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Integración latinoamericana: Dialéctica de la crisis y el intento

Departamento de América Latina y el Caribe

Artículos

Integración latinoamericana: Dialéctica de la crisis y el intento

Victoria Argüello González[1]

Introducción

El análisis de las Relaciones Internacionales ha concedido una importancia vital a la idea de la integración regional como una vía legítima e inteligente para que los países menos industrializados y más limitados en sus respectivas soberanías puedan ganar terreno en el ámbito de la sociedad internacional. Las síntesis históricas han demostrado que estos proyectos y procesos de integración son profundamente complejos desde que se plantean hasta que logran existir, con dificultades que se observan desde el plano del origen, signado por intereses genuinos entre los Estados involucrados o por conveniencias políticas de terceros países; en el terreno de su desarrollo, en tanto si logra ser efectivo y no truncado por factores endógenos o exógenos; y en el aspecto evolutivo, en tanto tiene capacidad de generar un salto cualitativo en el bloque regional ya consolidado y si esto se traduce en un avance o mejora de las condiciones económicas, políticas, sociales, culturales, tecnológicas a lo interno de los países así como en su proyección e inserción internacional.

En América Latina, los primeros intentos de regionalismo en América Latina estuvieron signados por distintos paradigmas cónsonos con el contexto mundial; de esta forma, así como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en la década del 50 estableció un regionalismo centrado en la sustitución de importaciones y posteriormente un regionalismo “abierto” más alineado a la lógica neoliberal que respondió al avance de un mundo unipolar y el ascenso de Estados Unidos como protagonista de ese momento de la historia, posteriormente se avaló la idea de regionalismo post hegemónico muy vinculado con la pérdida de presencia de EE.UU. en la región, el avance de Gobiernos progresistas, de izquierda o “populares” y el ascenso de China.

Entre los principales referentes de la integración latinoamericana se encuentran la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) creada en 1960, la cual tenía como objetivo principal fomentar el comercio intra-regional y reducir las barreras arancelarias entre los países miembros; posteriormente la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) cooperación económica y técnica; el Mercado Común Centroamericano, la Comunidad Andina (CAN) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR); y más recientemente iniciativas como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP, 2004), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur, 2008) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC. 2011). El presente trabajo se centrará fundamentalmente en el análisis en torno a acontecimientos específicos  dentro de estos dos últimos mecanismos de cooperación y también, por su relevancia en el territorio, en el Mercosur.

Aunque son históricos los esfuerzos por impulsar proyectos de integración en América Latina, e incluso a nivel de naciones y pueblos han habido manifestaciones de consenso sobre una noción de unidad regional que parte de aspectos de identidad decolonial, las experiencias de regionalismo latinoamericano han enfrentado durante años situaciones de crisis que amenazan su propia existencia, una realidad que responde tanto a factores internos como externos y que encuentra entre sus principales motivos la historia de “porosidad” (Nolte, D. 2019)  no solo económica y política sino también ideológica -cultural respecto de Occidente y la respuesta de la defensa de la autonomía y la soberanía como antítesis a esa porosidad, hechos que han dado como resultado una polarización que termina por agravar el escenario restando condiciones para una mayor integración.

El predominio de una visión cortoplacista en los Estados latinoamericanos, inherente al concepto de democracia occidental que promueve una alternancia política sin la generación de consensos clave, todo ello sumado a la historia colonial padecida y después a la subordinación de estos países a las agendas de actores centrales como Estados Unidos, posiblemente haya contribuido a truncar que la región pueda pensar estratégicamente su inserción inteligente en las coyunturas internacionales y mucho menos consolidar un enfoque prospectivo, prevaleciendo así el pragmatismo unilateral y el sucesivo eventual avance de las estrategias y agendas de los países centrales respecto a la región.

Sobre el concepto de “porosidad”, Nolte (2019) señala que:

América Latina siempre ha sido una región porosa. Estados Unidos ha sido y todavía sigue siendo un actor importante en el regionalismo latinoamericano. La integración regional ha sido estimulada -principalmente como reacción a la influencia estadounidense- en el caso del regionalismo post hegemónico, así como bloqueada por la hegemonía estadounidense (por ejemplo, a través de la estrategia estadounidense de establecer acuerdos económicos bilaterales con países latinoamericanos después del fracaso del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, Alca). p.139

Incluso con el avance de China en la región en la entrada del siglo XXI, tras el viraje del interés de EE.UU. hacia el Medio Oriente, América Latina parece continuar dando una respuesta de integración condicionada por la agenda externa, con mecanismos de integración como el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) fuertemente atravesados por la polarización política y un panorama externo que condiciona la capacidad de avance y funcionalidad institucional de estos bloques a la afinidad ideológica intergubernamental y al alineamiento con agendas foráneas.

Una de las expresiones máximas de la integración regional cobra sentido en el Mercosur (1991), que aunque siendo un bloque más orientado a la cooperación en materia comercial, estableciéndose como una unión aduanera imperfecta, también ha contemplado aspectos sociales y políticos con la existencia, por ejemplo, del Instituto Social del Mercosur (ISM) o el Instituto de Políticas Públicas de Derechos Humanos, a la vez que ha tenido capacidad de respuesta y dictamen cuando se han producido situaciones de eventual ruptura del orden constitucional en sus países miembros (o en proceso de adhesión) siendo los casos más emblemáticos los de Paraguay y Venezuela, aunque éste último sometido aún a la interpretación política.

Como referente actual de la amenaza que enfrenta el bloque económico se encuentra el caso de Uruguay con su tendencia aperturista e intentos unilaterales de negociación comercial con terceros países en contraposición a la trayectoria más proteccionista de Brasil y Argentina, las economías más fuertes del mecanismo así como de Suramérica. Principalmente, hoy estos tres países enfrentan fuertes contradicciones relacionados a la posibilidad de establecer tratados comerciales unilaterales, con Uruguay, por un lado, como defensor de esta idea, y Argentina y Brasil, por otro, como oponentes, así como relativos al Arancel Externo Común (AEC).

En ese sentido, las tensiones actuales en América Latina no pueden ser analizadas sin considerar la porosidad inherente a la región. Esta porosidad está estrechamente ligada a su condición de economías extractivas y a los desafíos que enfrenta su industria manufacturera para integrarse en las cadenas globales de valor. Por un lado, la posibilidad de que una economía como la uruguaya se beneficie a corto plazo de un tratado de libre comercio con China, mediante un aumento en las exportaciones de productos primarios, plantea interrogantes. Por otro lado, esto no solo refuerza el paradigma extractivista que ha caracterizado históricamente a América Latina, sino que también podría afectar negativamente a la industria manufacturera de países como Argentina y Brasil, al abrir sus mercados sin aranceles.

Sobre este particular, también sostiene Nolte, citando a Natanson y Viola y Lima (2017):

La predominancia del sector primario en las exportaciones de los países latinoamericanos ha sido un obstáculo de gran envergadura para alcanzar una mayor regionalización económica basada en sectores industriales interesados en la creación de cadenas de valor regionales (Natanson, 2017; Viola y Lima 2017). p.138

La reacción de la región a la pauta externa también podría evidenciarse en la fragilidad que han experimentado otro bloques como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), que pese a que uno de sus objetivos iniciales constitutivos era trabajar la cuestión de la identidad regional, no ha logrado avanzar hacia una idea de supranacionalidad o forjar una institucionalidad que permita en avanzar hacia objetivos concretos internos, generando que las voluntades de los Estados continúen permeadas por la cuestión ideológica y su alineamiento a las agendas de los países centrales. Así, ocurrió en 2018 el evento de “desintegración” de Unasur bajo el argumento de la ausencia de resultados concretos, y la posterior iniciativa del Foro “Prosur”, más conservadora incluso en términos de institucionalidad y liderada por Gobiernos liberales afines a la agenda de Estados Unidos.

De manera complementaria, la región además ha experimentado en los últimos años un cuestionamiento de los sistemas democráticos en los países que la integran, golpes de Estado d<y en algunos casos el avance de gobiernos autoritarios, todo lo cual dificulta la generación de consensos respecto del rumbo que debe seguir la integración regional y respecto de la identidad política e ideológica. Incluso, en eventuales casos en que los intentos de golpes a las democracias suscitados en los últimos años en América Latina hayan deparado en alguna activación o avance institucional de un determinado mecanismo de integración, como es el caso de la cláusula democrática contra la instalación de regímenes ilegítimos en el seno de la UNASUR, ese avance puede verse difuminado en  primer término porque profundizaría las discrepancias políticas  en una región polarizada y, en segundo término, porque no permite que los Estados miembros avancen en una agenda más estratégica y solo respondan a la coyuntura.

Respecto de esta idea es preciso mencionar como ejemplo el caso de la iniciativa de Asamblea Nacional Constituyente (ANC) llevada adelante por Venezuela en 2017 y aún sujeta a interpretaciones sobre los eventuales vicios de su convocatoria e instalación, todo lo cual fue el motivo de la declaratoria de su suspensión por parte de un Mercosur integrado en su mayoría por Gobiernos con líneas ideológicas pro-occidentales. No obstante, la falta de transparencia del país caribeño respecto de dicha convocatoria sumada a una ausencia de división de poderes públicos y la crisis económica y social exacerbada ese año que comenzó a generar una migración de carácter masivo, terminó por fortalecer la desconfianza y pérdida de credibilidad de esos países de la región respecto del Gobierno venezolano, motivando que se cuestione su permanencia en el bloque.

En ese sentido, Venezuela a pesar de que cuya orientación política parece (al menos en el terreno discursivo) no estar alineada con Occidente y ha apuntado por una política exterior que otorga relevancia a la integración regional padece la carestía de legitimidad de su sistema democrático y la falta de confianza, todo lo cual otorga fuerza a su contraparte ideológica, la integrada por gobiernos más de corte neoliberal, que no apuestan tanto por el regionalismo sino al unilateralismo y a la negociaciones bilaterales en función de sus respectivos intereses.

Otro ejemplo reciente del avance de gobiernos o prácticas autoritarias guarda relación con el mal manejo de la emergencia sanitaria por la pandemia del COVID-19 por parte del Gobierno del ex presidente Jair Bolsonaro en Brasil, el viraje radical de la política exterior brasileña muy alineada a los gobiernos pro-Occidente y el conjunto de reformas impulsadas durante su mandato gubernamental fuertemente cuestionadas por el hecho de representar un ataque a la democracia.

Al respecto, en un ensayo Rodriguez, G (2019) sostiene que:

“La política exterior brasileña es uno de los ejemplos más contundentes del desastre que ha producido el gobierno de Bolsonaro en una de las áreas mejor organizadas, estables, previsibles y respetadas del Estado brasileño. Diplomáticos jubilados y en funciones, académicos e investigadores de todo el espectro político e ideológico brasileño han criticado el desmantelamiento de la PEB. Todos coinciden en que el giro que ha impuesto el nuevo gobierno no tiene precedente en el periodo democrático reciente. El excanciller Celso Amorim considera que estamos ante el mayor cambio en la PEB desde el régimen militar. ¿Cómo entender e interpretar la nueva y aterradora diplomacia bolsonarista? El punto clave es el moralismo ultraconservador, de perfil autoritario, alineado e inspirado en el trumpismo”. P. 01

Otro referente gubernamental sometido a cuestionamientos sobre la forma de llevar adelante sus políticas es el gobierno de El Salvador bajo el liderazgo de Nayib Bukele, cuyas prácticas represivas orientadas a minimizar el avance de grupos delictivos y eliminar la presencia de pandillas y agrupaciones asociadas al terrorismo han sido objeto de críticas a nivel internacional aunque también han acentuado la polarización que hay en el mundo respecto de cómo debe ser abordada la violencia y la criminalidad.

Sobre el caso de El Salvador, donde Bukele es el promotor de la “cárcel más grande de América” así como la más hermética, la directora para las Américas de la organización no gubernamental “Amnistía Internacional”, Ana Piquer, ya había advertido a la comunidad internacional sobre permanecer “vigilante” para emplear recursos en virtud de la violencia estatal acaecida en el país centroamericano, al tiempo que cuestionó la ausencia de mecanismos que promovieran la transparencia sobre los procedimientos usados por el Gobierno para erradicar la criminalidad.

Piquer indicó que “en los últimos cinco años hemos observado la grave crisis provocada por un modelo de gobierno que promovió violaciones masivas de derechos humanos y la evasión de mecanismos de rendición de cuentas, tanto a nivel nacional como internacional”, según un comunicado de la organización.

Los crecientes cuestionamientos hacia prácticas aparentemente autoritarias, e incluso posiblemente violatorias de los Derechos Humanos, junto con la incapacidad de ciertos Estados para proteger a sus ciudadanos, han profundizado la polarización en la región y fortalecido agendas unilaterales. Esto ha llevado a un retroceso en la idea de integración regional, al mismo tiempo que resalta la importancia de cumplir con las garantías democráticas para avanzar en una mayor cooperación dentro de la región latinoamericana.

Sin embargo, esta realidad está estrechamente ligada a la identidad regional. Otros territorios como el Sudeste Asiático han logrado avanzar en la cooperación e integración regional a pesar de las diferencias internas entre sus sistemas políticos, religiosos, étnicos y culturales; ydesde la década de los 70 hasta la actualidad, han consolidado una idea y práctica de integración. Inicialmente, ésta se basó en garantizar la seguridad y luego se enfocó en fortalecer la economía. Este enfoque posiblemente se arraigó en la necesidad de sobrevivir a crisis significativas, como la crisis del Sudeste Asiático de 1997.

Ausencia de consensos post-crisis

América Latina también vivió un período de crisis intensa, como lo fue la crisis de deuda de la década de los 80, con Argentina, Brasil y México entre los países más afectados por las medidas de endeudamiento, que combinadas con un contexto internacional de caída de los precios de las materias primas y subida de tasas de interés, propiciaron un escenario catastrófico para la región.

Considerando la dimensión de la crisis de deuda en Argentina y Brasil, se estima que los compromisos de ambos países representaban el 43% de las exportaciones brasileñas, y el 54% de las exportaciones argentinas, todo ello en un contexto de crisis redistributiva que empeoró las condiciones de vida de ambas poblaciones.  Aquél panorama permitió un avance de la institucionalidad financiera mundial para con la región, al verse sometido estos países a intensas políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM).

Sin embargo, considerando las distancias y diferencias que existen entre los distintos procesos de integración, cabría comparar que la manera que tuvo América Latina de canalizar y gestionar la crisis de deuda distó mucho, por ejemplo, de la manera que tuvieron los países del sudeste asiático tras la crisis financiera o la “Crisis de Asia” de 1997.

En ese sentido, los países integrados en la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) procedieron a implementar reformas económicas y financieras para fortalecer sus economías y reducir la vulnerabilidad a futuras crisis. Esto incluyó mejoras en la gestión macroeconómica, pero también un refuerzo institucional de la ASEAN que deparó en mayor integración y en consecuencia mayor fuerza dentro del sistema internacional; en el caso de América Latina, no ocurriría lo mismo pese a que una década más tarde naciera el Mercosur, mecanismo de mayor institucionalidad de la región y precisamente con un enfoque económico-comercial.

En un análisis comparado de los procesos de integración de ASEAN y del Mercosur Fernández-Guillén , O (2022) plantea que:

“El avance de la integración depende más de la calidad y la fortaleza institucional que de la supranacionalidad. La Asean y el Mercosur lo demuestran: siendo procesos intergubernamentales, el primero es flexible, pragmático, planificado y ajustado a la institucionalidad; mientras el segundo es rígido, contradictorio, sin planificación e indisciplinado. Además, mientras en el Mercosur prevalezcan intereses nacionales por sobre los comunitarios difícilmente se aspirará a valores y objetivos compartidos, similares a la construcción de «una visión, una identidad y una comunidad» como ocurre en la Asean. Esto es, no habrá avances en la integración”. S/P.

El análisis comparado de los procesos de integración de ASEAN y Mercosur destaca la importancia de una institucionalidad sólida y la cohesión entre los países miembros para lograr avances significativos en la integración regional. Mientras que la ASEAN ha logrado construir una visión compartida y una comunidad más cohesionada, el Mercosur enfrenta desafíos persistentes debido a la prevalencia de los intereses nacionales sobre los comunitarios. Para alcanzar niveles más altos de integración, es crucial que el Mercosur aborde estas deficiencias institucionales y fomente una mayor cooperación entre sus miembros hacia objetivos, identidades y valores compartidos.

Idea de supranacionalidad y política exterior cambiante

Retornando a las razones que explican una fragilidad de los mecanismos de integración en América Latina se encuentra la reticencia de los Gobiernos a adherirse a instancias supranacionales; es decir, que la mayoría de los esquemas existentes hasta ahora se han basado en relaciones intergubernamentales que a menudo pueden entrar en tensión si cambia la política interna de cada país; la propia condición de alternancia sin consensos domésticos y una falta de visión a largo plazo sobre lo que quiere y puede lograr la región profundiza esta renuencia a espacios institucionales que promuevan una especie de supranacionalidad. La fórmula hasta ahora vista es el consenso y, a menudo, la falta de consenso es la razón fundamental de las digresiones o estancamiento de los bloques.

En el caso de la Unasur, el enfoque intergubernamental ha sido efectivo durante períodos en los que los gobiernos de la región han compartido una mayor afinidad ideológica, como fue el momento en el que coincidieron los mandatos de los ex presidentes, Hugo Chávez (Venezuela) con el lema del “Bolivarianismo”, Néstor Kirchner (Argentina), Rafael Correa (Ecuador), Evo Morales (Bolivia) y (el ahora mandatario) Luiz Inácio Lula Da Silva (Brasil). Sin embargo, en momentos de polarización política e ideológica, la ausencia de una estructura supranacional ha obstaculizado la capacidad para abordar y resolver determinadas crisis de manera eficaz, tanto dentro del bloque, como las alusivas a las situaciones internas de los países miembros; esto implica que, aunque el modelo intergubernamental puede haber facilitado la cooperación en el pasado, su flexibilidad puede resultar insuficiente para enfrentar desafíos complejos en contextos de tensiones políticas.

Márquez, A (2022) sostiene como hipótesis que “las naciones sudamericanas establecen vínculos de Estado a Estado y no se someten a una fórmula supranacional; la política exterior cambia si cambia la política doméstica; el discurso bolivariano entra en choque con las identidades nacionales preexistentes de política exterior”.

Respecto de otras instancias de integración como la CELAC, predominan las presidencias pro témpores, los acuerdos declarativos post-Cumbres con decisiones que derivan de consensos, figurando este espacio más como un espacio de diálogo en virtud de la cooperación en áreas específicas que como un espacio supranacional capaz de generar decisiones vinculantes.

A su vez, la CELAC presenta un desafío adicional relacionado con la multiplicidad de características, particularidades y diferencias entre sus 33 países miembros, a nivel político, económico, social y cultural, todo lo cual también impacta en la posibilidad de forjar una identidad regional, trabajar en una institucionalidad más sólida así como establecer objetivos comunitarios; no obstante, cabe destacar consensos claves reiterados en cada término de cumbre presidencial o de alto nivel, como por ejemplo el seguir garantizando que la región de América Latina y el Caribe sea una zona de paz, la cooperación en contra del terrorismo y el narcotráfico, y acciones tendientes a combatir la pobreza.

Amenaza del unilateralismo ante contexto mundial

En un contexto mundial, en el que el sistema multilateral establecido despúes de la Segunda Guerra Mundial parece haber alcanzado su cúspide a través de la globalización, el sistema internacional refleja hoy un repliegue por parte, sobre todo, de las economías centrales que, tras llegar a su máximo potencial, muestran hoy comportamientos proteccionistas y de negación a las instancias multilaterales de toma de decisiones; el sistema mundial está actualmente ante un auge del unilateralismo y de cuestionamiento cada vez más creciente de las instituciones de post-guerra que sólo es balanceado por el peso de economías como China, que apuestan por un fortalecimiento de la estructura institucional mundial vigente.

Esta coyuntura global podría tener impacto en América Latina, imposibilitando que se materialicen los esfuerzos para una mayor integración. En un ensayo que aborda estas cuestiones, Merino, G y Morgenfeld, L (2021) sostienen:

Se identifica una nueva estrategia a nivel continental, ligada a una emergente reacción conservadora en los grupos dominantes, que reproduce en la región el unilateralismo con centro en Washington y el rechazo al multilateralismo en sus diferentes variantes. En tercer lugar, identificamos al multilateralismo multipolar vinculado con los gobiernos nacional-populares, tanto en los de características «progresistas», que apostaron a consolidar el Mercosur o avanzar con nuevas instituciones, como la UNASUR, para ganar mayores márgenes de autonomía, como en los gobiernos bolivarianos, que intentaron una estrategia más radical en su perspectiva contrahegemónica y anti-imperialista. p.14

Otro elemento de la coyuntura actual guarda relación con la tendencia al debilitamiento de la institucionalidad dentro de los propios Estados, con un avance de gobiernos que desconocen o cuestionan la utilidad de ciertos entes y pretenden reducir al Estado a su mínima expresión. Con la fragilidad estatal o la ausencia de ciertas instituciones se torna aún más difícil pensar y crear mecanismos de cooperación intra-países que trasciendan el vínculo comercial, considerando que la integración debe ser un fenómeno no sólo económico-comercial sino de múltiples dimensiones.

El avance de esta tendencia anti estatal o de fragilidad institucional pudiese no tener tinte ideológico, ya que entre los Gobiernos que hoy presentan estos rasgos se encuentran Argentina y Venezuela, con partidos gobernantes en las antípodas políticas a nivel discursivo, pero muy parecidos en la práctica respecto de su abordaje de la institucionalidad.

Mientras el gobierno de Javier Milei en Argentina se caracteriza por un achicamiento del gasto público que ha conllevado a la eliminación de muchas entidades estratégicas y que suponen conquistas en materia política, social y cultural, el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela ha propiciado un debilitamiento de la autonomía de los Poderes Públicos así como un deterioro del sector público en general por la vía de la poca asignación de recursos. Las medidas devaluatorias que se han extendido en el tiempo y que están sustentadas en la “emergencia económica” ha desmantelado el empleo dentro del sector público, estimulando el sector privado, y restando incentivos para trabajar dentro de la administración estatal. La educación y la formación en estudios políticos o estudios para el desarrollo ha perdido terreno frente a la migración masiva y frente a la formación en áreas vinculadas a lo estrictamente privado.

El desmantelamiento institucional dentro de los Estados solo puede generar menos posibilidades de integración para América Latina, así como un avance de la globalización feroz del capital transnacional sin ningún poder de blindaje por parte de las economías regionales. Esta ausencia de mecanismos sólo podría reprimarizar las economías y profundizar el extractivismo, imposibilitando que la región tome fuerza en el sistema internacional, adquiera mayor capacidad de negociación y sea un territorio conectado inteligente y competitivamente al mundo. Las posibilidades de participar con productos de mayor valor agregado en las cadenas de suministro globales se disipan con una merma de la institucionalidad y, en consecuencia, la situación de desigualdad que vive el continente solo podría aletargarse o, incluso, aumentar frente al actual contexto. Por ejemplo, si no se piensa una estrategia sólida para la transición energética de la región, si no se cristalizan medidas tendientes a potenciar la innovación, los países no sólo no tendrán capacidad de competir frente a los nuevos productos que el resto del mundo ofrecerá sino que, además estarán supeditados a seguir siendo consumidores de lo que el mundo fabrica. Asimismo, resulta interesante el destino de países como Venezuela, con una economía dependiente en casi su totalidad de los hidrocarburos y las fuentes de energías contaminantes.

América Latina, acostumbrada a responder a coyunturas globales, debe empieza a tener una mirada prospectiva que le permita imaginar escenarios futuros para desarrollar estrategias en función de su supervivencia dentro del sistema internacional. La política exterior de los Estados así como su estudio deben apuntar a este fin siendo una herramienta fundamental para el desarrollo.

En ese sentido, si la región hace una comprensión de las transformaciones globales con base en cinco dimensiones, a saber la transformación geopolítica; los cambios políticos, institucionales de paz y seguridad; los cambios socio-culturales; la transformación ambiental y la sostenibilidad; y la transformación tecnológica y educativa, y, al respecto, piensa escenarios futuros posibles, podría responder con mayor inteligencia y prepararse mejor para el mundo nuevo que se viene.

No obstante, la realidad hasta ahora vista es que América Latina se ha encontrado mayormente en una posición de observador pasivo frente a los grandes cambios globales, pero para cambiar este papel y ganar cierto protagonismo en el escenario global, la región debe someterse a cambios significativos tanto en su enfoque de desarrollo y en su enfoque político, algo que debe darse para la generación de consensos en función de un regionalismo pragmático que le permita integrarse y conectarse más con el mundo. Por otra parte, América Latina debe implementar políticas activas destinadas a reducir las desigualdades sociales y económicas que son endémicas en la región.

Respecto de esta idea, Herz, M y Summa, G (2023) sostienen lo siguiente:

En la durísima competencia por la primacía mundial entre China y Estados Unidos, América Latina ha sido poco más que un espectador. Para cambiar de nivel y adquirir cierto protagonismo, la región tendrá que modificar profundamente su modelo de desarrollo y de inserción en las cadenas mundiales de producción y comercio, apostando por una reindustrialización sostenible en el plano ambiental y por políticas activas de reducción de las desigualdades sociales y económicas. Ningún país, incluidos Brasil y México, tiene condiciones para competir solo en el escenario global. La integración regional debe pasar de la retórica a la construcción de instituciones sólidas, autónomas y alternativas a la OEA. S/p

Desde una perspectiva analítica, se observa que los desafíos predominantes que enfrenta América Latina parecen mantener una constancia  a lo largo del tiempo. Esta región geográfica, caracterizada por su extensión y significativa cantidad de recursos ha requerido históricamente inversiones considerables en infraestructura para impulsar una integración latinoamericana efectiva, dicha integración permitirá obtener resultados también en lo físico, porque una mayor conectividad e integración física permitirá acortar las distancias geográficas, optimizar los tiempos y mejorar la eficiencia del comercio intra e interregional, con el fin de fortalecer la competitividad y dinamismo económico. En este contexto, América Latina enfrenta el desafío de dar un salto cualitativo significativo en su proceso de integración con el resto del mundo, lo que requiere un enfoque estratégico y acciones concretas para superar las barreras existentes y aprovechar las oportunidades globales.

Lo urgente y lo estratégico

No obstante, la urgencia con la que se insta a América Latina a integrarse más al escenario mundial parece, una vez más, desplazar la conversación sobre la viabilidad de lograr una inserción estratégica, evitando así la reprimarización. Es fundamental que la región pueda proyectarse desde una perspectiva más autónoma. En este contexto, surge la pregunta: ¿Existe espacio y sobre todo tiempo para reconsiderar los modelos de desarrollo e integración? ¿constituye una acción ingenua siquiera el plantear la viabilidad de forjar un nuevo concepto de desarrollo con indicadores más exactos y óptimos que los meramente asociados al PIB per cápita o al crecimiento económico.

Parafraseando a Guillén, A (2007), se reconoce que el desarrollo económico no es un objetivo final en sí mismo y que aunque su logro es fundamental para avanzar en el progreso social, no garantiza automáticamente este último. Es importante entender que el desarrollo económico puede resultar en la generación de desigualdades y en la concentración de la riqueza, tanto a nivel social como regional.

Citando a Perroux, Guillén establece que el desarrollo implica cubrir lo que él denominó los «costos del hombre», todo lo cual se basa en garantizar, para todos los habitantes del planeta, niveles de alimentación, salud, educación, vivienda y acceso a la cultura. Este enfoque resalta la importancia de no solo medir el desarrollo económico en términos de crecimiento del PIB, sino también en términos de mejora en las condiciones de vida de la población en general, algo que difícilmente el mercado creará sino que se requiere de la presencia de instituciones sólidas junto a la acción coordinada de diversos grupos sociales.

En ese sentido, contrario a lo propuesto por la teoría neoclásica del crecimiento, el desarrollo no se limita a la acumulación de capital y progreso tecnológico; más bien, implica un proceso de transformación social y reorganización institucional.

De allí que es menester considerar que en que en los mecanismos ya existentes como UNASUR, CELAC o el propio Mercosur se promueva una institucionalidad que trascienda el enfoque netamente económico-comercial y se profundicen iniciativas vinculadas a la cooperación en materia política-social, trayendo alivio a las poblaciones frente a temas tan convulsos como el incremento de la pobreza, el aumento de los desplazamientos y migraciones, políticas contra el hambre, entre otras. Uno de los referentes exitosos en esta materia puede ser la cooperación intra-Mercosur para facilitar la movilidad y los acuerdos de residencia de las personas, una política que, por referir un ejemplo, trajo alivio a los venezolanos que migraron a Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, no solo en términos de su radicación en el nuevo país, sino en su completa inserción social considerando su integración en el ámbito laboral, académico, previsional y sanitario.

El intento:

A pesar de que no se ha alcanzado una unión duradera, la integración latinoamericana ha sido un objetivo constante a lo largo de la historia de la región. Desde principios del siglo XX, se han realizado diversos esfuerzos para unificar a los países latinoamericanos con el fin de promover la cooperación económica, política y social. Estos intentos, aunque no siempre han tenido éxito a largo plazo, o como se ha referido anteriormente, han experimentado cierta fragilidad o amenaza respecto de su disolución, reflejan al mismo tiempo la persistente aspiración de la región hacia la unidad y la colaboración.

Un aporte de Kleveren, Alberto van (2018)  indica:

El desorden institucional del regionalismo latinoamericano no debe ser confundido con la ausencia de regímenes regionales. De hecho, América Latina comparte valores y normas comunes en materia de paz y seguridad, tales como la solución pacífica de las controversias o la prohibición de armas de destrucción masiva, que son ejemplares si se comparan con cualquier otra región del mundo. Adicionalmente, ha adoptado normas comunes para la protección de los derechos humanos y la democracia, que si bien no son respetadas en todos los países, siguen representando el régimen regional más elaborado en el mundo en desarrollo, solo comparable al europeo. S/p

La impronta latinoamericana en los conceptos y avances en materia de integración suman a la necesidad de ampliar el enfoque de la integración más allá de lo meramente económico-comercial, aunque sin olvidar que la independencia económica y la fortaleza comercial es crucial para la autonomía. Sin embargo, aunque estos aspectos son fundamentales, también es crucial abordar aspectos político-sociales, como la protección de los derechos humanos, la promoción de la democracia, la defensa de los mecanismos democráticos vigentes, la lucha contra la desigualdad y la exclusión social. Estos aspectos son fundamentales para construir una integración regional sólida y sostenible, que beneficie a todos los habitantes de la región y promueva un desarrollo equitativo y sostenible.

Bibliografía

FERNÁNDEZ-GUILLÉN, Óscar (2022). Asean-Mercosur: Integración, relaciones económicas y potencialidades de asociación en el Sur Global. Editorial OASIS, número 35. Año 2022.

Guillén R., Arturo (2007). “La teoría latinoamericana del desarrollo. Reflexiones para una estrategia alternativa frente al neoliberalismo”. Homenaje a Celso Furtado. Disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/edicion/vidal_guillen/28Guillen.pdf

HERZ, M y SUMMA, G (2023). América Latina y la caja de Pandora del unilateralismo de las grandes potencias. Publicado en Nueva Sociedad. N° 305.

Informe de Amnistía Internacional. “El Salvador: Crisis de derechos humanos podría profundizarse durante el segundo mandato de Bukele”. Disponible en: www.amnesty.org. Febrero 2024.

KLAVEREN, Alberto van. El eterno retorno del regionalismo latinoamericano. Publicado en Nueva Sociedad. Año 2018.

MÁRQUEZ, Alejandra. Fracaso de UNASUR: tres factores explicativos. Universidad de Talca, Chile

MERINO, G y MORGENFELD, L (2021). América Latina y crisis de la hegemonía estadounidense: disputas en el BID y la Cumbre de las Américas. Repositorio institucional CONICET

NOLTE, D. (2019) “Lo bueno, lo malo, lo feo y lo necesario: pasado, presente y futuro del regionalismo latinoamericano” Revista Uruguaya de Ciencia Política. Disponible en: http://www.scielo.edu.uy/pdf/rucp/v28n1/1688-499X-rucp-28-01-131.pdf

RODRIGUES, G. 2019. ¿El Trump del trópico? Política exterior de ultraderecha en Brasil.

Análisis Carolina.

[1] Lic. Comunicación Social. Universidad Arturo Michelena (Venezuela), alumna de la Maestría en Relaciones Internacionales (IRI-UNLP). Trabajo presentado para evaluar la asignatura de América Latina en las Relaciones Internacionales de la Maestría en Relaciones Internacionales (2024).