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Reflexiones ante la muerte de un argentino universal

Ha muerto el Papa Francisco. Ayer estuvo en la Plaza de San Pedro mezclado entre sus fieles, desafiando su delicado estado de salud, quizás sabiendo que ese día en que la cristiandad celebraba la Pascua de Resurrección era el de su despedida; el Jueves Santo había celebrado esta conmemoración religiosa en una cárcel de Roma, junto a los reclusos, los privados de la libertad, los que viven en los márgenes de la sociedad por los que él sentía tanta misericordia.

Lo he visto en Buenos Aires, cuando era Monseñor Bergoglio, hablándole a los pobres en un improvisado altar en el hall central de la Estación Constitución del Ferrocarril General Roca, rodeado de cables, luces y altoparlantes, con la figura más de un rockstar que la de un sacerdote católico. Conversaba con los cartoneros que eran sus amigos de la vida y nunca habitó el palacio episcopal sino un pequeño cuartito dentro de la Catedral de Buenos Aires, rodeado de sus libros. También conocí su preocupación por los más humildes, por los que viven hacinados en la periferia de una de las capitales más importantes del mundo y por sus “curas villeros”, a los que les daba una atención especial.

Los profesionales de la política y los sectores intelectuales más ideologizados no lo querían y buscaron siempre algún momento de su historia personal para desacreditarlo, algunos con el tiempo se reconciliaron cuando lograron entenderlo, otros, más recalcitrantes, seguramente aprovecharán esta oportunidad para tratar de manchar su memoria reiterando sus insidias.

Un día se convirtió en el Papa Francisco, eligiendo ese nombre inspirado en el “pobereto de Asís”, el monje medieval que hablaba con los animales y las plantas y tenía cierto respeto panteísta por el sol y por la luna, un personaje histórico que constituía un modelo de humildad que contrastaba con las riquezas de los palacios del Vaticano, y allí comenzó una lucha incansable contra ciertos lobbies preestablecidos, totalmente alejados de la doctrina de Cristo. También allí trataron de desacreditarlo y no lo comprendieron.

No vivió en el Palacio de los Papas sino en una modesta habitación de la residencia de Santa Marta, con su humilde camita y su biblioteca de siempre, y desde allí le habló al mundo sobre la necesidad de cuidar la Tierra, a la que denominó “nuestra casa común”, luchó incansablemente contra el hedonismo de la sociedad contemporánea y contra la cultura del descarte, bregó por la aceptación de los migrantes, por el respeto de la mujer, y todo su pontificado estuvo marcado por una opción preferencial por los pobres, por la periferias internas y externas, por los pueblos postergados de Asia, África, y muy especialmente América Latina.

Asimismo, trató de reconciliar a las grandes religiones monoteístas, acercándose a la diáspora de las iglesias cristianas, al judaísmo y al islam y tendiendo puentes y lazos fraternos con sus líderes.

Pero este argentino universal también tiene una historia secreta con el IRI, además de que la mayor parte del eje de sus preocupaciones sean estudiados con una visión laica en la mayoría de nuestros Departamentos.

Hace aproximadamente 12 años le envié de regalo al Papa Francisco un ejemplar de la primera edición de mi libro “Cuestión Malvinas: Propuesta para la construcción de una Política de Estado”, escrito sobre la base de mi Tesis de Maestría en Relaciones Internacionales cursada en el IRI, estando en conocimiento que Jorge Bergoglio había sido un obispo malvinero y siendo Arzobispo de Buenos Aires siempre había atendido a los Veteranos de Guerra de Malvinas que habían sido abandonados a su suerte por el Estado nacional, cayendo muchas veces en la extrema pobreza, las adicciones y el suicidio, y que siempre había alentado desde su cátedra a “no olvidar la Gesta”, ante el proceso de desmalvinización promovido sobre la sociedad argentina por la diplomacia británica. Pero mi sorpresa mayor fue cuando recibí al poco tiempo en mi casa de La Plata una nota oficial con membrete de la Secretaría de Estado de la Ciudad del Vaticano por la cual el Papa Francisco me agradecía este obsequio, documento que atesoro en mi archivo personal.

En mi condición de miembro del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata desde su fundación en 1990 por el Dr. Norberto Consani, y desde esa fecha Coordinador del Departamento de Malvinas, Antártida e Islas del Atlántico Sur (hoy Departamento del Atlántico Sur) del mismo, quise adherirme con estas reflexiones al reconocimiento de ese argentino universal que hoy nos ha dejado, aunque solo físicamente, a quien quiero recordar por su humildad, sus cualidades morales y su amor a la Patria,

La Plata, 21 de abril de 2025.-

Carlos Alberto Biangardi Delgado
Coordinador
Departamento del Atlántico Sur
IRI-UNLP