por Matías Mongan
Luego de cosechar alrededor del sesenta por ciento (60%) de los votos en las elecciones presidenciales del pasado 2 de junio y de asegurarse una mayoría calificada en la Cámara de Diputados y una mayoría simple en el Senado, Claudia Sheinbaum se convirtió en la primera presidenta en la historia de México y promete continuar con el proceso de cambio impulsado por Andrés Manuel López Obrador (conocido como la “Cuarta Transformación”), pero dotándolo de una identidad política propia. A continuación intentaremos delinear algunos de los posibles ejes que Sheinbaum puede llegar adoptar en el plano externo, siendo consciente que enfrentará un contexto internacional “anárquico” y con un elevado nivel de conflictividad que se puede incrementar aún más dependiendo de lo que ocurra en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
En su ya clásico trabajo “De la autonomía antagónica a la autonomía relacional: una mirada teórica desde el Cono Sur”, Roberto Russell y Juan Gabriel Tokatlian (2002:161), hacen hincapié en que en los países de América Central y en naciones como México, la autonomía tradicionalmente ha sido concebida como un “principio/derecho” y no como una “condición” del Estado-nación que le permita articular y alcanzar metas políticas de forma independiente, lo que ha llevado a que sea equiparada a la “soberanía westfaliana-vatteliana” (Krasner 1999), que proclama el “derecho de un gobierno a ser independiente de estructuras de autoridad externas” y de la cual se derivan reglas como la prohibición de no intervenir en los asuntos internos de terceros países.
Esta predisposición, según la óptica de los autores (p. 168), es consecuencia de la cercanía geográfica respecto a los Estados Unidos, país que históricamente ha llevado adelante distintos tipos de acciones coercitivas y de influencia en la región. En el caso de México podríamos decir que la decisión de adoptar una mirada “legalista” de la autonomía ha sido más bien voluntaria, ya que a diferencia de sus vecinos centroamericanos posee las capacidades de poder necesarias para impulsar una política exterior autonomista pero, en cambio, ha optado por ahondar la interdependencia económica con los Estados Unidos (fenómeno que se acentuaría con la firma en 1994 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte -TLCAN-), paralelamente a que estructuró su política exterior a partir de una serie de lineamientos resumidos en el inciso 10 del artículo 89 de la Constitución mexicana, que se encuadran con esta visión “westfaliana-vatteliana” de la autonomía de la que hablábamos anteriormente.
Luego de analizar las distintas plataformas electorales de la ahora presidenta Claudia Sheinbaum, consideramos que su política exterior va a volver a encuadrarse dentro del tradicional modelo de inserción internacional que ha seguido México durante las últimas décadas y que dejará a un lado la política exterior de alto perfil impulsada por López Obrador durante la segunda mitad de su gobierno, cuando buscó diversificar los vínculos políticos y económicos del país para contrarrestar los niveles de dependencia respecto a los EEUU.
Al igual que su predecesor, Sheinbaum pareciera no darle mucha importancia a la política externa. Una muestra en este sentido es que de las 100 propuestas realizadas en el acto de lanzamiento de la campaña electoral, que tuvo lugar el 1 de marzo del 2024 en el Zócalo de la Ciudad de México, sólo seis estuvieron vinculadas a esta temática. La mayoría de ellas hacían referencia a los EEUU, como por ejemplo la promesa de proteger los derechos de los mexicanos del otro lado de la frontera, así como su predisposición a estrechar los vínculos comerciales, pero siempre exigiendo respeto a la soberanía del país[1].
Esta particularidad también se repite en la plataforma electoral que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), partido de Sheinbaum, presentó ante el Instituto Nacional Electoral, ya que en todo el documento sólo podemos encontrar dos párrafos vinculados a la política externa, los cuales hacen hincapié en que los progresos socioeconómicos alcanzados durante la gestión de López Obrador, permitieron que México recupere la dignidad de su política externa, además de poder construir un nuevo tipo de relación bilateral con el gobierno de EEUU, caracterizada por la defensa de la soberanía nacional, el respeto mutuo y el diálogo, evitando así que un conflicto en un área determinada contamine el conjunto de una relación considerada “crucial” y “estratégica”.[2]
Más allá de esta situación, podemos identificar una serie de matices que indican que la nueva mandataria impulsará algunos cambios de estilo en la política exterior con los cuales buscará construir una identidad política propia. El principal, sin dudas, será sus políticas en el campo medioambiental, ya que debido a su formación académica (posee un doctorado en Ingeniería Energética por la Universidad Nacional Autónoma de México –UNAM-), Sheinbaum prometió impulsar una transición energética -distanciándose de esta forma de su predecesor, quien fuera un ferviente defensor de los combustibles fósiles- y convertir a “México un ejemplo mundial en el concierto de las naciones frente al cambio climático global”[3].
La propuesta de impulsar una diplomacia “verde” sin dudas será recibida con beneplácito por un importante sector de la comunidad internacional, que está apostando por este tipo de estrategias para hacer frente al calentamiento global y le permitirá a la nueva mandataria ampliar el margen de acción internacional del país en un área estratégica que había sido dejada a un lado por López Obrador, por motivos meramente ideológicos. Una situación que a la postre permite confirmar, en consonancia con lo argumentado por la escuela constructivista de Relaciones Internacionales, la importancia que tienen las percepciones de los tomadores de decisión en la puesta en funcionamiento de una política externa.
En lo que hace a los principales desafíos que enfrentará Sheinbaum, mencionamos el elevado grado de “anarquía” que caracteriza al sistema internacional actual, en el cual tanto los sujetos como los actores incumplen constantemente reglas, que en otros tiempos parecían ser más claras.
A esto tenemos que agregar que el nivel de incertidumbre puede crecer aún más dependiendo de lo que ocurra en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, a realizarse en el mes de noviembre del corriente, ya que, de regresar Donald Trump a la presidencia, la mandataria deberá lidiar con un político inescrupuloso y que no ha dudado en intentar profundizar por la fuerza las asimetrías en la interdependencia y en imponer aranceles unilaterales para proteger su economía, tal como por ejemplo padeció el propio gobierno de López Obrador.
Los próximos meses –y sobre todo una vez que se defina el nuevo canciller– nos permitirán tener una idea más clara de cómo el gobierno de Sheinbaum intentará afrontar este y otros posibles escenarios que pueden llegar a definir el futuro de su política externa, la cual repercutirá también en algunos ejes de su política interna.
Matías Mongan
Integrante
Departamento de América Latina y el Caribe
IRI-UNLP
[1] https://claudiasheinbaumpardo.mx/, consultado en junio del 2024.
[2] https://portal.ine.mx/, consultado en junio del 2024.
[3] https://claudiasheinbaumpardo.mx/, consultado en junio del 2024.