Este 18 de septiembre se conmemora por primera vez el Día Internacional de la Igualdad Salarial, declarado por la Resolución 74/142 de la Asamblea General de Naciones Unidas. Cabe señalar que los días internacionales se constituyen con el fin de promover temáticas particulares, mediante la concienciación y la acción.
El patriarcado, como sistema basado en la dominación del sexo masculino y la opresión de las mujeres e identidades no heteronormadas, trasciende a todos los ámbitos de la organización social; claro está el trabajo es uno de los terrenos donde más materializan las desigualdades. Para comprender la importancia de este día, es preciso profundizar en la realidad que atraviesan las mujeres alrededor del mundo en el ámbito laboral y, consecuentemente, económico.
El acceso a un empleo se ha visto históricamente obstaculizado para las mujeres, e inclusive al acceder diferentes factores impiden su desarrollo, oportunidad de ocupar puestos de toma de decisiones, como así también insertarse en ciertos sectores tradicionalmente masculinizados. En términos estadísticos, según la OIT[1], el porcentaje de participación en la fuerza laboral de las personas de entre 25 y 64 años a nivel mundial es del 94,6% para varones y del 51,6% para mujeres. Ahora bien, hasta hace poco tiempo los indicadores utilizados se centraban en el individuo, sin información sobre su situación familiar y su efecto en los resultados del mercado laboral. En base a esta observación, la OIT y ONU Mujeres trabajaron conjuntamente a fin de superar esta limitación construyendo indicadores laborales que tengan en cuenta no solo las características de cada individuo, sino también las características del hogar en el que viven. Utilizando otras variables, se descubre que el porcentaje de participación de varones se mantiene alto independientemente de éstas, mientras que para las mujeres los porcentajes se modifican significativamente, observándose la mayor caída en el caso de las mujeres con una familia numerosa con niños/as menores a 6 años.
Por otro lado, según datos de la misma organización[2], a nivel mundial se estima que la diferencia entre los salarios, expresada como porcentaje del salario de los varones, es del 23%; dicho de otro modo: las mujeres ganan en promedio un 77% de lo que ganan los hombres. En este sentido, ONU Mujeres manifiesta que la brecha salarial se acentúa en mujeres con hijas/os, siendo más vulnerables a estas desigualdades, lo que también se conocen como «la penalización de la maternidad»[3].
Desde un enfoque interseccional, se descubren realidades complejas y diversas. Puede observarse que estadísticamente las mujeres negras, indígenas y campesinas ven aún más vedadas sus oportunidades y disminuidos sus salarios, inclusive respecto de las mujeres blancas.
Es preciso señalar que el primer instrumento internacional sobre esta cuestión es el Convenio 100 de la OIT sobre la Igualdad de remuneración de 1951, resultado de la incorporación masiva de la fuerza laboral femenina en el marco de las Guerras Mundiales.
Posteriormente se adoptó, en el año 1958, el Convenio 111 de la OIT sobre la discriminación (Empleo y ocupación), por el cual se obliga a los Estados Miembros a “formular y llevar a cabo una política nacional que promueva, por métodos adecuados a las condiciones y a la práctica nacionales, la igualdad de oportunidades y de trato en materia de empleo y ocupación, con objeto de eliminar cualquier discriminación a este respecto”.
El problema de la desigualdad salarial fue especialmente abordado en la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing aprobada en 1995, estableciendo como Objetivo estratégico F.2. Facilitar el acceso de la mujer, en condiciones de igualdad, a los recursos, el empleo, los mercados y el comercio.
En 2014, ONU Mujeres, publicó el documento “Declaración política y documentos resultados de Beijing+5”[4], en el que ponen de manifiesto “Prácticamente 20 años después de la aprobación de la Plataforma de Acción, ningún país ha alcanzado la igualdad para las mujeres y las niñas y persisten significativos niveles de desigualdad entre mujeres y hombres. Entre los importantes ámbitos con insuficientes progresos se incluyen el acceso al trabajo decente y la eliminación de la brecha salarial por motivos de género; el reequilibrio de la carga del trabajo de cuidado no remunerado”.
En la misma línea, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada en 2015 por la totalidad de los Estados Miembros de Naciones Unidas, establece como Objetivo 5 lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, y específicamente la Meta 8.5 busca lograr el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todas las mujeres y los hombres, incluidos los jóvenes y las personas con discapacidad, así como la igualdad de remuneración por trabajo de igual valor.
Como puede observarse, si bien existen diversos instrumentos específicos de protección y promoción, las estadísticas y la realidad dan cuenta de que la situación laboral de las mujeres del mundo entero aún hoy es desigual y delimitada por la discriminación, desvalorización, la responsabilidad casi exclusiva de los trabajos no remunerados y falta de oportunidades, condenando a las mujeres a los empleos más precarios y peor retribuidos.
La desigualdad de género debe ser entendida como una cuestión sistémica, por tanto, su abordaje y el trabajo en pos de su erradicación solo puede darse desde esa mirada. De igual modo, se requiere no solo de una planificación integral, en letras que muchas veces quedan estancas, sino de la necesidad de una integralidad de acciones que modifiquen las condiciones estructurales que sostienen esa desigualdad.
La magnitud de la desigualdad se ve claramente reflejada en el informe de ONU Mujeres del año 2018 “Hacer las promesas realidad: La igualdad de género en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”[5], donde se postula que las mujeres están por debajo de los hombres en todos los indicadores de desarrollo sostenible, resaltando que todas las dimensiones del bienestar y la marginación están profundamente interrelacionadas.
La igualdad de género es fundamental para el crecimiento económico y el desarrollo sostenible; pero ante todo la igualdad de género, en todas sus formas y en todos los ámbitos, es un derecho humano y por ello luchamos.
Referencias:
[1]https://ilostat.ilo.org/topics/women/
[2] https://www.ilo.org/infostories/es-ES/Stories/discrimination/tackling-sex-discrimination-through-pay-equity#les-concepts-de-l%E2%80%99egalite-salariale
[3]https://interactive.unwomen.org/multimedia/infographic/changingworldofwork/es/index.html
[4]https://www.unwomen.org/-/media/headquarters/attachments/sections/csw/bpa_s_final_web.pdf?la=es&vs=755
[5]https://www.unwomen.org/es/digital-library/publications/2018/2/gender-equality-in-the-2030-agenda-for-sustainable-development-2018
María Lucía de Igarzábal
Integrante
Centro de Estudios en Género(s) y Relaciones Internacionales (CeGRI)
IRI – UNLP