En Europa hay aproximadamente 71.000 personas infectadas con COVID-19 hasta la fecha, con un total de decesos de 3309, de los cuales la mayoría en Italia, con 31506 casos confirmados y 2510 fallecidos, siguiendo los datos oficiales de la Unión Europea (1).
La realidad siempre excede la fantasía.
Hasta ahora, la crueldad de las instituciones europeas siempre se ha manifestado más allá de lo comprensible, en un magma de burocracia y abstracciones legales y económicas altamente sofisticadas. Hasta ahora, la maldad de las medidas tomadas por las instituciones europeas se había manifestado contra los países mediterráneos descuidados, marginados e ineficientes (Grecia, Italia, España), en nombre del estado de derecho garantizado por los virtuosos países del norte (Alemania y Francia ante todo). Hasta ahora, la inhumanidad de las medidas nocivas para contener a los inmigrantes había arremetido exclusivamente contra los no europeos, víctimas de guerras, torturas, persecuciones, migraciones forzadas. Todos estos eventos no fueron percibidos claramente por las poblaciones europeas que, a pesar del esfuerzo diario de vivir, tuvieron el privilegio de no prestar atención a estos problemas o, al menos, de no sentirlos como propios.
Sin embargo, un virus invisible, repentino, salió de la nada, trastornando todo y a todos. El COVID-19 funcionó como un suero de la verdad, haciendo que el velo de Maya se cayera en la narrativa mística de Europa.
Ya se ha escrito (2) sobre el abandono total de Italia al comienzo de la epidemia en Europa, sobre cómo se movió rápidamente, sometiendo a miles de hisopados a casos que respondieron a los síntomas del coronavirus y poniendo en práctica medidas severas que restringen la libertad personal para limitar las infecciones.
Lo que no se ha discutido es la espera predeterminada de Alemania y Francia por hacer públicos los contagios en sus respectivos territorios a expensas del colapso económico de Italia. Lo que se ha pasado por alto es la humillación que sufrió Italia al verse obligada a pedir la superación del fiscal compact y que ni la Comisión Europea ni el Banco Central Europeo (BCE) han proporcionado como medida necesaria no sólo para Italia sino también al resto de los países europeos.
Siendo más grave aún que Alemania y Francia han pasado por alto las instituciones europeas al poner en práctica medidas económicas nacionales, ocultas al presupuesto nacional. De hecho, Alemania ha asignado 550 mil millones de euros, en comparación con los 25 italianos (para dar una dimensión de la diferencia), puestos a disposición del Kreditanstalt für Wiederaufbau (KFW), con «asistencia ilimitada» a las empresas alemanas, así como ha declarado el ministro de Finanzas alemán, Olaf Scholz. El KFW no es un banco sino un organismo público, un accionista del Kfw Ipex-Bank, que realiza actividades bancarias pero no supera el umbral de 30 mil millones; por esta razón está exento de la supervisión del BCE, no debe cumplir con los requisitos de capital y reglas de la unión bancaria. Prácticamente opera como un banco central que responde al gobierno, que es su accionista de referencia. Alrededor de este sistema perfectamente legal, Alemania y Francia, que tiene un sistema idéntico, construyeron la unión monetaria y políticas económicas europeas, dejandose afuera del sistema mismo, protegidas en sus respectivos “plan B”. Esta es la única razón por la cual estos dos países siempre se han comportado como modelos de virtud, permitiendo que la comunidad internacional entienda la ineptitud de los otros «Estados hermanos menores» de la Unión, que simplemente confiaron en las reglas comunes.
En Europa no se está desarrollando un balance presupuestario sino un «balance de cuentas»: un quoque suum, sin planificación común, sin acción común, sin ayuda común. Entonces, sin piedad, sin solidaridad, sin reglas europeas, nacionalismo puro, en perfecto estilo westfaliano.
La integración europea nació como un sueño heroico, contra los antagonismos de la región que siempre se ha definido como el centro del mundo.
No es casualidad que el Manifiesto de Ventotene haya sido escrito en 1941 por dos italianos: Altiero Spinelli y Ernesto Rossi. Dos jovenes confinados durante la Segunda Guerra Mundial, con la idea de generar una confederación de Estados europeos, según los ideales ancestrales de la historia grecorromana, hecha de conflictos pero también cuna de grandes civilizaciones.
Hoy, en cambio, es un gran paso para las nuevas “invasiones bárbaras del nacionalismo más ínfimo”, del impulso egótico hacia una primacía, que será recordada en la historia como la primacía de la cobardía y la pusilanimidad.
El sueño europeo no ha terminado, nunca ha sido un sueño para ciertos pueblos, ha sido un arma legal y económica para someter a las poblaciones mediterráneas que se han rebelado contra las dominaciones bárbaras.
El sueño europeo continúa por esa solidaridad de los pueblos del mar desde la cual la civilización debe comenzar de nuevo. Europa como «oeste» (de «ereb»), de hecho, fue y siempre será el Mediterráneo, como lo definieron los fenicios, en contraste con Asia.
Humboldt definió a Europa como «una península enorme y articulada de Asia». Y este es el nuevo comienzo: Europa y Asia como hermanos, hijos de Ocean y Thetis, se encontrarán en esa «comunidad de destino compartido «que bajo el mismo tianxia comenzará a imaginar una nueva humanidad y un nuevo modelo de desarrollo.
(1) https://www.ecdc.europa.eu/en/cases-2019-ncov-eueea
(2) http://www.iri.edu.ar/index.php/2020/03/09/para-europa-doblan-las-campanas/
Maria Francesca Staiano
Coordinadora
Centro de Estudios Chinos
IRI – UNLP