Brasil, vive por estas horas un escenario político indescifrable, que puede sellar el futuro del gigante sudamericano y, porque no, de la región también…
Atrás quedaron los días en los cuales la región seguía, no sin cuestionamientos, los lineamientos devenidos de la participación internacional de Brasil en distintos foros como Naciones Unidas, BRICS y la UNASUR,entre otros. Todo ello sustentado en el fortalecimiento de su economía, que lo posicionó como uno de los países más importantes a nivel mundial, de la mano de un líder carismático que provenía del sindicalismo y que fuera rechazado -al principio de su mandato- por los sectores más concentrados de la economía, pero con gran aceptación entre las clases populares que lo llevaron al gobierno en dos oportunidades consecutivas. En la actualidad se encuentra cuestionado tanto desde el ámbito político como judicial.
Desde el ámbito judicial, pesan sobre Luiz Inácio Lula Da Silva varios procesamientos por corrupción y una condena a 12 años de prisión que fuera confirmada por dos instancias judiciales sin pruebas firmes. Desde el ámbito político, siendo el candidato con mayores posibilidades para ocupar nuevamente la presidencia en las próximas elecciones del mes de octubre, soporta un evidente enfrentamiento por parte del establishment económico brasileño –apoyado por una parte importante de la sociedad- y de los grandes medios de comunicación del país cuya pretensión es dejarlo fuera de la candidatura.
El escenario no puede ser de mayor complejidad. El actual presidente Michel Temer, a pesar de que su gobierno ha mostrado algunos signos de mejora en el ámbito económico, luego de que el país atravesara tres años por una gravísima crisis económica, no logra superar el 2% de intención de votos y tiene una imagen negativa sin precedentes en la historia política de Brasil. Además recaen sobre él una serie de denuncias de corrupción, a lo que se suma una dudosa legitimidad al no haber accedido al gobierno por la vía de las urnas, sino mediante el impeachment llevado a cabo contra la presidente Dilma Rousseff. En todo este intrincado proceso que terminó con el encarcelamiento del ex presidente Lula Da Silva, Temer fue desde el inicio, uno de los principales contrincantes políticos de Lula y su continuidad en la presidencia ha sido una clara muestra de que la justicia brasileña y el poder parlamentario actuaron con absoluta desigualdad en un caso como en el otro.
Se adiciona a la complejidad del escenario mencionado, las declaraciones que hizo en la red Twitter el jefe del Ejército, general Eduardo Villas Boas, en las horas previas al fallo judicial del Supremo Tribunal que debía decidir sobre el recurso de hábeas corpus presentado por Lula. El general aseguró que “el Ejército brasileño repudia la impunidad y respeta la Constitución, la paz social y la democracia” y agregó que: “en la situación actual de Brasil, corresponde a las instituciones y a los ciudadanos preguntarse quién está pensando realmente en el bienestar de nuestro país y sus futuras generaciones y quién solo está preocupado por los intereses personales”.
Sin dudas estas declaraciones significan una amenaza a la independencia de poderes, cosa que no ocurría desde la última dictadura militar en Brasil.
También podemos citar las declaraciones del General retirado del ejército brasileño Luis Gonzaga Shroeder Lessa, quien amenazó con un golpe de estado, afirmando que “…si el Supremo Tribunal Federal permite al ex presidente, apelar su condena por corrupción en libertad, inducirá la violencia entre los brasileños”; agregando que “…si Lula vuelve al Planalto, las fuerzas armadas deberán restaurar el orden”. Rematando sus dichos con la siguiente afirmación: “…la crisis que generaría la eximición de prisión de Lula va a ser resuelta con balas”. Sin perjuicio de ello, cabe destacar que en un comunicado posterior, el Ejército brasileño informó que esas declaraciones representaban la opinión personal del retirado militar, desvinculándose así de sus dichos.
La solución a este conflicto político, que tiene sus antecedentes en el mal resuelto juicio de “impeachment” de Dilma, evidentemente presenta un final incierto. Los atajos no son aconsejables y cada uno de los actores deberá sin duda asumir la parte de responsabilidad que le corresponda dejando de lado los egos y las ambiciones personales. El camino debe ser el democrático.
Si estos actores siguen consolidando la profundización de la crisis, la única perjudicada será la población y por sobre ella los más vulnerables. Esto debería ser considerado por toda la clase política de Brasil, máxime cuando el único candidato con posibilidades es el diputado neofacista Jair Bolsonaro, que con un discurso “de ser el único salvador”, ha conquistado a parte de la clase media desilusionada de los partidos tradicionales y al sector más radicalizado de la derecha brasilera.
Mientras tanto, la región se ve dividida, entre quienes apoyan a Lula y ven en la corporación judicial, un frente antidemocrático y aquellos que siguen de cerca lo acontecido sin pronunciamientos. Pero todos ellos convencidos que, de no encontrar Brasil una salida pacífica y democrática a esta situación, muchos tendrán, en menor o mayor medida, repercusiones problemáticas en cada uno de sus países. Todo ello sin dejar de mencionar las graves consecuencias que podrá traer aparejada una salida antidemocrática al tan desgastado proyecto de integración regional.
Laura Bono
Laura Bogado Bordazar
Cátedra Brasil
Departamento de América Latina y el Caribe