Los acontecimientos suceden tan rápidamente que, al comenzar esta columna de opinión, los rebeldes sirios recién habían avanzado sobre Alepo y Hama, y en un abrir y cerrar de ojos, ya estaban tomando Homs para terminar ingresando a la histórica ciudad de Damasco.
Estos hechos marcan no solo el final de una época, sino una importante redistribución de poder en el equilibrio político de toda la región. Estos impactantes eventos se dieron prácticamente sin resistencia por parte de las fuerzas armadas del gobierno de Bashar Al Asad, quien desde 2021 transitaba su cuarto mandato presidencial de manera ininterrumpida.
Luego de años de revueltas populares, guerra civil, y la aparición de ISIS en el terreno, en una instancia en la que se apostaba por la estabilidad regional, Siria fue readmitida en la Liga de Estados Árabe y retomó relaciones con varios países ´de la región que se acercaron nuevamente a Bashar Al Asad, ante la imposibilidad de lograr el cambio de régimen que muchos esperaron al inicio de las revueltas. El conflicto se había congelado. No obstante, el mismo se despertó rápidamente gracias a una rara mezcla de oportunidad y reunificación de la oposición.
En efecto, el avance de los rebeldes mostró la reactivación de un conflicto “adormecido”, y -al mismo tiempo-, contenido en regiones muy puntuales de la geografía siria. El precario equilibrio en el que se mantuvo la situación durante años se basaba en la coexistencia del gobierno sirio con una pléyade de grupos ubicados en zonas determinadas del país. Los kurdos en el norte, grupos insurgentes -entre los que se encontraba Hayat Tahrir al Sham (HTS) en Idlib, y zonas bajo el control de facto de Turquía, además de la base militar norteamericana de Al Tanf (la misma que Trump dijo que se mantendría solo por el petróleo sirio, y más tarde, John Bolton explicó que permanecerían allí solo para controlar operaciones iraníes en la región).
Las razones de un avance tan veloz por parte de los grupos rebeldes no son fáciles de comprender, pero quizás no sea casual que se haya llevado a cabo pocos días después del anuncio de alto el fuego en Líbano, con Hezbollah e Irán redirigiendo recursos humanos, políticos, militares y económicos al enfrentamiento con Israel, mientras los ataques a la Franja de Gaza no cesan.
Si en algún momento fue difícil explicar este conflicto, por la intrincada red de intereses contrapuestos, y la variedad de clivajes que se entrecruzaban (en el ámbito religioso y geopolítico), además de las diversas competencias regionales y globales en pugna sobre el tablero sirio, hoy es claro que los diferentes grupos -que solo ocupaban aproximadamente menos del 20 por ciento del territorio sirio-, han acumulado la experiencia de estos años y trabajaron en conjunto, con ayuda externa, para aprovechar la ventana de oportunidad que se abrió gracias a la coexistencia de diversos focos de conflicto en Medio Oriente y Europa (principalmente Ucrania), hacia donde se canalizan los recursos de los históricos aliados de la Siria de Bashar Al Asad.
Con respecto al apoyo externo que recibieron los rebeldes, algunas versiones refieren a vínculos del gobierno turco con el HTS y otros grupos de oposición. La posición de Erdogan ha sido ambivalente durante todo el conflicto, y pese a que las relaciones turco-sirias se reestablecieron, su apoyo a grupos rebeldes al principio de las revueltas en Siria fue notorio y, sobre todo, su preocupación por el fortalecimiento de los kurdos en el norte de Siria, quienes recibieron apoyo norteamericano en la lucha contra ISIS.
En cuanto a la “no resistencia” por parte de las fuerzas de Al Asad, esta tomó por sorpresa a los ciudadanos sirios, al mismo tiempo que brindó cierta tranquilidad al evitar sangrientos enfrentamientos como los que aun se encuentran en la memoria reciente del pueblo sirio. Sin embargo, esto hace pensar en los miles de jóvenes que perdieron su vida en el frente de batalla luchando en el ejército regular sirio, para defender un gobierno que hoy los abandona a su suerte. Todo esto lleva a evaluar la posibilidad de que haya existido cierta negociación en las últimas horas, entre Al Asad, los rebeldes, y quizás, el propio Erdogan, para lograr una salida negociada del poder y evitar escenas dantescas como las del final de Gadafi en Libia o Saddam Hussein en Irak.
En cuanto a las posibles derivas de la situación, las declaraciones del primer ministro sirio, Muhammad al Jalali, quien es sucesor del presidente, abren la puerta a una posible transición pacífica sin afectar a las instituciones del gobierno, evitando que Siria deba atravesar por dolorosos y largos procesos de “Nation Building” como intentaron llevarse a cabo en Afganistán e Irak, luego de la invasión norteamericana y el derrocamiento de los respectivos gobiernos en ambos países.
Por su parte, el jefe de la milicia rebelde HTS ha mostrado un discurso “racional” al declarar que buscarán establecer un gobierno para todos, dejando de lado la retórica terrorista en búsqueda de una reivindicación religiosa, inclusive más allá de las fronteras nacionales, lo que daría paso a una transición de gobierno ordenada.
Sin embargo, el primer discurso de Abu Muhammad Al Jawlani, que hoy dice llamarse Ahmed al Sharaa, se realizó en la histórica Mezquita de los Omeyas, situada en el centro de la ciudad vieja de Damasco. Todo un símbolo vinculado al poderío del califato omeya que persiguió -hasta la muerte en algunos casos- a los descendientes del Profeta Muhammad, que hoy constituyen la escuela Shiita del islam. Los orígenes de este personaje nos remontan a las luchas de Al Qaeda en el revuelto Irak post Saddam Hussein, y a su participación en la organización Al Nusra como filial de Al Qaeda en Siria, y sus vínculos con ISIS. La moderación actual en la retórica de Jawlani puede abrir la puerta a un mejor futuro para los sirios, pero también existe la posibilidad de un nuevo periodo de decadencia para la libertad y la democracia en la región. En ese sentido, serviría observar la experiencia afgana: el regreso de los talibanes luego del retiro de tropas norteamericanas del país, también se hizo en un contexto “pacifico” y con promesas de renovación y signos de tolerancia…habría que preguntar a las mujeres afganas si esas promesas han sido cumplidas.
Párrafo aparte merece el análisis del rol de Rusia, aliado incondicional de Bashar Al Asad hasta la fecha. En el transcurso del conflicto se había transformado en un garante de posibles conversaciones y un intermediario fiable. Pero estos acontecimientos dejan al descubierto que las prioridades rusas están en Ucrania, y todos los recursos están orientados a consolidar su posición en esa guerra, es decir, Putin está centrado en las posibles derivas del conflicto ucraniano, sobretodo ante las puertas del cambio de gobierno en Estados Unidos. El presidente electo Donald Trump dijo que Rusia ya no estaba interesada en proteger al presidente sirio, lo cual forzó su salida del poder. Y aquí cabe preguntar, solo por curiosidad, si la inacción rusa tiene que ver con agotamiento de recursos o con algún tipo de negociación ¿Siria por Ucrania?
Pero también hay que señalar la debilidad del propio ejército sirio, tanto económica como militarmente. Eso enmarcado en la profunda crisis económica que el país ha estado atravesando desde el inicio de la guerra, con devaluaciones de la lira siria, y un proceso de inflación que ha desvalorizado los sueldos de la población. La escasez de alimentos y combustible forman parte de la vida cotidiana, al mismo tiempo que los eternos cortes de luz programados en todas las ciudades, a lo que habría que agregar las sanciones occidentales. La alegría en las calles no es solo de la oposición, sino también de vastos sectores de la población que han soportado años de crisis y escasez: el ahogo lleva a festejar la caída, sin embargo, la incertidumbre se empieza a hacer presente.
Lo que queda claro es que la caída de Bashar Al Asad afecta fuertemente a la llamada Media Luna Shiita, hoy más conocida como “Eje de la Resistencia”. Esta situación cambia el tablero geopolítico de la zona y altera claramente el equilibrio de poder en la región. Como se reconfigurará la región, y como se reacomodarán los nuevos actores, será cuestión de tiempo, habrá que esperar a ver el desarrollo de los acontecimientos
Netanyahu mientras tanto, tomó crédito por lo ocurrido hablando ni más ni menos que desde los propios Altos del Golán, territorio en disputa con Siria desde la Guerra de los Seis Días del año 1967.
Las incógnitas que se abren son muchas, pero principalmente, ¿Qué tipo de gobierno podría implementar una oposición derivada de un grupo que se desprendió de Al Qaeda? Esto abre un abanico de posibilidades, pero por ahora parece pesar mas el regocijo por la caída de Al Asad, que la preocupación por la toma del poder de un grupo que ejerció la violencia terrorista en sus inicios. Por otro lado, ¿Qué se puede esperar respecto al trato de las minorías religiosas, incluida aquella a la que pertenece la familia Assad? ¿Puede realmente haber una democracia laica, participativa y respetuosa de los derechos de todos? Todas las opciones están abiertas.
Leila Mohanna
Integrante
Departamento de Medio Oriente
IRI-UNLP