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Análisis de coyuntura N 50: Estados 1 – Tecnoutopismo ¿0? El conflicto Brasil-Elon Musk en clave de Relaciones Internacionales

AÑO 2024 / MES: Octubre / Nº 50

El Centro de Reflexión en Política Internacional fue creado en 1995 y tiene como objetivos principales: promover e impulsar una instancia de análisis, discusión y seguimiento de la política internacional argentina, analizada en sus diversas fases pasadas, presentes y futuras; y constituir un ámbito de capacitación, actualización y producción académica en Política Exterior Argentina.

Coordinador: Alejandro Simonoff,
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Con orgullo anunciamos la publicación del coyuntural número 50 del Centro de Reflexión en Política Interna-cional. La escritura y publicación de los coyunturales se efectúa de forma ininterrumpida desde el año 2010, entre los meses de abril y noviembre, a cargo de los y las integrantes. Este es un ejercicio y estímulo que invita a la reflexión, a la circulación de saberes y debates de coyuntura internacional, un espacio pensado para fomentar el crecimiento de sus miembros.

Estados 1 – Tecnoutopismo ¿0?
El conflicto Brasil-Elon Musk en clave de Relaciones Internacionales

Por Sebastián Russo[1]

Introducción:

El bloqueo de la red social X, acaecido a partir de una orden judicial del Tribunal Supremo Federal de Brasil, en agosto de 2024, constituye uno de los hechos más destacados en la historia de la regulación y control del espacio digital por parte de los Estados Nación. El consecuente conflicto desatado entre Elon Musk y el Estado brasileño puede leerse, desde variadas perspectivas, como una disputa en torno a la libertad de expresión, al ejercicio de los derechos individuales en el ámbito cibernético, al rol que los Estados pueden o deben tener en su regulación y control e, incluso, nos podría llevar a repensar la importancia de la información y su manejo en un mundo tan hiperconectado como el que nos contiene.

De la misma forma, este conflicto también sirve para ilustrar uno de los debates más actuales en el ámbito de las Relaciones Internacionales. Nos referimos al tan citado “debate Bremmer-Walt” en torno a la posibilidad de que el poderío ascendente de los grandes conglomerados de empresas tecnológicas derive o no en la creación de un mundo tecnopolar en el que estas gigantes de la tecnología terminen limando y hasta superando el rol de los Estados en la interacción de los individuos y las sociedades humanas.

En ese sentido, trataremos de poner en tensión autores y perspectivas para analizar este caso y preguntarnos ¿estamos frente a un cambio de paradigma en torno a la organización de la vida en sociedad a nivel internacional? ¿O el impresionante avance tecnológico de los últimos años no derivará en una modificación de la hegemonía estatal sobre los territorios? 

Un conflicto candente: sobre el bloqueo de X en Brasil.

Escasos días después de la asunción como presidente de Brasil, por tercera vez, del líder del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, se produjo la toma por la fuerza de los principales edificios públicos sede de los Poderes del Estado brasileño en Brasilia, el 8 de enero de 2023. Ese acto, condenado por el gobierno brasilero y por varias administraciones de la región como un intento de Golpe de Estado, fue perpetrado por una multitud de seguidores del presidente saliente, el ultraderechista Jair Bolsonaro, quienes se venían manifestando en cercanías de diferentes cuarteles del país pidiendo una “intervención militar” que impidiese la Toma de Posesión de Lula, luego de la derrota electoral del entonces oficialismo que tuvo lugar en octubre de 2022.

Esta situación, que cristalizó la profunda polarización de la sociedad brasileña, también derivó en un conflicto de relevancia internacional. En un largo proceso de requerimientos legales que se remonta, por lo menos, hasta abril de 2024, diferentes instancias del Poder Judicial Federal de Brasil ordenaron a la Red Social X, antes Twitter, que diera de baja diversas cuentas desde las que se habría incentivado, arengado y hasta organizado el asalto a los edificios públicos de la Plaza de los Tres Poderes de la capital del país. A principios de agosto de este año, y ante la insistencia del Poder Judicial para que se cumplan sus fallos, el dueño de la red social, el empresario sudafricano nacionalizado estadounidense, Elon Musk, decidió cerrar la oficina de X en Brasil, alegando que sus empleados corrían riesgo de ser apresados ante la negativa de aceptar una orden ante la que “no había forma de que pudiéramos explicar nuestras acciones sin sentir vergüenza” (Musk, 2024).

Ante esto, el juez del Supremo Tribunal Federal de Brasil, Alexandre de Moraes, intimó a X a nombrar un nuevo representante oficial de la empresa en el país, en un plazo máximo de 24 horas. El objetivo de la medida era que la compañía cumpliera las órdenes judiciales de los Tribunales brasileros y, especialmente, que pagara las multas, que se elevaban día a día, por no haber bloqueado los usuarios, algunos de importantes ex funcionarios y legisladores del país, que mandaba la Corte. El plazo establecido para el acatamiento de la orden judicial, cuyo incumplimiento hacía imposible la notificación legal a X de las requisitorias procesales, se agotó sin que la empresa lo cumpliera. De esta forma, se desató una escalada del conflicto abierto entre Elon Musk y los Poderes públicos del Estado de la República Federativa del Brasil, que derivó en un polémico bloqueo de la red social, así como de las cuentas bancarias de la empresa de comunicaciones satelitales Starlink, en el territorio brasilero, ordenado por el juez de Moraes a partir del 30 de agosto de 2024. 

Fiel a su tono controversial, Musk se hizo cargo personalmente de incentivar una campaña de escarnio público contra este juez desde el inicio del conflicto, a través de su propio perfil en X. De esa forma, acusó al magistrado de intervenir tendenciosamente en las elecciones presidenciales de 2022, de censurar la libertad de expresión en Brasil, de amenazar a los empleados de X en ese país y de ser un tirano, un dictador no electo democráticamente, al tiempo que alentaba su destitución del Tribunal Supremo y lo comparaba con villanos como Dark Vader, Lord Sith o Lord Voldemort.

El magnate se escudaba en que las órdenes judiciales de bloqueo de cuentas de X, sin importar su contenido o que propagasen fake news, violaban las propias leyes brasileñas y el derecho a la libertad de expresión de los ciudadanos en esta red social. Incluso, habría ordenado a sus “empleados que dejaran de hacer cumplir las reglas electorales de Twitter en el país, incluida la prohibición a los usuarios de difundir afirmaciones engañosas sobre los resultados electorales” (Mac, Nicas y Travelli, 12 de mayo de 2024). Mientras esto sucedía, los sectores del espacio de ultraderecha de Brasil manifestaban su total apoyo a Musk, quien no dejaba de demostrar su abierta oposición al gobierno de ese país, compartiendo imágenes de marchas bolsonaristas en su contra, y hasta acusando al presidente Lula de ser un “perrito faldero” del juez de Moraes.

Por su parte, el mandatario brasilero se refirió en duros términos contra Musk, al afirmar que

cualquier ciudadano, de cualquier parte del mundo, que tenga una inversión en Brasil está sujeto a la Constitución brasileña y a las leyes brasileñas. Por lo tanto, si el Tribunal Supremo ha tomado una decisión (…), tienen que cumplirla o tomar otro curso de acción (…) No porque el tipo tenga mucho dinero puede ser irrespetuoso. Es un ciudadano americano, no es un ciudadano del mundo. No puede ir por ahí ofendiendo a presidentes, ofendiendo a diputados, ofendiendo al Senado, ofendiendo a la Cámara, ofendiendo al Tribunal Supremo (Página 12, 30 de agosto de 2024)

En líneas coincidentes, ya se habían expresado los demás jefes de los Poderes republicanos de Brasil, como el presidente del Supremo Tribunal Federal, el juez Luís Roberto Barroso, quien sostuvo que «las decisiones judiciales pueden ser objeto de recursos, pero jamás de un incumplimiento deliberado. (…) Cualquier empresa que opere en Brasil está sujeta a la Constitución Federal, a las leyes y a las decisiones de las autoridades brasileñas» (Infobae, 8 de abril de 2024) y el presidente del Senado Federal de Brasil, el senador del Partido Social Democrático (PSD), Rodrigo Pacheco, al indicar que la regulación de las redes sociales “no es censura, no es limitar la libertad de expresión, son reglas de uso (…) para que no se capten mentes indiscriminadamente y que puedan manipular desinformación, difundir odio, violencia, ataques a las instituciones” (MercoPress, 9 de abril de 2024).

Así las cosas, el bloqueo de la Red X en Brasil, que causó gran revuelo internacional y un profundo debate sobre la libertad de expresión y las formas de regular el espacio digital, terminó a principios de octubre. Luego de que X designase un nuevo representante legal en el país y acreditase el pago de las multas (a pesar de que, inicialmente, hubo una “equivocación” en la cuenta a la que se transfirió el dinero) por más de 5 millones de dólares,  el juez de Moreau ordenó a la Agencia Estatal de Telecomunicaciones (ANATEL) de su país desbloquear la red social. Días antes, el magistrado había afirmado que ello sólo sería posible una vez que la compañía controlante de X tuviese un “pleno cumplimiento de la legislación brasileña y de la absoluta observancia de las decisiones del Poder Judicial, en respeto a la soberanía nacional” (Infobae, 8 de octubre de 2024).

Conflicto desatado y tendencias de las Relaciones Internacionales en un contexto entrópico:

Este caso, en el que el Poder Judicial (y no el Ejecutivo) de un Estado Nacional con un régimen democrático y en plena vigencia del Estado de Derecho bloqueó por cuarenta días una red social de la importancia de la ex Twitter, tiene pocos precedentes inmediatos en la región y en el mundo. Es interesante ver como los principales sujetos con responsabilidad institucional en Brasil, desde el presidente de la República hasta los jefes de los demás Poderes del Estado, coincidieron en una postura en común que reafirma la atribución legítima del Estado para regular soberanamente el espacio digital y las redes sociales que allí funcionan y hasta la capacidad de imponer una medida draconiana como bloquear una de ellas, a pesar de la repercusión nacional e internacional que esto genera. De esta forma, más allá del legítimo debate en torno a la libertad de expresión y de prensa, de las discusiones en torno a la necesidad de regular (o no) el espacio digital y las formas en las que hacerlo y de las cuestiones político-partidarias que se jugaron en este caso, esta situación sirve para ilustrar algo más profundo.

En 2021, a partir de la publicación de su artículo titulado “The technopolar moment: How digital powers will reshape the global order” en Foreing Affairs, el politólogo estadounidense Ian Bremmer, sostuvo que el predominio de los Estados Nación como sujetos preponderantes del sistema internacional se encuentra rivalizado por las grandes empresas tecnológicas transnacionales. De esta forma, según este autor, compañías como Amazon, Apple, Meta (empresa matriz de redes sociales como Facebook, WhatsApp o Instagram), Alphabet (conglomerado dueño de Google) y X Corp., en la esfera occidental, o Alibaba, ByteDance (dueña de Tik Tok) y Tencent, del lado de China (aunque este Estado ejerza, al menos en parte, un control sobre ellas), “ya no son simplemente grandes empresas; han tomado el control de aspectos de la sociedad, la economía y la seguridad nacional que durante mucho tiempo fueron dominio exclusivo del Estado” lo que demostraría que “los actores no estatales están dando forma cada vez más a la geopolítica, con las empresas tecnológicas a la cabeza”. Su poder está dado por el ejercicio de “una forma de soberanía sobre un ámbito en rápida expansión que se extiende más allá del alcance de los reguladores: el espacio digital” (Bremmer, 2 de octubre de 2021), que se suma al espacio territorial como áreas donde se desarrolla la vida humana.

Como lo demuestra el caso de Brasil, a los Estados Nación se les presentan múltiples inconvenientes al momento de regular el espacio cibernético, aunque lo intentan a riesgo de limitar la innovación tecnológica que lo sustenta. Esto ocurre en medio de un profundo cambio en la configuración del Poder a nivel global. Como analizó el internacionalista Joseph Nye en su libro The Future of Power, el mundo se encuentra atravesando una transición de poder acompañada por una difusión del mismo. Como sostiene el autor, la transición interhegemónica de un Estado dominante a otro, como podría ser entre Estados Unidos y China en la actualidad, es algo recurrente en los últimos siglos. Pero la difusión del poder es un proceso más novedoso, ya que “el problema para todos los Estados en esta era de la información global es que más cosas están sucediendo fuera del control incluso de los estados más poderosos” (2011: p.75).

Podemos considerar que esta difusión del poder se relaciona a la eclosión de diversos actores internacionales no estatales en la segunda parte del Siglo XX. Esto se debió a que, durante décadas, el desarrollo del capitalismo estuvo ligado al del Estado-Nación. Pero, a partir del inicio de la deslocalización productiva de la década de 1970 y el avance arrollador de la globalización en los años 90s, esa relación mutó y, con el fin del sistema internacional bipolar de la Guerra Fría, la expansión del capitalismo terminó de concebirse por fuera de las fronteras nacionales. En este sentido, y a partir de los arrolladores avances tecnológicos de los últimos años, conglomerados de compañías tecnológicas transnacionales, como las que lidera Elon Musk, ganan cada vez más poder e influencia en el escenario internacional. Ante esto, la difusión del poder implica la “emergencia de nuevas amenazas que tornan la agenda internacional difícil de aprehender para cualquier actor, al tiempo que los Estados tienen poco o casi nulo control sobre las dinámicas que se generan” (Actis y Creus, 2020: p 132).

En este contexto, se complejiza la interacción de los diferentes actores protagonistas del sistema internacional, que se constituye en un orden por demás enrevesado y, en palabras del politólogo Randall Schweller (2014), cada vez más desordenado o entrópico. En sus términos, el concepto de competencia por la hegemonía global ya no explica la realidad internacional a la que asistimos, lo que se debe a que, con los profundos cambios de los últimos años, se profundizó la difusión del poder, lo que hace que cada vez parezca “más probable que el mundo ya no tenga una sola superpotencia, o grupo de superpotencias, que ponga orden en la política internacional” sino que se consolide “una variedad de poderes, incluidas Naciones, corporaciones multinacionales, ideologías, movimientos, grupos terroristas y delictivos globales y organizaciones de Derechos Humanos” que compitan “entre sí, en su mayoría sin éxito, para lograr sus objetivo” (p.2), abonando un desorden aún mayor del sistema internacional y aumentando el riesgo humano, económico y de las inversiones en el mundo.

A partir de este escenario tan engorroso, Bremmer sostiene que, considerando las diversas fuerzas -nacionalistas, globalistas o tecnoutópicas- que guían el accionar de las empresas Tecnológicas transnacionales, se impondrán diferentes modos de acción y se generarán diversas perspectivas o escenarios de futuro. Así,

mientras las empresas tecnológicas y los gobiernos negocian por el control del espacio digital, los gigantes tecnológicos estadounidenses y chinos operarán en uno de tres entornos geopolíticos: uno en el que el Estado reina supremo, recompensando a los campeones nacionales; uno en el que las corporaciones arrebatan al Estado el control del espacio digital, empoderando a los globalistas; o uno en el que el Estado desaparece, elevando a los tecnoutopistas. (Bremmer, 2021: p.17).

Si bien el mismo Bremmer apunta a que el último escenario es el más improbable, al menos hoy, destaca la importancia de tener en cuenta el papel cada vez más destacado que las Tecnológicas tienen en el mundo actual y de equiparar su rol al de los Estados. Y en esa materia, Elon Musk es un actor destacado.

Elon Musk: quintaesencia de las fuerzas tecnoutópicas

Elon Musk es un personaje de época. Siendo uno de los multimillonarios más ricos del mundo, Musk representa para muchos el arquetipo del hombre innovador, meritocrático y versátil que caracterizaría el éxito en un mundo de capitalismo feroz. Nacido en Pretoria, Sudáfrica, en el seno de una familia acomodada en 1971, Musk migró a los Estados Unidos en la década de 1990, donde se graduó en física y economía en la Universidad de Pensilvania. Allí, logró amasar una impresionante fortuna y ser dueño de múltiples negocios a lo largo y ancho del globo, que van desde la explotación de recursos naturales hasta las tecnológicas y la exploración del espacio exterior. Sería, en definitiva, un ejemplo de self-made man, idea tan extendida a lo largo y ancho de la historia estadounidense.

Pero, al mismo tiempo, muchas personas lo consideran como un personaje controversial, a partir de su pensamiento ultraconservador, sus formas poco tolerantes con quienes piensan distinto y su política de enfrentamiento con gobiernos contrarios a su ideología y, sobre todo, a sus intereses. Como afirma el periodista Gideon Rachman, la compra de X en 2022 “le ha proporcionado a Musk un megáfono enorme para difundir sus opiniones” pero la verdadera fuente de su poder geopolítico “es el control de SpaceX, Starlink y Tesla, lo que le ha dado a Musk un papel central” (Rachman,  2 de septiembre de 2024) en los conflictos de la poli o permacrisis que vive la Humanidad.

Por ello, Bremmer no duda en calificar a Musk como uno de los principales empresarios tecnoutópicos, junto a otros como Mark Zuckerberg (Meta). Desde ese enfoque, la disputa entre Elon Musk y el Poder Judicial de Brasil se encuadraría dentro de esta lógica en la que las empresas intentan sobrepasar las exigencias de los Estados Nación en los que operan, haciendo caso omiso de las órdenes que emanan de las autoridades constitucionales legítimamente constituidas de esos países con el objetivo de hacer valer su peso específico y autorregularse a partir de términos y condiciones que ellas mismas crean e imponen a sus usuarios, vigilando su cumplimiento.

De todas formas, no sería la primera vez en que un multimillonario de un país muy poderoso actúa con desprecio ante las autoridades de otro país, tratando de imponer su voluntad sin miramientos de cometer actos ilícitos en ese territorio en el que operan. Por otro lado, no se puede obviar que las empresas de Musk son de las más importantes y florecientes contratistas del gobierno federal de los Estados Unidos y que ha sido funcional a los intereses de su país en múltiples ámbitos. Tal fue el caso de la guerra en Ucrania, cuando en los inicios de la invasión rusa, Musk garantizó el acceso de ese país al servicio de internet satelital a través de Starlink. En este caso, como afirma el internacionalista Javier Vadell (15 de mayo de 2024), Musk también sería, en parte, funcional a los intereses del país en el que formó su fortuna. Esto quedaría en evidencia, también, en el caso de su conflicto con el Estado brasilero ya que, como sostiene este autor, además del conflicto por la red social X, Musk tenía intenciones de avanzar en la provisión de internet y, principalmente, en la explotación de litio en ese país, así como en la fabricación de autos eléctricos de Tesla durante un eventual segundo gobierno de Bolsonaro. Pero el triunfo de Lula implicó no solo un descalce ideológico con el magnate, sino también el ingreso de inversiones mineras chinas para explotar litio en Brasil, así como el anuncio de la apertura de una fábrica de autos eléctricos de la principal competidora de Tesla, la empresa china Beyond Your Dreams (BYD), justo en uno de los peores momentos económico-financieros de la compañía de Musk.

Desde este punto de vista, la disputa entre Musk y el Brasil de Lula también reflejaría “la imagen visible en Sudamérica de una lucha de titanes entre el poderío industrial chino y el declinante poder industrial estadounidense” ante lo que Musk promovería la desestabilización del gobierno de la Alianza Brasil de Esperanza. Al mismo tiempo, se propondría estrechar lazos con la administración del libertario Javier Milei en Argentina (quien apoyó a Musk ante el bloqueo de X), y apostaría por el triunfo de Donald Trump en las próximas elecciones en Estados Unidos, lo que le “facilitaría los negocios en la región haciendo que sus intereses empresariales se conjuguen simbióticamente con los intereses de la potencia imperial” (Vadell, 15 de mayo de 2024). A partir de esta visión, Musk sería, en términos de Bremmer, más que un tecnoutópico un “campeón nacional”, es decir, un empresario funcional a los intereses geopolíticos del país al que pertenece, y que se enriquece haciendo negocios con ello.

Pero la realidad también estaría manifestando otra cosa. En muchos casos, Musk no tuvo miramientos ideológicos al momento de expandir sus negocios por el globo. Esto sucede en China, por ejemplo, donde el magnate invirtió millones de dólares para fabricar autos eléctricos, contribuyendo a consolidar el liderazgo chino en su fabricación, en la transición energética y en la descarbonización de la economía en ese ámbito, sin importarle que la red social X esté prohibida en ese país desde siempre. Como ejemplifica Rachman, algunas empresas de Musk son más poderosas que los mismísimos Estados. De esta forma, sus “intervenciones impredecibles, combinadas con un inmenso poder tecnológico y financiero, lo convierten en un misil geopolítico sin dirección, cuyos caprichos pueden reconfigurar los asuntos mundiales” (Rachman,  2 de septiembre de 2024).

Conclusiones:

No hay dudas de que Elon Musk es un personaje de peso internacional, capaz de influenciar gobiernos a lo largo del globo. Tiene el poder económico, simbólico, comunicacional y, por ende, político para hacerlo, en un mundo donde, como afirma Wolf Grabdendorf (2017) «el papel del Estado y su legitimación frente a la sociedad que habita en su territorio han cambiado sustancialmente (…) porque ha perdido sus cuatro monopolios clásicos» (p.58) ligados, como teoriza el autor, al uso legítimo de la fuerza; la capacidad para establecer una regulación legal (y sanciones ante sus violaciones) de todas las actividades en su territorio; la imposición y recaudación de impuestos y la creación de una moneda nacional y su aplicación en todo el país.

Como sostiene Bremmer, Elon Musk es el mejor ejemplo del tecnoutopismo, que podría provocar, en el futuro, la superación y hasta la supresión de los Estados a lo largo del mundo para regular la vida en sociedad, y la entrega de sus funciones a diversos actores no estatales. Pero como vemos y, por ahora, ese paso parece poco probable. Así lo hace notar Stephen Walt, quien puso en tensión esta idea, reafirmando que las Tecnológicas no reestructurarán el orden global. En un artículo que contesta los argumentos de Bremmer, este internacionalista considera que la hipótesis en la que las grandes empresas tecnológicas terminan reemplazando a los Estados es poco plausible, ya que estos conservan un atributo que, en términos weberianos, esos conglomerados no están ni cerca de tener; el monopolio de la violencia física. Así, Walt afirma que las grandes empresas tecnológicas “no tienen nada que se parezca remotamente a la soberanía que poseen los estados, es decir, la autoridad y la capacidad de hacer lo que sea necesario para defenderse” (2021: p. 4) y de garantizar, en los regímenes capitalistas, la propiedad privada de los medios de producción.

Como Walt, podemos coincidir en que, a pesar de la creciente importancia del espacio digital y del desarrollo del metaverso, la Humanidad vivió durante milenios sin que este existiese. Por ello, siguiendo a este autor realista, no hay forma de que la importancia vital del espacio físico en el que, a pesar de lo revolucionario del espacio digital, estas empresas Tecnológicas operan y seguirán operando, pierda relevancia frente al ciberespacio. Por ello, es probable que el Estado, a pesar de perder atribuciones frente a estos nuevos fenómenos, no sea reemplazado, por lo menos en el mediano plazo. 

En el conflicto abierto entre el Estado Brasilero y Elon Musk, a través del bloqueo de la red social X, se pone de manifiesto esta situación. El Estado logró imponer su voluntad, doblegando, por lo menos por ahora, las intenciones de Musk, al costo de generar un reagrupamiento de los sectores ultraderechistas de la sociedad brasileña, en un año de elecciones legislativas y municipales que se demuestran cruciales para el fortalecimiento del gobierno de ese país.

Así las cosas, las intentonas tecnoutópicas seguirán estando limitadas por el poder de los Estados que se niegan a entregar a las grandes Tecnológicas el control del espacio digital (siguiendo una lógica globalista, en el sentido que utiliza Bremmer) y, mucha más, a ser reemplazados por esas corporaciones. De todas formas, no podemos dejar de lado que las grandes corporaciones, especialmente las Tecnológicas, seguirán creciendo en tamaño, dimensión y capacidad de influenciar y hasta determinar las acciones u omisiones de esos Estados y sus gobiernos. En este contexto entrópico, el futuro se presenta confuso y, aunque lo más seguro es que el Estado siga allí, firme en sus funciones, las grandes Tecnológicas y sus dueños, seguirán jugando un rol decisivo en el escenario internacional, que será cada vez más importante.

Bibliografía:

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Bremmer, I (2 de octubre de 2021). The Technopolar Moment. How Digital Powers Will Reshape the Global Order. Foreign Affairs, Nueva York, noviembre-diciembre de 2021.

Grabendorff, W (2017). Los dueños de la globalización Cómo los actores transnacionales desmantelan el Estado (latinoamericano). Nueva  Sociedad No  271, septiembre-octubre de 2017.

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[1] Sebastián Russo es profesor en Historia por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (FAHCE- UNLP) y docente de esa misma Casa de Altos Estudios. Maestrando en Relaciones Internacionales (IRI-UNLP). Co-secretario del CeRPI-IRI (Centro de Reflexión en Política Internacional del Instituto de Relaciones Internacionales) de la UNLP.