“(…) Los que hemos leído la historia de América y nos hemos puesto a meditar por qué nosotros, hombres y mujeres que hablábamos el mismo idioma, que poseíamos la misma tradición, por cuyas venas corría la misma sangre y en cuyos corazones corría también el mismo sentimiento y que sobre nuestras espaldas llevábamos la misma carga, que sobre nuestros cuellos llevábamos el mismo yugo, en nuestros pies las mismas cadenas y en nuestra entraña el mismo dolor, que era el dolor de los 200 millones de latinoamericanos explotados y esclavizados por el sistema colonial; por qué habíamos vivido tan indiferentes entre nosotros a los que muchas veces no nos ha separado más que un río, o una montaña si en el fondo éramos la misma cosa. Este acto de hoy, tiene que ser extraordinariamente emotivo para todos nosotros (…)”.
Esas fueron algunas de las palabras que utilizó el Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, Comandante en Jefe Fidel Castro, para introducir el extenso discurso que pronunció durante la noche del 6 de agosto de 1960 en la ciudad de Santiago de Cuba.
Castro aprovechó el evento que lo convocó, el Primer Congreso de Latinoamericano de Juventudes, para, como lo hacía tradicionalmente, reflexionar y explicar las profundas desigualdades históricas que sufría la región a raíz de la opresión colonial sobre sus pueblos. En el caso cubano, primero de España y luego del “imperio yanki”. Pero la jornada se volvió histórica finalmente por mucho más que esas reflexiones, ese día Castro anunció la nacionalización de la mayoría de las grandes empresas norteamericanas en las Isla, hito cargado de significación política para la historia de ese país.
En tono bajo, pero constante Castro leyó detenidamente la Resolución, emanada por el Poder Ejecutivo, que dio nacimiento a la Ley Nº 851 de Defensa de la Economía Nacional, publicada el 7 de julio de 1960, en la que “en nombre del interés nacional”, se autorizaba la nacionalización, por vía de expropiación forzosa, de los bienes o empresas, propiedad de personas naturales o jurídicas nacional de los Estados Unidos de Norteamérica.
“(…) Nos arrebataron un millón de toneladas de nuestra cuota, cuando ya estaba producida, en un evidente propósito de rendirnos por hambre, de torcer el destino de nuestra patria la agresión económica. Y nosotros les advertimos claramente que las agresiones a Cuba y a lo que nos arrebataran, las pagarían central por central y propiedad por propiedad (…)”, siguió el relato cuando precisó sobre las decisiones que había ejecutado en materia económica.
Con ese acto, compañías petroleras como Esso Standard Oil, Sinclair Cuba Oil Company, Texaco y Shell (inglesa) se trasladaron al eje de dominio del estado cubano, todas “castigadas” por no haber accedido a refinar petróleo crudo procedente de la Unión Soviética. En concreto, el escenario se tradujo en la nacionalización de todas las empresas de compañía eléctrica, de teléfonos y otras treinta y seis centrales azucareras que tenía Estados Unidos en la Isla, entre ellas, The Francisco Sugar Compay, The Cuban American Sugar MilI y United Fruit Company.
Tras dar su informe, Castro pidió a sus oyentes unos minutos para meditar sobre el contexto en que se habían tomado tales medidas. “(…) Ellos se creen demócratas, es decir, Wall Street, la casa Morgan, la casa Rockefeller, y ese puñado de casas que controlan cientos de miles de millones de pesos que constituyen el nervio del imperio económico: el grupo exiguo y minoritario que controla las riquezas que tienen invertidas en el mundo. Ellos, se llaman demócratas. Ellos que linchan a los hombres negros; que lincharon a los indios; que no son capaces de dar siquiera un mitin como este, porque no hay partido en Estados Unidos que reúna tanto pueblo como nosotros reunimos aquí; ellos, que llaman democracia a esa farsa que tienen montada, ellos, que son juguetes de Wall Street; que persiguen las ideas, que a todos los hombres de pensamiento progresista los han encarcelado o expulsado; ellos, que tratan de engañar al mundo con esa farsa, en medio de la indiferencia de su propio pueblo (…)”.
A nivel local, la reacción social a los anuncios tuvo dos grandes momentos, ambos positivos. El primero, la respuesta espontánea de los asistentes que, con gritos y aplausos apoyaron las declaraciones del comandante y, el segundo, los días posteriores en las calles: la gente decidió salir y manifestar su adhesión a la nacionalización. La consigna más importante por esos días era “Se llamaba, se llamaba”, que hacía referencia a la icónica frase de Quintín Bandera, General Independentista, que se utilizaba cuando caía bajo su poderío un denominado traidor a la Patria.
Meses más tarde, se efectivizó completamente la nacionalización incorporando a más empresas, hecho que generó, entre otras cosas, un embargo comercial, económico y financiero de Estados Unidos a Cuba en octubre de ese año impulsado por la administración de Dwight Eisenhower, quien atribuyó su justificación a las expropiaciones que la isla había realizado. Otro de los factores que se desencadenó fue una grave crisis diplomática que tuvo por resultado el retiro del embajador estadounidense en Cuba, Phillip Bonsal, aunque el gobierno de Eisenhower optó por desestimar que esta decisión tuviera algo que ver con el embargo, en su lugar, argumentó que solo se trataba de una “coincidencia”.
María Guadalupe Pereyra
Colaboradora
Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales (CoFEI)
Departamento de Historia
IRI – UNLP