Las placas geopolíticas euroasiáticas están en movimiento, y lo ocurrido el pasado 14 de abril en Siria puede enmarcarse dentro de este proceso de reacomodamiento de actores regionales y extra regionales.
Recordemos que desde el inicio del apoyo militar ruso al gobierno sirio en septiembre de 2015, el cual se sumó al de la República Islámica de Irán, las fuerzas gubernamentales han logrado modificar la balanza de poder y en la actualidad controlan casi todo el país.
Desde el punto de vista geopolítico, el conflicto de Siria marca el fin de la hegemonía extra regional puesto que hoy los actores involucrados de manera central son Rusia, Irán y Turquía. La presencia de otros actores como Estados Unidos, Arabia Saudita, Israel, es mucho menor si los comparamos con los otros.
Como ocurre siempre en política internacional, el factor militar no es más que un instrumento político, y como tal, encontramos dos iniciativas fruto del interés ruso y de sus otros dos socios: el proceso de paz de Astana (capital de Kazajstán) y las negociaciones de Sochi (Rusia). El primero de ellos, iniciado tímidamente en 2015, alcanzó plena importancia a partir de diciembre de 2016 hasta la última reunión de marzo de este año. El objetivo es reunir a los distintos grupos opositores sirios con representantes oficiales de ese gobierno para avanzar en un proceso de paz bajo la atenta mirada de Rusia, Irán y Turquía. En los hechos, las reuniones de Astana significan el vaciamiento del proceso iniciado en Ginebra, que es apoyado por Naciones Unidas y los países occidentales.
La segunda iniciativa, el Congreso de Diálogo Nacional Sirio, se reunió en enero de este año con el objetivo de integrar a representantes de todo el arco político y social sirio, más de 1500 representantes, para “discutir el futuro de Siria sin mediadores, entre sirios”.
El apoyo de las tres potencias euroasiáticas (Rusia, Turquía e Irán) terminó de manifestarse el pasado 4 de abril cuando los presidentes de estos tres estados se reunieron en Ankara para coordinar sus puntos de vista. La declaración final del evento ha dejado claro cuál debería ser el futuro político de Siria de acuerdo a estos tres actores: integridad territorial de Siria y oposición a todo intento de separatismo y, por otro lado, apoyo a una solución política enmarcada dentro del Congreso de Diálogo Nacional Sirio y el proceso de paz de Astana, que son vistos no como contrapuestos sino como una forma de continuidad con el proceso de paz iniciado en Ginebra. La solución política plasmada incluye un diálogo intra-sirio y un nuevo texto constitucional.
En términos simples, Rusia, Irán y Turquía se oponen a la creación de un Estado kurdo y cualquier modificación de las fronteras internacionales de Siria, favoreciendo la continuidad de Bashar al-Assad en el poder. Eso no significa que no haya diferencias, algunas de ellas importantes, entre estos tres actores regionales. El desafío es cómo gestionar “pacíficamente sus propias tensiones internas”.
Tres días después de esta reunión se produjo el ataque químico en la ciudad de Duma, donde según reportes de organizaciones sirias han muerto 42 personas y 500 resultaron afectadas. En estos momentos (17 de abril) no hay informes concluyentes sobre los químicos utilizados aunque el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, Jim Mattis, ha señalado que se trataba de Cloruro, aunque sin presentar pruebas.
La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas el 10 de abril decidió enviar una misión de investigación a Siria para analizar lo ocurrido en el terreno. Este grupo de expertos llegó a Siria durante la mañana del sábado 14 de abril.
Horas antes de la llegada de los especialistas Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, de manera coordinada, atacaron tres sitios vinculados supuestamente con el programa químico sirio, generando daños materiales pero no así víctimas o heridos.
La reacción de los Estados Unidos, y sus socios europeos, sin entrar en los detalles técnico-militares, representa un intento de demostrar que sus puntos de vista deben ser considerados en el futuro político de Siria. Pero eso no es una estrategia a largo plazo. Ahí radica su principal debilidad.
El ataque militar liderado por los Estados Unidos no ha colmado las expectativas de nadie, ni de los que querían evitarlo ni de los que propugnaban una reacción firme frente al gobierno sirio.
El gobierno del Presidente Trump, más allá de las declaraciones periodísticas, debe aceptar el nuevo esquema regional donde sus aliados, es decir, Israel y Turquía, tienen sus propios intereses y buscarán adecuar sus posiciones. Es claro que hay mucho espacio para la negociación pero la realidad tiene límites precisos.
Otros socios, como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, sumidos en el caos de Yemen, no se encuentran en condiciones de aportar nada significativo a la posición de Washington. Tampoco Egipto o Qatar servirán para alterar el estado de fuerzas.
La política tiene terror al vacío y las oportunidades no se pierden sino que otros las aprovechan.
La política internacional es una política de poder; la automutilación, es decir, el intento de prescindir de poder militar, es una forma de desconocimiento de la realidad. Las capacidades militares son herramientas políticas.
Una vez más ha quedado claro que en Medio Oriente las organizaciones internacionales regionales (como la devaluada Liga Árabe) o internacionales (como Naciones Unidas) no tienen ninguna posibilidad de encauzar las acciones de los Estados más allá de sus intereses particulares.
Sin embargo, la cercanía de Rusia, Turquía e Irán es un matrimonio de conveniencia que no asegura, per se, que se mantenga en el tiempo si es que los actores perciben que sus intereses no son reconocidos.
Paulo Botta
Departamento Eurasia