Tal vez no sabías a quién y, de saberlo, seguramente no te importó. En la mañana del 14 de marzo te levantaste como todos los días para matar; es tu trabajo y una vez más lo cumplirías sin preguntas. Aguardaste las instrucciones del verdadero asesino: por la noche debías esperar a que salga de la Casa de las Pretas, al finalizar la jornada “Jóvenes negras moviendo las estructuras”, para descerrajar los cuatro disparos con tu nueve milímetros cargada con balas pertenecientes a la policía de Río de Janeiro. Y así lo hiciste, robándonos la vida de Marielle Franco.
Por estas horas ya deberás conocer largamente la dimensión enorme de Marielle. Te mandaron a matarla por luchadora, mujer, negra, pobre (vivía en la favela, ¿quizás de donde vos mismo saliste?), feminista y lesbiana. Además, tuvo la osadía de graduarse en Sociología, aun habitando en uno de los sitios más pobres de la megaciudad. Demasiadas variables juntas reunidas en una misma persona, como para que el poder no necesite imperiosamente sacarla del medio. ¿Lo pensaste en ese momento? A tu crimen no le faltó ninguna de las banderas que enarbolan las élites opresoras de seres y pueblos: “mano dura”, sexismo, racismo, clasismo y fobia a toda otredad combativa que se atreva a poner en discusión y a denunciar el sufrimiento de miles de millones que quedan fuera de su banquete de acumulación, poder y privilegios.
Me atrevo a creer que no sabías del todo quién era Marielle. “Matá a la concejala negra”, te habrán dicho (y, de paso, asesinaste también al chofer, Anderson Pedro). Y no pediste más explicaciones, porque para eso estás. Pero mirá… Mirá lo que fueron las plazas de Río y de San Pablo hace dos días, durante el funeral. A pesar de la ciudad militarizada, cataratas de seres autoconvocados lloraban su dolor y su rabia diciendo: “la voz guerrera de las favelas fue asesinada a tiros”, “es como si nos hubiesen querido sacar nuestra voz, la voz de las mujeres negras de este país” o “no acabó, tiene que acabar, yo quiero el fin de la policía militar”.
Ni siquiera sé por qué te hablo a vos, que sos solamente un emisario de la muerte, un cuatro de copas en el perverso truco de la opresión. Quizás sea porque no me queda otra alternativa, sabiendo que tus patrones no admiten otras palabras que las de su propio diccionario de sangre, expolio, hambre y discriminación. “¿Cuántos más tienen que morir para que acabe esta guerra?”, preguntaba Marielle por las redes sociales, un día antes de que la asesinaras. Lo mismo se pregunta mucha gente… pero vos no tenés la respuesta. La tienen los que te pagan, esos seres de temer.
No te quito más tiempo. Solo me despido recordándote una de las tantas verdades como puños que Marielle alzaba: “las rosas de la resistencia nacen del asfalto”. Sin saberlo, sicario, sembraste de rosales las calles de todas las periferias de Nuestramérica y del mundo. Y así se multiplicarán las flores que resistirán y honrarán esa lucha con toda su diversidad de aromas y colores. Con su alegría. Y con sus duras espinas.
Luz Marina Mateo
Departamento de África