Hacia 1919 los Estados Unidos habían emergido como una de las principales potencias mundiales tras la Primera Guerra Mundial. El entusiasmo de la opinión pública respecto a la política nacional e internacional sumado al auge económico, social y cultural configuraron un escenario que se denominaría “Los felices años 20.
La producción estadounidense se vendía alrededor del mundo y por sobre todo en la devastada Europa de la post guerra. Uno de los grandes puntos a favor que tuvo la emergente potencia fue que La Gran Guerra no se disputó en su territorio, lo que lo convirtió en el gran prestamista de sus aliados. Para solventar los gastos de guerra los EEUU emitieron unos bonos llamados Bonos de Libertad y los ciudadanos que los adquirían, a un precio asequible, obtendrían ganancias verdaderamente cuantiosas, así los bancarios se percataron de que había un público con evidentes intenciones de generar rentabilidad de sus ahorros. El provecho de esta situación desencadenó una serie de emisiones de bonos corporativos y acciones, que se vendían como una buena oportunidad de negocio fiable y poco riesgosa. Se instaló el Compre ahora y pague después. Sin embargo, esta oportunidad financiera para los bancarios era un verdadero declive para los ciudadanos ya que se les vendían las acciones y los bonos a precios muy por debajo de su valor real, esto les permitía vivir muy por encima de sus posibilidades reales lo que terminaría en deudas imposibles de pagar. Se calcula que las acciones y bonos que compraba el común de los ciudadanos era la famosa fórmula 1/10 se vendían a precios 10 veces menor a lo que realmente valían y, no sólo eso, en la actualidad se calcula que 2/3 de las acciones y los bonos vendidos fueron comprados con préstamos.
Así se creó una burbuja bursátil en la que las personas no percibían la realidad financiera. La década de los 20 se caracterizó por la especulación y el exceso de confianza en un mercado que, por cada bono o acción que se vendía, sin importar la empresa, se calentaba más y más.
El miércoles 23 de octubre de 1929 la Bolsa de Wall Street sufre una baja del 7%; pero esto fue tan solo un aviso de lo que sería el día siguiente, el jueves 24 de octubre de 1929, el Jueves Negro. Esa mañana, la bolsa abrió con la sorpresa de que casi un millón de bonos y acciones estaban siendo vendidos a un tercio de su valor y es que, cuando los ciudadanos perdieron la confianza, ya no hay nada más que hacer. Como las acciones y los bonos no se vendían, los agentes de bolsa pedían garantías de los bonos y acciones que se habían adquirido con préstamos, pero, obviamente, nadie podía pagarlos. El pánico y la desesperación se apoderaron de las calles. Se realizaron distintas maniobras financieras encabezadas por los principales inversionistas y economistas de renombre de EEUU para revertir la jornada y, lo lograron. Este bienestar duró tan solo unos días ya que el martes 29 de octubre de 1929 la bolsa de Wall Street colapsó y esta vez, no pudieron hacer nada para detener su caída.
Las consecuencias fueron a nivel nacional e internacional. El sueño americano se convirtió en una pesadilla ya que, en términos de macroeconomía, los que estaban por debajo de la línea de la pobreza pasaron a estar por debajo de la línea de la indigencia, la clase media paso a ser pobre, el país se plagó de barrios improvisados, acumulando en sus perímetros ciudadanos que lo habían perdido todo. En cuanto a las consecuencias internacionales, la caída de la bolsa más importante del comercio internacional actuó como efecto dominó y generó graves crisis económicas en los principales mercados del mundo, sobre todo afectó a los países que estaban recién restructurándose después de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial.
Maria Sofia Zelaya
Colaboradora de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales
Departamento de Historia
IRI – UNLP