Hace cuarenta años, al bajar la escalera del vuelo de Air France 4721, Khomeini era consciente de la trascendencia de sus actos. Esa escena, antepuesta a nuestros ojos, marca el inicio del triunfo de la Revolución Islámica en Irán, que se concretaría pocos días después. Los cuarenta es siempre tiempo de balances, y, aunque podemos sostener que el proceso reformista ha tenido mutaciones, y recibe no pocas críticas, su temperamento ha subsistido. En una región volátil, de difícil manejo, el Irán fundado por Khomeini ha demostrado tener la ambición y la fuerza necesaria para darle su impronta.
Es notable que las protestas populares que terminaron provocando el derrumbamiento del régimen del Shá, surgieron en distintos momentos y lugares: grupos de trabajadores, estudiantes, intelectuales, profesionales de distintas formaciones y rubros, de representantes de partidos políticos opositores. Acorralada por la persecución policial y la violencia del gobierno, la oposición al Shá se sumió en la clandestinidad y comenzaron a participar en las protestas un grupo de actores muy particular: líderes religiosos como los ayatollahs y los mullahs. El gobierno no supo encarar la situación con presteza y procedió dando una respuesta que osciló entre promesas de cambio y confirmaciones de que no serían cumplidas.
Cada vez más aislado, con tan sólo al Ejército de su lado, dentro del cual hubo disenso y pequeños motines aislados, el Sha fue repudiado en brutales enfrentamientos callejeros, por masivas movilizaciones de cientos de miles de personas. El momento de las promesas de cambio había caducado para el régimen. Las clases bajas, rurales y urbanas, las clases medias, de comerciantes y profesionales, los empresarios, y también, los valores de un país vapuleado, exigían un liderazgo: los doctores en jurisprudencia islámica, supieron ejercerlo.
Es indudable que la revolución fue condición necesaria para forjar los lineamientos que caracterizaron una nueva política iraní hacia la región, desde la era nuclear y la última década de la Guerra Fría, hasta la actualidad. Precisamente, la codificación discursiva que realizó el nuevo orden revolucionario sobre los antiguos socios comerciales occidentales de Irán, asociados con el fastuoso régimen del Shá, se sostiene aunque con significativas transformaciones en la praxis. Las relaciones comerciales de Irán con países centrales de la Unión Europea, como Alemania y Francia, así como con Rusia y China y con países de Asia Central como Kazajistán, no son en absoluto despreciables.
Sin embargo, la retirada de Estados Unidos del Acuerdo Marco firmado con el G5+1 y el retorno de las sanciones económicas a Irán complican su panorama comercial. El desarrollo de energía nuclear sigue siendo un eje contencioso para Irán en la región y, asimismo, objeto de la política internacional de Estados Unidos. El aislamiento que esto supone para el régimen de los ayatolás es de magnitud, pues Irán se halla atravesando una fuerte crisis económica, marcada por la devaluación de la moneda nacional y por un creciente descontento social.
El malestar de la sociedad iraní se profundiza con motivo de las bajas militares y el costo que acarrea para el presupuesto la intervención, a través de la acción, el entrenamiento y la inversión, de las fuerzas del gobierno de Teherán en dos escenarios capitales: Siria y Yemen.
Precisamente, el involucramiento de fuerzas iraníes en ambos conflictos pone de relieve cómo se estructuran hoy en día sus pretensiones hegemónicas en el Medio Oriente oponiéndose con claridad al Estado de Israel por un lado, y al Reino de Arabia Saudita y sus aliados del Consejo de Cooperación del Golfo, por el otro.
Asimismo, dicha política regional también evidencia otro tipo de alineamientos que involucran, ahora sí, a Estados ajenos a la región, como Estados Unidos y Rusia. Especialmente relevante es el rol que los gobiernos de sendos países mantienen en el conflicto sirio, donde un delicado balance entre los intereses de las potencias regionales se pone a prueba cotidianamente a partir del despliegue de políticas de seguridad que implican militarmente a Irán y a Israel. El papel mediador que Rusia ejerce entre ambos hoy en día, muestra hasta qué punto Estados otrora aliados mantienen un tenso intercambio de fuego en un tercer país: algo inédito en la historia de dicha animosidad que lleva ya cuatro décadas.
Pero no solo de guerra vive Teherán. El suyo no es un poder basado únicamente en la fuerza militar, sino también de su habilidad política para generar lazos perdurables en la región. Tanto el fortalecimiento del chiísmo en las urnas tras las elecciones legislativas de Líbano e Irak en 2018, como al auxilio económico prestado a Qatar en la prolongada cuarentena que todavía lo mantiene alejado de sus antiguos amigos del Golfo Pérsico, son muestras de los oficios que los iraníes han llevado adelante en la región, alejados de las armas.
La “crisis de los cuarenta” encuentra a Irán agitado por el contexto cambiante de una región compleja y un mundo en etapa de redefiniciones, pero comprometido todavía con los ambiciosos planteos de Khomeini.
Ignacio Rullansky y Said Chaya
Departamento de Oriente Medio