En búsqueda del Lebensraum: la invasión alemana a Checoslovaquia
La ocupación alemana del 15 de marzo de 1939 en Checoslovaquia no fue un hecho aislado. Por detrás de aquel suceso existían justificaciones ideológicas, tratados jurídicos y declaraciones no cumplidas. Francia y Reino Unido sin haberse dado cuenta, buscando evitar una “guerra europea”, permitieron al führer, Adolf Hitler, cumplir con su política exterior de recuperar el “espacio vital alemán”.
Bajo la idea de una desproporción entre población y territorio, Hitler, en su obra “Mein Kampf”, anunciaba: “los alemanes tienen el derecho moral de adquirir territorios ajenos gracias a los cuales se espera atender al crecimiento de la población”. Lebensraum era la palabra con la que se definía dicha aspiración.
Entre 1936 a 1939, en la antesala de la Segunda Guerra Mundial, el führer puso en marcha su aparato militar y económico para conseguirlo. Su primer objetivo fue Austria, luego Checoslovaquia y, finalmente, Polonia.
Durante dos decenios, Checoslovaquia se mostró ante los ojos de Europa como una república modelo: estable y democrática. No obstante, por detrás de aquella fachada se ocultaba una profunda división étnica. Checos y eslovacos en su mayoría. Por detrás de ellos, un 22% de germanos concentrados en la zona de los Sudetes, frontera con la Silesia y Sajona alemana, y el resto disperso entre húngaros, polacos y rutenos. Desde 1919, con la firma del Tratado de Versalles, aquellos pueblos germanos habían quedado escindidos de Alemania. Producido el Anschluss austriaco (anexión del país al Tercer Reich), el gobierno alemán reivindicó las pretensiones de autonomía de los Sudetes germanos. A partir de ello, el presidente checo, Edvard Beneš, movilizó sus tropas a aquella frontera y comenzó la tensión entre ambos países.
Con la intención de encontrar una solución para la denominada “crisis de los Sudetes”, el entonces primer ministro británico, Neville Chamberlain, visitó al führer. En la ciudad de Berchtesgaden, Hitler le aseguró que si pudiera obtener los Sudetes, no haría más reclamos territoriales en Europa. Reunidos en Múnich el 30 de noviembre de 1938, representantes de Francia, Reino Unido, Italia y Alemania probaron la anexión de los Sudetes al Tercer Reich a cambio de la declaración del Canciller Imperial alemán de que no tenía más ambiciones territoriales.
A pesar de lo acordado en la capital alemana, lo que pasó fue distinto a lo que se acordó en palabras. Mientras se expandía hacia Polonia,
Hitler empezó a presionar a Emil Hácha –sucesor de Beneš- para que pusiera a Checoslovaquia bajo la protección alemana. Aprovechando la debilidad territorial de aquél país (por haber cedido también un tercio de Eslovaquia a Hungría y Zaolzie a Polonia) el Führer programó la invasión alemana a Bohemia y Moravia.
Para que el golpe final a Checoslovaquia fuera certero, el Hitler se sirvió de las diferencias étnicas que existían. Desde octubre de 1938 los eslovacos tenían un gobierno propio que bregaba por el separatismo. Su líder Jozef Tiso, días antes que se produjera la invasión nazi, se reunió con el Führer para conseguir una mayor independencia. La oferta nazi era sencilla: si no proclamaba su independencia y se ponía bajo la tutela del Reich, tropas alemanas ocuparían la cuenca del río Váh y repartirían Eslovaquia entre los países vecinos. Aunque estaba en contra de esa oferta, Tiso sabía que estaba entre la espada y la pared. Entregándose al amparo alemán, el 14 de marzo la Asamblea Bratislava proclamó la independencia de Eslovaquia.
La mañana siguiente, Hitler se reunió con Hácha. En aquellas reuniones, el presidente checoslovaco fue obligado a firmar la conversión del país al Protectorado de Bohemia y Moravia. El 15 de marzo de 1939 las tropas alemanas entraron a la ciudad sin resistencia alguna. Checoslovaquia, como tal, había desaparecido.
Si bien Hácha mantuvo su cargo como presidente, sus funciones fueron relegadas al supervisor (Reichsprotektor) Freiherr Konstantin von Neurath. Por otra parte, el poder de policía quedó a cargo de la Gestapo lo cual significó la prohibición de partidos políticos y la persecución de la población judía. A pesar de que el dominio alemán no fue tan brutal como en otros territorios, el escenario se complicó a medida que avanzaba la guerra.
Con el fin de derrotar la conquista nazi, exiliado en Londres, el ex presidente Beneš apoyó a grupos de la resistencia checoslovacos en el país. Las constantes revueltas civiles endurecieron la respuesta del Reich que reemplazó a Neurath –considerado «demasiado benévolo»- por Reinhard Heydrich. El nuevo supervisor pasará a la historia por ser uno de los principales arquitectos del holocausto. Conocido como el “carnicero de Praga”, Heydrich fue quien, a través de asesinatos y fusilamientos, puso en marcha “la solución final“ de la cuestión checa.
Augusto Gabriel Arnone
Colaborador de la Red Historia de las Relaciones Internacionales
Departamento de Historia
IRI – UNLP