En mayo del 2020 la debilitada arquitectura institucional que sostiene la gobernanza global sufrió una nueva grieta cuando, de manera sorpresiva y anticipada, el brasilero Roberto Azevêdo presentó su renuncia como Director General de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Este organismo, con sede en Ginebra, es el foro que da marco a los márgenes de política, certidumbre, y grado de cooperación con el que los países llevan adelante sus relaciones comerciales internacionales. En un contexto de urgencias, signadas por, entre otros, la guerra comercial entre EEUU y China y los efectos disruptivos de la pandemia, así como por bloqueos político-institucionales preexistentes que ensombrecían su funcionamiento, esta organización perdió una pieza política y técnica clave. Tras varios meses, en los que primó más la disputa geopolítica que la ponderación de los antecedentes de los distintos candidatos, el 15 de febrero quedó electa como Directora General la nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala.
En el medio se sucedieron varias rondas de negociaciones frustradas tanto por lo poco aggiornado del proceso de selección, como por los recelos entre las administraciones de Donald Trump y Xi Jinping –que incluso impidieron la elección de un Director General Interino para los meses que sucedieron a la renuncia de Azevêdo. Si bien ni EEUU ni China por si mismos pudieron imponer sus preferencias respecto de la orientación de la gobernanza global del comercio internacional, la falta de cooperación entre los dos sí fue suficiente para que la OMC viera ralentizado su funcionamiento, elevándose de manera sustantiva los niveles de incertidumbre respecto del futuro de la cooperación en materia de comercio internacional.
En este punto, si bien la elección de Ngozi trae nuevos aires a la gobernanza global, tampoco supone que los problemas y dificultades de fondo hayan sido superados. El hecho de que para elegir a la Dra. Ngozi hubiera que esperar a que Yoo Myung-hee (la candidata de Corea del Sur que había llegado a la instancia final de nominación) retirara su postulación, y a que –solo luego de eso y de que varias figuras influyentes publicaran una nota en favor de la nigeriana– la administración de JoeBiden brindara su consentimiento, da cuenta de lo precario de la situación. La OMC sigue cautiva de la dinámica de cooperación-conflicto entre EEUU y China.
La Dra. Ngozi es la primera mujer, y la primera africana en ejercer el cargo de la Dirección General de la OMC. Otra diferencia significativa respecto de sus antecesores, es que sus antecedentes están más vinculados a las problemáticas del desarrollo que al núcleo duro del comercio internacional. Su enfoque radica en que el comercio internacional y las relaciones comerciales se tratan, fundamentalmente, de personas. En consonancia, su discurso aparenta poner mucho más énfasis en lo que el comercio puede hacer por las personas antes de que en lo que las personas pueden hacer por el comercio.
La diferencia trasciende el juego de palabras, y tiene una carga importante para las políticas públicas, en un contexto en el cual aquello que los países miembros quieren del comercio y de las políticas comerciales es algo que se encuentra en disputa. Por ejemplo, en las negociaciones relativa a la pesca y la sustentabilidad ambiental; en la tensión entre comercio y desarrollo; e inclusive, en la regulación del comercio electrónico.
Las prioridades que marcó Ngozi para su gestión incluyen un rol más activo para la OMC en la gestión de la crisis generada a raíz de la COVID-19 (apuntando, entre otros, a un comercio de insumos sanitarios menos restrictivo. También en que las relaciones comerciales contribuyan a asegurar la provisión de vacunas). Otra de sus metas es reformar el mecanismo de solución de controversias, con la mira puesta en volver a poner en funcionamiento el Órgano de Apelaciones. Asimismo, buscará avanzar en la actualización de los marcos normativos y procedimentales de la OMC. Este punto es una deuda de larga data y una meta que distintos directores se han propuesto sin éxito.
A corto plazo el objetivo de Ngozi es que la 12ª Conferencia Ministerial a celebrarse en 2021 produzca algunos resultados en las negociaciones de subsidios a la pesca y comercio digital, así como una hoja de ruta para resolver el bloqueo del órgano de apelaciones. En esa lista, y de interés para la Argentina, aparece también el deseo de Ngozi de impulsar algún tipo de resultado en la eliminación de las restricciones a las exportaciones destinadas al Programa Mundial de Alimentos de la ONU.
Es preciso recordar que la OMC es un organismo “dirigido por sus miembros”. El cargo de Director General, que es quien encabeza la secretaría de la OMC, es esencialmente un puesto técnico, cuya función central es la de actuar como honest broker entre los miembros. Son los gobiernos los que tienen la decisión respecto de los temas de agenda, los mandatos, y el cumplimiento de las normas. Sin embargo, el Director General sí puede incidir asignándole mayor presencia a ciertos temas en sus discursos e intervenciones públicas, así como en las dinámicas de negociación que se adopten, y en la vinculación que la OMC tenga para con el resto del mundo.
La elección de Ngozi no resuelve los problemas de fondo de la gobernanza multilateral de comercio, y sería erróneo ser excesivamente optimista respecto a cuánto puede resolver. Es una primera piedra en un proceso que, si logra generar los consensos suficientes, puede volver a dotar al multilateralismo comercial de la centralidad necesaria para los desafíos del mundo en pandemia y pos pandemia. Para Argentina, un multilateralismo fortalecido es siempre mejor noticia que un multilateralismo debilitado.
Julieta Zelicovich
Integrante
Departamento de Economía Internacional
IRI – UNLP