El 30 de enero de 1933, el presidente Paul von Hindenburg nombró a Adolf Hitler canciller de Alemania. Diez años atrás, Hitler había intentado acceder al gobierno a través de un golpe de Estado. Sin embargo, el golpe fracasó y Hitler fue enviado a prisión. A pesar de esto, durante esos años de aislamiento político, el Partido Nacionalsocialista Alemán (NSDAP) fortaleció su liderazgo, obligando al gobierno de la República de Weimar a ceder ante las pretensiones del militar austríaco.
“Compatriotas alemanes… el 30 de enero se formó un nuevo gobierno nacional. Yo, y conmigo el movimiento nacionalsocialista, nos hemos incorporado a él. Siento que el objetivo por el que tanto he luchado en los años pasados, ha sido alcanzado”, afirmó Hitler en su primer discurso en el cargo.
La “lucha” del futuro Führer representaba el arduo camino recorrido por su partido en la década anterior. La frágil estabilidad política y económica de Alemania entre 1925 y 1929 fue determinante para el fracaso de la NSDAP en las elecciones de 1928: únicamente 12 diputados consiguieron ser electos para ocupar un lugar en el Reichstag, el parlamento alemán. Sin embargo, la crisis mundial de 1929, fue fundamental para la emergencia del partido nazi. Tras la caída de la Bolsa de Valores de Nueva York, la economía alemana se desplomó y tres millones de trabajadores perdieron su empleo. Como consecuencia de la tensión social, agravada por los acontecimientos mundiales, el NSDAP sumó un gran número de militantes, convirtiéndose en la segunda fuerza política más votada en las elecciones de 1930 con 107 escaños ganados. En las elecciones presidenciales de 1932, el partido obtuvo la representación de 228 diputados, obligando así al oficialismo a negociar un acercamiento.
¿Podemos identificar la crisis económica como la única la causa de la emergencia del partido nazi? Desde una posición académica, Eric Hobsbawm señala que el ascenso de los movimientos de derecha europeos, entre ellos el nacionalsocialismo alemán, puede atribuirse a dos cuestiones fundamentales: en primer lugar, las consecuencias psicológicas de la Primera Guerra Mundial. La figura de “el soldado del frente que no pudo convertirse en héroe” fue una narrativa ampliamente utilizada, especialmente por el propio Hitler, para movilizar a un gran número de jóvenes soldados de clase media que padecía el desempleo a su regreso de la guerra. En segundo término, Hobsbawm subraya el temor a la Revolución rusa y a la importancia del movimiento obrero, el cual representaba una amenaza para los intereses económicos de vastos sectores que, eventualmente, apoyarían el ascenso de la derecha europea.
Tras asumir como canciller, Hitler comenzó la transición hacia un régimen totalitario que se intensificó tras la muerte del presidente Hindenburg en agosto de 1934. De esta manera, asumió el cargo de jefe de Estado y de comandante de las fuerzas armadas; se proclamó Führer, único líder del III Reich. El camino hacia la Segunda Guerra Mundial se había iniciado…
Jessica Petrino Colaborador de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales Departamento
de Historia IRI – U.N.L.P