Desde hacía mucho tiempo, Afganistán era un país dividido por luchas étnicas y políticas; un país que vivía un caos generalizado después de años de guerra y miseria. De hecho, toda una generación de jóvenes, no conocía la paz en su país y este fue el terreno ideal para el surgimiento de un movimiento como el talibán.
En 1988, mientras los afganos luchaban contra la ocupación soviética, Bin Laden creó allí Al Qaeda y el mismo año mediante un manifiesto, proclamó la yihad contra EEUU y sus aliados. Ese mismo año, se produjeron los atentados contra las embajadas norteamericanas en Kenia y en Tanzania, dos ataques que el gobierno norteamericano atribuyó a Bin Laden.
Después de los atentados del 11-S, el gobierno norteamericano exigió a Afganistán la entrega de Osama Bin Laden, a quien se suponía refugiado en ese país. Ese mismo día, la cadena de televisión Al Jazeera, emitió un vídeo en el que Osama Bin Laden, sin asumir directamente la autoría de los atentados del 11-S, afirmaba que “América no tendrá seguridad hasta que no la haya en Palestina y hasta que todos los ejércitos occidentales ateos no se marchen de las tierras santas…” y agregaba: “ha llegado la hora para los humillados de rebelarse contra los infieles”.
Mientras tanto, el gobierno norteamericano se preparaba para atacar el país e iniciaba contactos con la OTAN, quien invocó el artículo 5 del Tratado de Washington, por el cual los países miembros se comprometían a defender a un aliado que hubiese sido agredido desde el exterior. El 25 de septiembre, Arabia Saudita rompió sus relaciones diplomáticas con Kabul y algunos de los países vecinos de Afganistán, (Kazajstán, Uzbekistán, Tadjikistán o Turkmenistán) y Rusia ofrecieron su apoyo a la operación antiterrorista que se estaba preparando. A los pocos días se inició una guerra global contra el terrorismo, liderada por EEUU y secundada por sus aliados. Según la Casa Blanca, el primer paso para destruir Al Qaeda era lograr el derrocamiento del régimen talibán.
El 7 de octubre de 2001 George W. Bush y el primer ministro británico, ordenaron a sus fuerzas que lanzaran un primer bombardeo masivo que destruyó objetivos en varias ciudades afganas. Así se inició la “Operación Libertad Duradera”, con ataques de superbombarderos B-2 y B-52, cazas de combate y misiles de crucero Tomahawk lanzados desde submarinos británicos y buques estadounidenses, contra objetivos en las ciudades de Kabul, Kandahar y Jalalabad. Tras el primer ataque, paradójicamente, los aviones norteamericanos lanzaron 37.000 raciones de alimentos sobre diversas zonas de Afganistán. Pocas horas después de comenzar los ataques, George W. Bush, declaró en un discurso dirigido a los ciudadanos de su país, que esta guerra no era librada en solitario por EEUU, sino que contaba con la colaboración de “buenos amigos” como Gran Bretaña, Canadá, Australia, Alemania y Francia, y muchos otros que se irían sumando a medida que la operación se desarrollara.
Tras la caída del régimen talibán, Naciones Unidas convocó en Alemania, un encuentro entre un grupo de líderes afganos, que concluyó con la firma, el 5 de diciembre de 2001, del “Acuerdo sobre las disposiciones provisionales en el Afganistán en espera de que se restablezcan las instituciones permanentes de gobierno”, conocido como el Acuerdo de Bonn. A raíz de este llamamiento, el Consejo de Seguridad adoptó la Resolución 1386, el 20 de diciembre del mismo año.
Los ataques de Al-Qaeda contra las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, no coincidieron con el cambio de siglo en cuanto a lo que cronología se refiere, pero sin duda marcaron el inicio de una nueva era a nivel internacional.
Renaud Iera Stephanie
Colaborador de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales
Departamento de Historia
Instituto de Relaciones Internacionales