Como era previsible habrá balotaje en Uruguay el domingo 24 de noviembre. Promediando un largo proceso electoral que en Uruguay empieza en junio y termina en mayo del siguiente año, habrá nuevamente segunda vuelta entre el Frente Amplio (FA) y el Partido Nacional (PN), como ocurriera en 2009 y en 2014. En esta oportunidad se enfrentarán Daniel Martínez y Luis Lacalle Pou, quien repite candidatura.
Lejos de las alteraciones sociales o políticas extraordinarias que han explotado en la región en los últimos meses -y que es una mirada ineludible para quien escribe por su formación en Relaciones Internacionales-, los uruguayos van a las urnas en un contexto político doméstico novedoso como resultado de las elecciones del pasado 27 de octubre. Por primera vez en la historia de Uruguay se constituye un parlamento tan fraccionado, en el que la Cámara Senadores tendrá la representación de cuatro partidos políticos, y la Cámara de Diputados se integrará con siete. El ingreso de nuevos partidos políticos con diferentes perfiles, propone un escenario que se aleja del de las mayorías parlamentarias de las que han disfrutado los últimos gobiernos FA.
Esta conformación parlamentaria no es meramente anecdótica, sino que es la constatación de que el tripartidismo dio paso a un original tetrapartidismo. Situación que merece especial análisis, ya que es consecuencia de la incorporación al ruedo de Cabildo Abierto (CA), que irrumpe en la escena política muy recientemente. Algunas de las características de este novel partido político merecen comentarse. En primer lugar, su rápido crecimiento no parece guardar relación con la reducida inversión en la campaña que pudo observarse en los medios de difusión, y en relación con las profusas campañas publicitarias del FA, del PN, del Partido Colorado (PC), e incluso del Partido de la Gente (PG).
En segundo lugar hay que referirse a su líder Guido Manini Ríos. Ex Comandante en Jefe del Ejército que cesa en sus funciones como consecuencia de la destitución del presidente Tabaré Vázquez en marzo de este año, e inmediatamente se incorpora a CA como candidato a la presidencia. Sin dudas, este es un fenómeno que amerita estudiarse de manera más global y profunda, a partir de la tendencia a los nuevos “cesarismos” políticos -en términos de Sanahuja-, vinculados a los nacionalismos y las extremas derechas.
Otro aspecto llamativo es que en las elecciones internas del 30 de junio pasado -sin competencia para disputar la candidatura a la presidencia-, CA obtuvo 46887 votos, muy por encima de la votación recibida por otros partidos con representación parlamentaria, en particular el Partido Independiente (PI) que recibió 2015 votos y Asamblea Popular-Unidad Popular (UP) con un total de 4079 votos. Esta agrupación a la que muchos han llamado el “partido militar”, debe esta alusión no solo al desempeño castrense de Manini Ríos -durante el que más de una vez en función del mayor rango militar del país demostró confrontación con el poder político-, sino al sesgo discursivo de varias de sus principales figuras, así como a sus evasivas y confusas reflexiones sobre la dictadura cívico militar, que es un asunto de especial sensibilidad para la sociedad uruguaya.
Otra novedad -por cierto bastante previsible antes del acto del domingo 27- es la llegada a la Cámara de Diputados de dos partidos nuevos, el Partido Ecologista Radical Intransigente (PERI) y el PG, cada uno con un diputado, que dejan afuera a la UP, un partido escindido del riñón de la izquierda más radical del FA, y que a pesar de su estructura no pudo mantener su banca. Se suma al trío de “partidos pequeños” el Partido Independiente (PI), que en este caso ya con varias legislaturas, perdió dos de sus tres diputados y a su único senador.
Claramente con el panorama de la nueva conformación parlamentaria, la coalición anunciada el mismo 27 de octubre entre el PN, PC, CA, PG, PI es la pieza clave para darle la victoria al PN. De hecho y con los números sobre la mesa, reconocidos politólogos se han pronunciado en términos de que es altamente improbable un cuarto gobierno del FA. Aunque pensar solo en la importancia de la coalición en términos de éxito electoral es demasiado simplista. La relevancia de la coalición se jerarquiza en función de la gobernabilidad. Claramente la agenda política va a depender de esa coalición, pero lo que es más importante aún, la gobernabilidad está sujeta a las coincidencias que se alcancen y el tiempo que logre prolongarse, ya que parece ser una constante que en política las coaliciones vienen con fecha de vencimiento a dos o tres años en el escenario más optimista. En suma, ya sea que la coalición sea oficialismo u oposición, el próximo gobierno se enfrenta a tiempos políticos domésticos e internacionales complejos.
En las últimas semanas distintos acontecimientos políticos y sociales han conmocionado la región. Desde Perú a Ecuador, y más recientemente Chile, con la brutal represión desatada en las calles, que ha dejado un terrible número de víctimas mortales y de heridos, inadmisibles siempre, pero más aún en democracia. El caso de Bolivia con la nebulosa que se cierne sobre los resultados de las elecciones que colocan por cuarta vez y en primera vuelta a Evo Morales, y que ha desatado el clamor interno de la oposición para la realización de una segunda vuelta, apoyado por la Organización de Estados Americanos (OEA).Sin lugar a dudas la mayor preocupación se origina con la impronta que ha adquirido los incidentes chilenos, que a pesar de las respuestas del gobierno y la actitud del presidente, parecen no ceder. El nivel de enfrentamiento y la consecuente violencia militar desplegada, con niveles desmesurados y sorprendentes en la post-dictadura chilena, claramente atemoriza, o debiera hacerlo. La región urge de un imprescindible abordaje en función de comprenderse, o bien -en términos del filósofo libanés Nassim Taleb– clarificar si está frente a “cisnes negros” o no.
Aunque la situación de Uruguay es distinta y hoy no admitiría comparación, no debe descartarse el mensaje que dio casi el 47% de la ciudadanía habilitada para votar el 27 de octubre con respecto al plebiscito de la reforma constitucional denominada “Vivir sin Miedo”, que entre sus iniciativas más controvertibles proponía modificar el artículo 85 de la Constitución, a fin de poder crear un Guardia Nacional de las Fuerzas Armadas para cumplir funciones de seguridad pública. Si bien esta reforma no prosperó, y a pesar de que hubo una gran campaña en contra -incluso desde las tiendas del propio FA que fue el partido más votado-, que ninguno de los candidatos a la presidencia la apoyaba públicamente, que el Consejo Directivo Central de la Universidad de la República (CDC – UdelaR) manifestó su rechazo al proyecto, aún así no estuvo lejos de aprobarse. Una explicación pudiera estar en que la seguridad ha sido el tema más importante de los últimos meses de campaña, por encima incluso de otros destacados como la educación y la economía. Todo tiende a que será una punta de lanza en la campaña hacia el balotaje, y negociación obligada para la próxima coalición.
Si bien el panorama previo al 27 de octubre era que el partido que se jugaba era el parlamentario, de cara hacia el balotaje el escenario es otro. Del discurso de la fórmula del FA a poco de empezar a conocerse los primeros resultados, ciertamente apresurado y apelando a las personas, al de la fórmula del PN con un cariz triunfalista y de claro liderazgo de lo que se definió como “gobierno multicolor”, al contrapunto continuidad y certeza vs cambio previo al 27 de octubre, se lo ha ido transformado en una bifurcación del futuro en Uruguay entre izquierda/centro vs derecha/ultraderecha.
Lo que ciertamente comienza a instalarse en Uruguay es el multipartidismo. En estas elecciones ha quedado en evidencia la volatilidad del voto. Con mayor o menor peso, nuevos partidos políticos han llegado para canalizar descontentos y preocupaciones de personas que no se sentían representadas en sus demandas. Por un lado CA y su cliché de que se plantará a representar a “los postergados y a los más frágiles”, desde un discurso en el que se explicita el protagonismo en la futura coalición que sabe le dieron las urnas, fija sus prioridades de agenda en la seguridad y la producción.
Si bien gracias a sus peculariedades CA atrae las miradas, no debe perderse de vista que 1,37% del electorado colocó al PERI en el parlamento, que con un programa netamente medioambientalista, se propone poner en agenda un tema impostergable aunque largamente soslayado dentro del sistema político uruguayo. Por otro lado el PI tendrá en los próximos cinco años la oportunidad de trabajar en pos de recomponer su representatividad, aunque en función de la dinámica que conlleva el multipartidismo conformado, será un trabajo de mucho esfuerzo. Por otro lado el PG -un partido que a pesar de gran inversión obtuvo escasos resultados en votos-, deberá a través de su representación parlamentaria justificar sus credenciales para convertirse en una fuerza política de peso a futuro.
Cabría esperar que en esta recta final de campaña, las fuerzas en competencia apelen a una campaña limpia que no estimule la polarización social, que si bien no despunta en el escenario doméstico, en tiempos de interconexión global el rol de las redes como instrumentos catalizadores son de especial cuidado, por aquello de que “no es el instrumento sino que lo que importa es para que se usa”.
Mónica Nieves[1]
Cátedra Uruguay – Departamento de América Latina y el Caribe – IRI – UNLP
[1] Profesora Adscripta de Historia de las Relaciones Internacionales, Universidad de la República, Uruguay