades del Estado Novo (el nombre que empleó el Salazarismo para referirse a su modelo de gestión) perdieron el control del territorio casi sin oponer resistencia.
En Lisboa, la capital del país, los civiles coparon las calles con lo que se convertiría el símbolo de su revolución pacífica: las multitudes saludaban a los soldados lanzándoles claveles, la flor de estación en Portugal. Tras décadas de resistencia, la oposición a la dictadura, formada por monárquicos, liberales, socialistas, comunistas y parte de la iglesia, finalmente había vencido.
Uno de los principales desencadenantes de la Revolución fue la crisis en la que estaba sumergido el país como consecuencia de las guerras de independencia de las colonias africanas. El protagonismo de los generales Francisco da Costa Gomes y de António Spínola, quienes se manifestaron abiertamente en contra de la política colonial portuguesa, fue clave entre las filas del MFA para poner fin al Gobierno del entonces presidente luso, Marcelo Caetano.
Una vez en el poder, el MFA introdujo un programa de reformas que dio a Portugal una constitución democrática, elecciones libres, autodeterminación para las colonias y una nueva organización social y económica. Pese a la aparente tranquilidad de los cambios, la transición no estuvo exenta de tensiones. Al poco tiempo, afloraron las diferencias entre sectores moderados e izquierdistas radicales dentro del seno del nuevo Gobierno. En la primavera de 1975 fracasó un intento de golpe de Estado por parte de la derecha y, en noviembre del mismo año, otro por parte de los comunistas. Tras superar las tensiones, los comicios del año siguiente terminaron por inclinar la coyuntura a favor de la socialdemocracia. Por primera vez en décadas, la democracia y el rechazo al fascismo habían quedado consolidados en Portugal.
Juan Martín de Chazal
Colaborador de la Red Historia de las Relaciones Internacionales
Departamento de Historia
IRI – UNLP