Hace un año, los titulares del mundo advertían la inminencia de la Tercera Guerra Mundial, desconociendo que antes que un enfrentamiento bélico global, lo que sí conmocionaría al mundo fue la pandemia del COVID-19. Sea como sea, el comienzo de 2020 fue sumamente tenso para el Medio Oriente. En el mes de enero se produjo un incidente que cobró notoriedad global, cuando se produjo la muerte del líder de la Guardia Revolucionaria iraní, el general Qasem Soleimani, a partir de un ataque estadounidense, realizado en suelo iraquí. Dicha agresión se dio en represalia por la organización de un atentado contra la embajada norteamericana en ese país, días atrás. La situación derivó en una crisis política en Iraq que provocó la votación parlamentaria a favor de la retirada de las tropas estadounidenses del país. Conforme se sucedieron las semanas, la tensión se sostuvo entre Estados Unidos, Irán e Iraq, pero no se dieron nuevos enfrentamientos, salvo un bombardeo desde Irán a Iraq que no resultó en ninguna muerte ni herido.
Este año, la pandemia sigue vigente y la diseminación de sus efectos han derivado en todo tipo de escenarios. En lo que respecta al Medio Oriente, una primera variable importante debe tenerse en cuenta para examinar el ataque norteamericano que tuvo lugar en Siria, contra milicias apoyadas por Irán, a fines del mes de febrero. Nos referimos a la persona que ocupa el cargo presidencial de los Estados Unidos. Efectivamente, el flamante gobierno de Joe Biden ha efectuado un primer movimiento de piezas en materia militar.
Esto puede llevar a preguntarnos acerca del estilo de estrategia que adoptará Biden con respecto a la región: ¿cuánto se acerca o se distancia de la de Donald Trump, que no tardó en ordenar la ejecución de la autoridad militar de mayor jerarquía de la Guardia Revolucionaria iraní en territorio aliado? ¿será, en efecto, más moderado Biden que Trump, o acaso es igual de dispuesto a autorizar la vía militar como respuesta? El factor tiempo nos permitirá abordar estas preguntas con mayor perspectiva. Sin embargo, sí podemos ensayar algunas observaciones interesantes: Biden sí se distingue de su antecesor, sin que eso implique una renuncia a la posición norteamericana a largo plazo en el Medio Oriente.
En primer lugar, según el Pentágono, el 15 de febrero se registraron ataques a posiciones norteamericanas en Irak: esto enmarcaría el bombardeo del 26 de febrero contra las milicias pro-iraníes en Siria en la categoría de represalia. Ahora bien, un rasgo distintivo es el temple de la respuesta: a diez días del primer hecho, se establece una diferencia respecto a la impulsiva personalidad de Donald Trump. Biden reaccionó en forma diferente. Estados Unidos fue atacado en Iraq, pero lejos de devolver la hostilidad intempestivamente, en el mismo país, Biden eligió otro escenario y otro blanco para orquestar su represalia. La situación en Siria supone la posibilidad de actuar a un menor costo político: no hay alianzas, por precarias que sean, que puedan debilitarse.
En enero de 2020, Donald Trump provocó al gobierno iraní a un punto tal que era dable esperar ataques sumamente graves en suelo iraquí. Esto puso, por un lado, en una posición vulnerable al gobierno iraquí, que presionado por el parlamento y en una crisis política y económica grave, quedó en medio de un conflicto innecesario. Para el entonces primer ministro iraquí, Abdul Mahdi, esto representó una especie de estocada final a su ya mermada legitimidad como gobernante. Es más, el ataque contra Soleimani también volvió más precaria la posición norteamericana en el país, suscitando antipatías por parte de casi todos los sectores políticos y también de la población. A diferencia de Trump, esta vez, la represalia norteamericana tuvo lugar en otro sitio: Siria. De este modo, Biden preservó al gobierno iraquí, que no se vio humillado ni envuelto en un escándalo que lo desgastara, que lo expusiera a agresiones por parte de Irán, ni erosionara el vínculo bilateral. A saber, Mustafa al-Kadhimi, quien sucedió a Abdul Mahdi como primer ministro iraquí, anunció en mayo de 2020, como consecuencia del conflicto producido en enero, la revisión del acuerdo estratégico con Estados Unidos, priorizando la unidad y soberanía del país.
Si repasamos la estrategia de seguridad forjada desde 2017, encontraremos que Trump detalló su política de “America First”, donde señala como una de las amenazas a la seguridad, intereses y valores norteamericanos a la República Islámica de Irán junto a sus aspiraciones regionales. Ese punto, además de los lazos históricos con el Estado de Israel y la alianza con Arabia Saudita y otras monarquías del Golfo, se sostiene en la política exterior norteamericana, mas allá de las diferencias entre demócratas y republicanos, halcones o palomas. Pueden apreciarse diferencias en los modos, la retórica, e incluso, en la búsqueda de acciones conjuntas a través de vínculos multilaterales, pero no en cuestiones de fondo. Es así que tanto para Siria como para la región, Estados Unidos reafirma que se hará presente si lo requiere. Para el gobierno iraní, el ataque es una señal: aunque no se produjeran, ni buscaran, bajas de alto rango, no quiere decir que se carezca de la iniciativa para recurrir a medidas disuasorias.
Es que este bombardeo tampoco tuvo como objeto a las fuerzas regulares del presidente sirio Bashar al Assad, ni tampoco un interés particular y específico en torno a Siria o a su población. Se trata de un ataque a posiciones de grupos respaldados por Irán, que actúan en un área limítrofe con Iraq. Este movimiento, puede interpretarse como una muestra de poder ante la publicidad de las, se espera sean inminentes, negociaciones nucleares con Iran. Biden, a diferencia de su antecesor, anunció en campaña y reiteró como presidente en funciones, estar abierto a reestablecer el Acuerdo Nuclear (JCPOA) con Irán.
Es más, esto se ha transmitido como una prioridad, aunque no necesariamente se propugne reeditar los mismos términos que se trazaron en 2015, cuando el propio Biden era vicepresidente durante la administración de Barack Obama. El gobierno iraní, por su parte, exige el levantamiento de las sanciones económicas que están ahogando a la población con caídas promedio del 5% anual en el PBI. La salida norteamericana del acuerdo y la restitución de sanciones a Irán y a empresas que realicen negocios en ese país se dieron a partir de 2018, cuando Trump siguió su política de America First. ¿Cómo se definirá el estilo que esboza Joe Biden? Una vez más, dada su reciente asunción, es pronto para sacar conclusiones tajantes, pero este acontecimiento concreto, el lapso de 15 días para responder a un ataque y, como trascendió, la consulta a los aliados previa a la represalia, permiten aventurar, que será menos irascible y más contemplativo que el de Donald Trump.
Ignacio Rullansky
Coordinador
Leila Alcira Mohanna
Integrante
Departamento de Medio Oriente