Después de prácticamente ningunear al MERCOSUR y a la Argentina como socio estratégico, Jair Bolsonaro y varios de sus principales ministros visitaron el país y parecieron transmitir otra visión a la que venían sosteniendo. En este sentido, Paulo Guedes, el ministro de economía de orientación neoliberal y representante de los sectores financieros de Wall Street y San Pablo, que había afirmado que el MERCOSUR no sería prioridad, en las reuniones en Buenos Aires hasta llegó a reflotar una moneda común entre Argentina y Brasil.
Hace sólo unos pocos meses Bolsonaro, en una demostración de quién sería su socio principal en América del Sur y su concepción estratégica en materia de integración, rompió la tradicional visita a Argentina como primer viaje de estado por parte de los presidentes recién asumidos en Brasil y optó por visitar a Chile. También fue fundamental su visita a Washington, su alineamiento total con Donald Trump y su apuesta a construir junto al nacionalismo americanista dominante en el gobierno estadounidense, un movimiento mundial de derecha anti-liberal en lo ideológico, que si en el centro se caracteriza por el nacionalismo económico en la periferia del patio trasero se combina con un neoliberalismo exagerado.
Además, tanto Bolsonaro como su canciller ultra-conservador y pro-occidental Ernesto Araújo había tomado como propia la doctrina Monroe de “América para los americanos”, reafirmada insistentemente por la administración Trump. En esta línea, fueron muy críticos con China, intentaron bloquear la compra de empresas por parte del gigante asiático en Brasil y suspendieron la mega obra de infraestructura comandada por empresas chinas para conectar el Atlántico con el Pacífico a través de un corredor ferroviario bioceánico desde Santos a Ilo en Perú. A ello se agregó el total abandono de un regionalismo autonomista y de la apuesta multipolar de los BRICS.
¿La pregunta luego de esta breve descripción, es qué pasó? ¿Por qué vuelve a haber, al parecer, una apuesta al MERCOSUR y a la Argentina? ¿Obedece solamente a cuestiones tácticas y electorales o hay algo más de fondo? ¿Por qué pareciera que Bolsonaro y Paulo Guedes cambiaron sus posiciones?
Para empezar a construir una respuesta posible a dichas preguntas, es interesante ver lo que pasó con Venezuela. Bolsonaro, sus hijos y Araújo pretendían apoyar la propuesta estadounidense de intervención del país caribeño para desplazar al gobierno de Nicolás Maduro e instalar en su lugar a Juan Guaidós, impulsada por Donald Trump y su especialista en la política de “cambio de régimen”, el Consejero de Seguridad Nacional John Bolton. Washington necesitaba para avanzar el involucramiento de Colombia y Brasil. Sin embargo, el principal representante de las Fuerzas Armadas de Brasil en el gobierno, el general retirado del ejército y vicepresidente Hamilton Mourao, se opuso completamente a dicha aventura.
En este caso como en otros, Bolsonaro se chocó con la realidad y la correlación de fuerzas existentes en su país, en la región y en el mundo, en un contexto muy complicado para su perfil de ultraconservador en lo ideológico y en lo político e impulsor de un neoliberalismo periférico en lo económico. A menos de seis meses de asumido, su nivel de aprobación popular es el peor de un presidente de Brasil desde la recuperación de la democracia (ronda un 30%) y la economía volvió a tener un retroceso, luego de cuatro años de combinar fuertes caídas y años de estancamiento.
En este tiempo, se fortaleció cada vez más el sector militar tradicional de tendencia nacional conservadora con matices neodesarrollistas (aunque mucho más liberal que en el pasado), representado por Mourao. Fue el propio vicepresidente quien viajó a China a retomar el vínculo con el gigante asiático, el principal comprador de las exportaciones de Brasil. La condición estructural de la economía brasilera hace muy difícil un seguidismo a Washington en plena Guerra Comercial con China y el mundo, junto a la exacerbación de la doctrina Monroe en América Latina. Esta situación ya se había advertido por la propia ministra de Agricultura de Brasil, Tereza Cristina, representante del dinámico sector de los agronegocios, quien se despegó de las posturas anti-China dominantes en las reuniones llevadas a cabo por la comitiva brasileña durante la gira por Estados Unidos. Por otro lado, son las empresas chinas las que están decididas a invertir en Brasil y apoyar el plan de privatizaciones del gobierno (que continua la propuesta de Temer).
Mourao y su grupo también considera importante el MERCOSUR por varias razones. Un de ellas es porque en el MERCOSUR y en la región es en donde pueden tener destino las exportaciones industriales de Brasil. Esto también lo entiende la Confederación Nacional de la Industria (representante de la burguesía interna) más aún en un contexto de estancamiento. También porque consideran, siguiendo las tradiciones geopolíticas brasileras, que su espacio de influencia es América del Sur, y el MERCOSUR y la alianza con Argentina son una llave fundamental en ese camino. Si bien apoyan un acercamiento a Washington y un alineamiento geoestratégico con Occidente, reclaman cierta autonomía relativa y pretenden funcionar en relación a Estados Unidos como Alemania y Japón en Europa y Asia Pacífico (aunque el mundo ya no es el de la tríada y América del Sur no es lo mismo que Europa y Asia Pacífico para los Estados Unidos, muchos menos dispuestos a dejar ciertos márgenes de autonomía). En esta calve puede explicarse la propuesta de reflotar la moneda única.
Además, nos encontramos con un mundo crecientemente multipolar y entrando ya en la fase de Guerra Comercial, en plena transición histórica y crisis de hegemonía –con un Estados Unidos en declive e importantes fracturas internas entre globalistas y americanistas— a lo que se le suma las perspectivas de un largo estancamiento económico mundial y el freno desde 2008 al proceso de globalización. En este escenario, como en los años treinta, sectores de los grupos de poder tradicionales y clases dominantes se ven con la necesidad de tener cierto margen estratégico propio y contar con un bloque comercial desde donde negociar en las duras condiciones internacionales, diversificando las relaciones. Reflotar los acuerdos comerciales con la UE, Canadá y Corea del Sur van en ese camino, aunque también simbolizan una estrategia de inserción primario-exportadora que debilita a los sectores industriales y de mayor complejidad.
Las posiciones contrarias a la política de Bolsonaro-Araújo-Guedes también se observaron, por ejemplo, en torno a la venta de la empresa aeronáutica Embraer (la tercera en el mundo) a Boeing de los Estados Unidos. Allí los militares encabezados por Mourao no se opusieron, a diferencia del amplio espectro nacional-popular que rechazó la venta de la joya industrial más importante de Brasil, pero negociaron mantener en manos nacionales el sector destinado a la producción militar de Embraer.
Es probable que Bolsonaro entienda, además, que como representante de la potencia regional sea importante dar un espaldarazo a quien considera su par en términos ideológicos y políticos, en un escenario electoral complicado en Argentina para las fuerzas neoliberales. Él, al igual que Macri, es un presidente débil y con oposiciones nacional-populares que se fortalecen al calor de las consecuencias que generan las políticas de gobierno. El apoyo del papa Francisco a Lula hace pocos días, en una carta en donde afirmó su “proximidad espiritual” con el histórico líder del PT y le pidió “coraje” para “no desanimarse”, lo que se suma a sus denuncias al “Lawfare” en América Latina, son toda una señal de la magnitud de la disputa en la región y de las fuerzas que se oponen desde distintos sentidos a la política dominante en Washington, Brasilia y Buenos Aires.
En este escenario, es poco probable que el MERCOSUR muera, como se pensó en un momento cuando asumió Bolsonaro, pero tampoco que realmente resucite.
Gabriel E. Merino
Miembro
Departamento de América Latina y el Caribe
IRI – UNLP