Hace algunos días nos enterábamos de la decisión de la República Argentina de retirarse de la mesa de negociaciones sobre los acuerdos de libre comercio que el Mercosur estaba llevando a cabo con una serie de actores, entre los cuales Corea del Sur era el foco de principal atención. Más allá de que Argentina dio marcha atrás con el anuncio pocos días después, la decisión original no tenía demasiado sentido, no por no ser atendibles los puntos expuestos por Argentina en lo relativo al fondo y la filosofía de los tratados de libre comercio en tiempos de COVID-19; lo irrazonable se daba en que el Mercosur toma sus decisiones por consenso, por ende retirarse de la mesa de negociaciones no parecía ser una estrategia inteligente.
Lo que queda en evidencia tras el hecho en cuestión, es que dentro del Mercosur hay dos visiones claramente diferentes de cómo será el mundo después del coronavirus; Brasil cree que el mundo será un lugar de oportunidades, su enfoque parte de lo que podríamos denominar una perspectiva fukuyama del mundo, en base a las ideas predominantes en el ala ultra liberal liderada por el eje Bolsonaro-Guedes, esta posición corre el riesgo de pecar de optimista, un hecho similar al que sucedió en 2016 cuando Michael Temer y Mauricio Macri anunciaban muy animadamente que habían vuelto al mundo, pero el problema radicaba en que al mundo al que querían volver, era a un mundo donde ya no quedaba prácticamente nadie.
La visión argentina es más pesimista, Argentina cree que el mundo será un lugar menos amistoso, en donde las economías se seguirán cerrando, visualiza un mundo cada vez más disputado, y esta visión puede pecar de pesimista, como bien sostiene Esteban Actis, la política exterior debe minimizar los riesgos y potenciar las oportunidades, Argentina acierta en el primer postulado pero debe trabajar mucho en su estrategia para cumplir el segundo, cerrarse a todo no es una opción.
Ahora bien, si uno identifica tendencias y analiza el pasado y el presente, claramente se ve que los tratados de libre comercio están a la baja, es cierto que existen excepciones, pero la tendencia es claramente la contraria.
Es real que uno debe mostrar las cartas que usa para analizar y describir el mundo, y me centro en el método de las estructuras históricas de Robert Cox reinterpretado por José Antonio Sanahuja. Dicho método nos dice que para saber si estamos ante un orden hegemónico, deben confluir las capacidades materiales, las instituciones y el elemento ideacional, y esto funcionó muy bien durante casi 40 años si tomamos a la globalización como estructura desde finales de los 70 hasta al menos la crisis de 2008. Con el posfordismo a la cabeza, la arquitectura institucional de la posguerra y el liberalismo o neoliberalismo como elemento ideacional la globalización fue hegemónica. Pero esa estructura está dañada y ya no es hegemónica, lo que permite, en el histórico debate sobre el nexo de causalidad que se da en las ciencias sociales (¿por qué pasan las cosas?), observar que al no existir una estructura hegemónica, el margen de acción para la agencia es mucho más amplio que en una estructura bien trabada.
Desde ya debemos reconocer que la globalización no pasará de la hegemonía a cero, pero si se ha roto la tendencia, y mostraremos algunos puntos que son claves para entender y analizar también lo que sucede en el seno del Mercosur, en las diferencias existentes entre sus dos principales socios.
La globalización tuvo como sistema productivo a las empresas trasnacionales, y sus cadenas de valor tenían un componente central que fue la deslocalización productiva conocida como off shoring, en donde empresas cuya sede se encontraba en Estados Unidos o Europa llevaban su proceso productivo al sudeste asiático o a México en razón de los bajos costos de mano de obra que existían en esas economías emergentes. Pero la automatización o cuarta revolución industrial empuja a un fuerte cambio en este punto, según Mckinsey el 5% de los empleo será automatizado en su totalidad, en tanto el 60% puede ser automatizado hasta en un 30%. El caso es que la automatización acelera los procesos reshoring (vuelta a casa) de las empresas, algo que se ve en Estados Unidos y en menor medida en Europa (aunque la crisis del COVID-19 seguramente forzará vueltas al ver la dependencia absoluta de Europa para con China en una industria central como la farmacéutica, entre el 80 y 90% del paracetamol consumido en Europa es fabricado en China).
También es importante destacar los procesos onshoring, en donde grandes empresas se quedan en países originalmente elegidos para la deslocalización productiva, pero no ya por el valor de los salarios en la cadena de valor, se quedan para abastecer a esos mercados emergentes, y el ejemplo más nítido es el de China, en donde su clase media ya supera a la clase media europea o estadounidense.
Pero la automatización trae como actor central a las plataformas digitales de integración vertical, como Amazon, Uber o Alibaba. Traen consigo una mayor precarización del empleo y una ruptura del contrato social, dado que pulveriza el histórico estado de bienestar de los países europeos conspirando contra el acceso a la salud, la educación o las jubilaciones. Llevan consigo la necesidad de rediscutir un nuevo sistema fiscal, en palabras claras a quien se le cobraran impuestos, hay propuestas para hacerlo por facturación o por número de robots que están actualmente en estudio. Pero un tema que aceleró la pandemia del coronavirus es la renta básica universal, el debate sobre ella se da hoy por el caos económico que genera la pandemia, pero ya era un tema que estaba en agenda atento a que si la automatización generaba los índices de pérdida de empleo que se predecían, era necesario encontrar en la renta básica universal un elemento clave que sostuviera la demanda en la transición y evitar así la desindustrialización prematura.
Este cambio en los procesos productivos no se ha visualizado en el debate respecto de si es o no conveniente avanzar en acuerdos de libre comercio con países como Corea del Sur, es más no hay estudios actualizados que permitan visualizar el impacto económico de la firma de tratados de este tipo. El pragmatismo es un elemento central para la toma de decisiones en las relaciones internacionales, un elemento (acuerdo de libre comercio) no es bueno o malo porque si, la clave está en conocer si ese acuerdo puede traer beneficios que superen las complicaciones.
Otro dato a tener en consideración es el momento, el tiempo en que nos toca vivir. Vivimos en los países en desarrollo una fuga de capitales muy importante, capitales que migran hacia destinos más seguros, lo que reina es la incertidumbre y se observa una certeza: todos saldremos un poco peor de esta pandemia, habrá más desigualdad entre países e intra países, pero para las economías latinoamericanas los tiempos por venir son muy duros, es hasta absurdo pensar en decirle a las empresas argentinas o brasileñas en medio del COVID-19, empresas que están haciendo malabares para sostener el empleo y la capacidad instalada, que deben prepararse para competir contra Corea del Sur en condiciones absolutamente desventajosas.
El planteo llevado a cabo por algunos sectores que aún creen en el mundo ideal que se predecía tras el final de la guerra fría, lo que Wulfang Munchau ha llamado el síndrome María Antonieta de las elites, es la absoluta desconexión de las elites con lo que pasa en la realidad.
Hace pocos días Andrés Malamud decía que a la inevitable crisis sanitaria, se sumarian la crisis económica y luego consecuentemente la crisis política, un combo por demás delicado de cara al futuro, pero que países como Argentina tenían la posibilidad de salir adelante en el mediano plazo, dado que, aún con todos sus problemas, tiene una agroindustria fuerte, es uno de los 3 países latinoamericanos (junto a Brasil y México) que mantienen potencialidad industrial (Argentina por ejemplo ha podido fabricar los tan necesarios respiradores artificiales) y la industria del conocimiento podía seguir en ascenso, pero hay que prepararse para afrontar crisis que nos afecten aproximadamente cada un decenio.
Hay un elemento que es determinante: Brasil vive un proceso de inestabilidad política que, de profundizarse podría desembocar en una crisis institucional. La inestabilidad política brasileña es un factor determinante a considerar a la hora de tomar decisiones, pero aun así creo fundamental cuidar la relación Argentina-Brasil más allá de quien gobierne, el entendimiento logrado inicialmente por Alfonsín y Sarney ha sido una asociación estratégica inteligente, y un ejemplo de como un problema que estaba originalmente dado por desconfianzas de seguridad (instaladas por la visión geopolítica que reinaba en los gobiernos militares) e integraba dicha agenda, pudo desecuritizarse y pasar al plano de la política mediante la integración exitosa de lo que fue la génesis del Mercosur.
Por último y a modo de reflexión, creo que es central que aun en tiempos difíciles no proliferen guerras comerciales entre las principales potencias. Para que entendamos el estado en el que nos encontramos la OMC, virtualmente paralizada desde la ronda de Doha, no ha podido constituir su órgano de solución de controversias por el bloqueo efectuado por el gran disruptor, Donald Trump. Es por ello que la visión que debemos aportar debe contemplar a la cooperación como elemento central. La apuesta del Mercosur debe ser por un mundo multilateral y basado en normas, y tener como norte el único destino que muestra un horizonte de desarrollo humano como lo es la Agenda 2030.
Luis Nielsen
Integrante
IRI – UNLP