Si una imagen vale más que mil palabras, la fotografía que selló los acuerdos de Oslo tendría un valor de más de un millón. Por primera vez, el 13 de septiembre de 1993, el representante de Palestina, Yasir Arafat y el primer ministro israelí, Isaac Rabin sellaban un acuerdo con un apretón de manos que representaba también un éxito diplomático para el auspiciante del encuentro: el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton.
En Oslo se decidió avanzar en una agenda más acotada y menos ambiciosa, tras el fracaso de las reuniones realizadas en Madrid dos años antes. Así, la resolución de las conversaciones realizadas en Noruega fueron plasmadas en la Declaración de Washington que estableció, como punto más importante, un reconocimiento mutuo entre Israel y Palestina. Esto implicó un avance significativo, no solo desde lo simbólico, sino también
desde lo pragmático: ahora que se veían como interlocutores válidos, las negociaciones podían realizarse de manera bilateral. Asimismo, desde Tel Aviv se comprometieron a establecer una progresiva autonomía a los territorios de Gaza y Cisjordania, ocupados en 1967.
Como gesto ante estos anuncios, Arafat volvió del exilio al año siguiente y estableció en esas regiones la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Las claves más espinosas del conflicto —la situación de los refugiados, el status de Jerusalem y la determinación de las fronteras definitivas— fueron dejadas de lado.
Dos años más tarde, los acuerdos de Taba (o de Oslo II, como comúnmente se los conoce) continuaron en esta línea y avanzaron en cuestiones más técnicas en cuanto al traspaso de la administración israelí a la palestina en los territorios demarcados.
Aunque positivos para la paz de la región, los acuerdos de Oslo desencadenaron una ola de fundamentalismos que afectaron a ambos bandos. Por el lado de Palestina, determinados grupos no reconocieron el tratado, mientras que facciones de ultra derecha israelíes lanzaron una serie de ataques, entre los que fue asesinado el propio primer ministro Rabin.
Los vientos de concordancia se frenaron en 1996, un año electoral. Arafat se ratificó al frente de la ANP, mientras que el derechista Benjamín Netanyahu (del partido Likud) asumió en Israel. Éste último no era partidario de la paz con los palestinos, por lo que se dificultó la aplicación de las medidas acordadas y los niveles de tensión fueron en aumento, con enfrentamientos constantes entre palestinos e israelíes.
A principios del nuevo milenio se dieron los últimos intentos de acuerdo entre Palestina e Israel, sin embargo la falta de voluntad política y el endurecimiento de las partes no ha permitido arribar a un consenso duradero.
Jessica E. Petrino
Colaboradora de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales
Departamento de Historia
IRI – UNLP