El protocolo de Kioto fue un acuerdo de gran magnitud que tuvo como objetivo lograr un consenso con respecto a los temas relacionados al medio ambiente, específicamente sobre la reducción de los gases de efecto invernadero. Este protocolo ofrecía nuevas y poderosas herramientas e incentivos que los gobiernos, los sectores económicos y los consumidores podrían utilizar para construir una economía no perjudicial para el clima e impulsar el desarrollo sostenible.
En el protocolo se acordó una reducción de al menos un 5 %, de las emisiones de estos gases en 2008-2012 en comparación con las emisiones de 1990. Esto no significa que cada país reduciría sus emisiones de gases regulados en un 5 % como mínimo, sino que este porcentaje era global y cada país suscribiente del protocolo, tenía sus propios compromisos de reducción de emisiones.
El protocolo fue adoptado el 11 de diciembre de 1997 en Kioto, Japón, pero no entró en vigor hasta el 16 de febrero de 2005. En noviembre de 2009 eran 187 los estados que lo habían ratificado. Estados Unidos que, al momento de la firma del protocolo el mayor emisor de gases de invernadero, nunca lo ratificó.
La entrada en vigor del Protocolo significó que 30 países industrializados están legalmente obligados a reducir sus emisiones de seis gases de efecto invernadero -medidas en su equivalente de dióxido de carbono- en un 5,2% de media en el periodo 2008-2012, respecto al nivel de 1990. La Unión Europea en conjunto tenía que reducir un 8%; Japón un 7% y EE UU estaría obligado con un 6%. Además, podían empezar a funcionar los mecanismos del acuerdo para facilitar su cumplimiento, es decir, el mercado de carbono y los proyectos conjuntos.
La pregunta central que debemos hacer es si todo este acuerdo fue un logro o un fracaso, debido a que en la actualidad se tiene conocimiento de que no se cumplieron con estos objetivos. En vez de reducir los gases de efecto, se comprobó que, hasta 2018, hubo un aumento de las emisiones. Este aumento nos ha colocado a las puertas de una situación crítica que implica cambios climáticos irreversibles.
Si bien no todos los países lograron cumplir con la promesa (solo 9 incumplieron su compromiso) la mayoría la cumplieron, de manera que sus emisiones se redujeron más de lo esperable. Pero los países firmantes no incluían ni a Estados Unidos ni Canadá, países que aumentaron notablemente sus emisiones y que, de haberse incluido en el protocolo, habrían resultado en su incumplimiento en términos globales.
Visto y considerando todas estas negativas al Protocolo de Kioto es que las Naciones Unidas lograron fijar una prórroga extendiéndola al 31 de diciembre del 2020, con el objetivo de cumplir algunas de las propuestas establecidas en el protocolo, como así también de las diferentes conferencias y reuniones relacionadas al medio ambiente y al cambio climático.
Nicolás Eduardo Carabajal
Colaborador
Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales (CoFEI)
Departamento de Historia
IRI – UNLP